domingo, 15 de mayo de 2016

Sobre El extraño escritor y otras devastaciones*

         Cuando estamos sentados en una terraza, las personas que pasan frente a nosotros son, verdaderamente, personajes de esa colmena que es nuestro propio entorno. Y en tanto pasan, les construimos sin darnos cuenta historias sencillas, que duran lo que tarda en pasar otro personaje. Esas historias que tejemos tienen más que ver con nuestro propio modo de ver el mundo (con nuestros juicios previos o prejuicios) que con la realidad. Porque lo más extraordinario de todo, lo más asombroso, es que los que pasan frente a nosotros son como nosotros, mucho más exactamente como nosotros de lo que nos creemos, y tienen una vida muy parecida a la nuestra.

Cuando estaba leyendo El extraño escritor y otras devastaciones**, he imaginado que el acto de leer no era muy distinto del de estar sentado en la terraza de un bar viendo pasar a los personajes, de tan sencilla y tan creíble como es la historia que se nos cuenta. El extraño escritor y otras devastaciones está lleno de vidas defraudadas, de personas que deben sobrevivir a las cuotas de la comunidad de propietarios, a las colas necesarias para conseguir las cosas, a la manutención que se debe al cónyuge divorciado, a la bajada del sueldo, a la subida de impuestos… de personas que compran un perro para que les haga compañía y lo sacan a la calle sin percatarse de que es el perro el que las saca a ellas.

Yo creo que hay dos tipos de historias: las que terminan con la boda y las que continúan después de la boda. En las que terminan con la boda, el chico conoce a la chica, hay un enredo con más o menos capítulos y más o menos personajes y una boda, o un emparejamiento, que diríamos ahora. Son las que concluyen con el clásico “y fueron felices y comieron perdices”.  Las otras, son iguales hasta la boda, pero continúan después de ella. Y son las historias reales. Detrás de la boda están el alquiler del piso o la hipoteca, la educación de los hijos y, en muchos casos, también el aislamiento y la monotonía, e incluso el maltrato y el crimen. Quien dice después de la boda dice después de que se cumplieran los objetivos iniciales: después de que se consiguiera el título universitario, después de que se encontrara trabajo o después de que se tuviera el tan ansiado hijo.

Es este segundo tipo de historias el que recoge El extraño escritor y otras devastaciones. El silencio, la rutina, el carácter efímero del placer y la inseguridad de una vida que discurre con lentitud y se vive por inercia son algunas características de una cotidianeidad tan severa que cuando surge la alegría, como sucede en el viaje a Berlín de unos personajes, el escenario no es creíble, parece un simple decorado.

No debe extrañarnos que si lo negativo ocurre cuando se logran los objetivos (la boda, el título, el trabajo, el hijo…), la actitud natural de los protagonistas sea la que se contiene en una cita de Borges que recoge el libro: “Solo es nuestro lo que perdimos”.

Ítaca, se dice también, siempre decepciona. Ítaca, la añorada patria de Ulises, es la ilusión por excelencia. Se refiere a la Ítaca como destino, como final, no a esa otra Ítaca que es el camino, que es la lucha por la vida misma. Pero Ulises era un ser más dado a la acción que a la contemplación, era un héroe clásico. Los personajes que aparecen en El extraño escritor y otras devastaciones, en cambio, son poco dados a la acción, más bien al contrario, son antihéroes y, por eso, más dados a los sentimientos, que se alojan en lo más profundo del alma, que a las emociones, que son respuestas automáticas o semiautomáticas de nuestro ánimo.

         No es que el libro tenga más que ver con la lírica de la vida que con la épica de la vida, es que es pura lírica. En ese sentido, los retratos de los personajes no son de su sicología (de lo que piensan) o de su forma de actuar, sino de la manera en que se configura su alma.

La misma estructura del libro ayuda a esa pretensión lírica. No hay una historia que una a los personajes ni la vida de cada uno de ellos aparece como una historia completa. Aparece un fragmento vital que nos cuenta un hecho o un suceso actual de unos personajes abrumados por un pasado que a veces se resume y siempre se intuye, unos personajes que, como la protagonista de Descuido, son islas que encierran dentro de sí muchas islas. “Las personas –se dice en otra narración–, somos seres semigeométricos, fragmentados e irregulares”.

El grito, de Eduard Munch
El contexto de la narración es un medio ambiente de imágenes poéticas. El tiempo es oblongo, las nubes están sostenidas por los edificios, el viento es un francotirador, las nieblas son tan espesas que únicamente se escucha el silencio, los inviernos suceden en pleno mes de agosto, el sol nace acartonado, la tarde acaba cerrando las pestañas y el frío cuelga espejos en los recovecos interiores de uno mismo.

En ese contexto, son varios los personajes que tienen afición por la escritura, en los que aparecen los vicios propios de los artistas, y, más concretamente, de los escritores, entre los cuales destaca el afán desmedido por el reconocimiento público, en no pocas ocasiones enmascarado por la falsa modestia. Los escritores que dibuja El extraño escritor y otras devastaciones están acomplejados, son vanidosos y envidiosos, y viven más pendientes de su ego que de su labor, del éxito de su obra que de la obra misma. Son unos escritores pequeños en lo creativo y, sobre todo, pequeños en lo personal, y por ambas pequeñeces anida en su alma el resentimiento.

La portada del libro y su título son bastante ilustrativos de lo que uno puede encontrarse en su interior. En la portada, que está basada en el cuadro La melancolía, de Eduard Munch, hay un hombre que reflexiona en un fondo de naufragio. El título habla de un escritor extraño y de devastaciones. Y yo mismo he hablado de la devastación de la realidad. Pero no quisiera que se desprendiera de este artículo la idea de que la lectura de este libro provoca tristeza, porque no es así. Más bien promueve unas emociones similares a las que uno puede tener cuando ve un cuadro de Munch, como El grito, o cuando ha leído un poema como El remordimiento, de Borges, que empieza diciendo: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer, no he sido feliz”.

Creo que cualquier lector lo asimilará a retazos, a fragmentos, a frases, y que se verá obligado en numerosas ocasiones a dejarlo sobre el regazo para paladear una línea u obligado por una reflexión. 

* Resumen de la presentación que hice del libro en Pozoblanco el pasado 13 de mayo.
**Francisco OnievaEl extraño escritor y otras devastaciones. Ediciones Espuela de Plata. Sevilla, 2016.