15-4-2020
En España, pocas opiniones hay que no
estén llenas de sufrimiento y así, claro, la opinión está impregnada de esa
bilis corrosiva que es el rencor.
Si los españoles pudiéramos destilar
el rencor que guardamos en el alma y venderlo como lejía, nos haríamos de oro. Lo
veo en las declaraciones de los miembros del Gobierno, en las declaraciones de
la oposición, en los comentaristas políticos, en los tertulianos, en esas cosas
que la gente pone en las redes sociales y se pasan, y se pasan, y se pasan.
¿Pero a qué viene ese rencor, ese
cabreo permanente, esa mala sangre? ¿De lo que ocurrió hace ochenta años (OCHENTA)?
¿De lo que les hicieron a sus abuelos? ¿De lo que les han hecho a ellos?
¿Qué les han hecho a ellos, ¡Dios
mío!, para que no vean sino que todo lo bueno viene siempre de un sitio y todo lo malo de
otro?
Si a esos que van por ahí ejerciendo
de líderes les quitásemos el rencor de sus seguidores, no serían nada, porque
nada dicen de sustancia. Ellos, en sí mismos, no son nada sin el rencor que
generan.
Y lo mismo haríamos con muchos opinantes:
no habría quien los leyera o los oyera si sus opiniones no estuvieran llenas del
rencor que buscan sus seguidores y ellos alimentan. ¿Y lo llaman compromiso? ¿Con
qué verdad? ¿Con ese cuento de la línea editorial, que siempre es parcial?
¿Por qué sufren tanto? ¿Quién les ha
hecho tanto daño como para que sus vidas estén tan torcidas por el rencor?