jueves, 30 de abril de 2020

Viviendo en la distopía 47. Justicia de aluvión


30-4-2020

Siempre que voy a hacer de jurado a un concurso u oposición relacionado con mi profesión me acuerdo de un profesor de universidad que nos decía: «Disfrutad ahora que podéis, aquí, donde todavía el mal de unos no es el bien de otros». En la universidad, en efecto, todos podíamos aprobar y ser felices, en tanto que afuera la competencia sería encarnizada, algo que se aprecia enseguida en casi todos los ámbitos profesionales, pero especialmente bien en las oposiciones.

Me acuerdo de aquellas palabras y siento una sensación de vértigo. Ser justo no es nada fácil. La justicia requiere de una mezcla de distancia y de proximidad, de rigor y de comprensión, de determinación y de temor. La evaluación del justo tiene que ser tan flexible como implacable. El justo tiene que tener tanto valor como conciencia y, luego, tanta facilidad para la memoria como para el olvido. Y más si se piensa que quien va de jurado a un tribunal no tiene entre sus manos el suspenso del alumno, que puede volver en la próxima convocatoria, sino un trabajo para toda la vida, esto es, el soporte del proyecto vital de una persona.

Tengo comprobado, además, que quienes van a examinarse ante el tribunal del que yo formo parte saben por lo general más que yo de la materia, pues ellos han estudiado y yo no. Yo tengo un conocimiento distinto. Mi conocimiento es de experiencia y de saber estar, y es de sedimento, es decir, yo tengo eso que queda cuando olvidas lo que no necesitas y aprendes lo que necesitas. Pero eso no es lo que se evalúa en las oposiciones a la Administración, ni siquiera se evalúa quién es el mejor para el puesto, sino quién es el que tiene mayores conocimientos relacionados con un temario amplio.

Los opositores saben más que yo, en fin, y yo debo evaluarlos con Justicia. Y si he escrito todo esto aquí es porque eso mismo es lo que nos ocurre a diario con casi todo, pues casi todo está sometido a nuestro juicio y casi todo está hecho por gente que sabe más que nosotros. Nosotros debemos evaluar a médicos, albañiles, fontaneros, entrenadores… y, ahora, a científicos, estadísticos y epidemiólogos. Debemos evaluarlos porque la vida nos empuja a ello, y nuestra obligación es hacerlo con justicia desde ese conocimiento «de sedimento» que tenemos.