Cuando estamos sentados en una terraza,
las personas que pasan frente a nosotros son, verdaderamente, personajes de esa
colmena que es nuestro propio entorno. Y en tanto pasan, les construimos sin
darnos cuenta historias sencillas, que duran lo que tarda en pasar otro
personaje. Esas historias que tejemos tienen más que ver con nuestro propio
modo de ver el mundo (con nuestros juicios previos o prejuicios) que con la
realidad. Porque lo más extraordinario de todo, lo más asombroso, es que los
que pasan frente a nosotros son como nosotros, mucho más exactamente como
nosotros de lo que nos creemos, y tienen una vida muy parecida a la nuestra.
Cuando estaba leyendo El
extraño escritor y otras devastaciones**, he imaginado que el acto de leer no
era muy distinto del de estar sentado en la terraza de un bar viendo pasar a
los personajes, de tan sencilla y tan creíble como es la historia que se nos cuenta.
El extraño escritor y otras devastaciones
está lleno de vidas defraudadas, de personas que deben sobrevivir a las cuotas
de la comunidad de propietarios, a las colas necesarias para conseguir las
cosas, a la manutención que se debe al cónyuge divorciado, a la bajada del
sueldo, a la subida de impuestos… de personas que compran un perro para que les
haga compañía y lo sacan a la calle sin percatarse de que es el perro el que
las saca a ellas.
Yo creo que hay dos tipos de historias: las que terminan con la
boda y las que continúan después de la boda. En las que terminan con la boda,
el chico conoce a la chica, hay un enredo con más o menos capítulos y más o
menos personajes y una boda, o un emparejamiento, que diríamos ahora. Son las
que concluyen con el clásico “y fueron felices y comieron perdices”. Las otras, son iguales hasta la boda, pero continúan
después de ella. Y son las historias reales. Detrás de la boda están el
alquiler del piso o la hipoteca, la educación de los hijos y, en muchos casos, también
el aislamiento y la monotonía, e incluso el maltrato y el crimen. Quien dice
después de la boda dice después de que se cumplieran los objetivos iniciales:
después de que se consiguiera el título universitario, después de que se
encontrara trabajo o después de que se tuviera el tan ansiado hijo.
Es este segundo tipo de historias el que recoge El extraño escritor y otras devastaciones. El
silencio, la rutina, el carácter efímero del placer y la inseguridad de una
vida que discurre con lentitud y se vive por inercia son algunas características
de una cotidianeidad tan severa que cuando surge la alegría, como sucede en el
viaje a Berlín de unos personajes, el escenario no es creíble, parece un simple
decorado.
No debe extrañarnos que si lo negativo ocurre cuando se logran los
objetivos (la boda, el título, el trabajo, el hijo…), la actitud natural de los
protagonistas sea la que se contiene en una cita de Borges que recoge el libro:
“Solo es nuestro lo que perdimos”.
Ítaca, se dice también, siempre decepciona. Ítaca, la añorada
patria de Ulises, es la ilusión por excelencia. Se refiere a la Ítaca como
destino, como final, no a esa otra Ítaca que es el camino, que es la lucha por
la vida misma. Pero Ulises era un ser más dado a la acción que a la
contemplación, era un héroe clásico. Los personajes que aparecen en El extraño escritor y otras devastaciones,
en cambio, son poco dados a la acción, más bien al contrario, son antihéroes y,
por eso, más dados a los sentimientos, que se alojan en lo más profundo del
alma, que a las emociones, que son respuestas automáticas o semiautomáticas de
nuestro ánimo.
No es que el libro tenga más que ver
con la lírica de la vida que con la épica de la vida, es que es pura lírica. En
ese sentido, los retratos de los personajes no son de su sicología (de lo que
piensan) o de su forma de actuar, sino de la manera en que se configura su alma.
La misma estructura del libro ayuda a esa pretensión lírica. No
hay una historia que una a los personajes ni la vida de cada uno de ellos aparece
como una historia completa. Aparece un fragmento vital que nos cuenta un hecho
o un suceso actual de unos personajes abrumados por un pasado que a veces se
resume y siempre se intuye, unos personajes que, como la protagonista de Descuido, son islas que encierran dentro
de sí muchas islas. “Las personas –se dice en otra narración–, somos seres
semigeométricos, fragmentados e irregulares”.
El grito, de Eduard Munch |
El contexto de la narración es un medio ambiente de imágenes
poéticas. El tiempo es oblongo, las nubes están sostenidas por los edificios, el
viento es un francotirador, las nieblas son tan espesas que únicamente se
escucha el silencio, los inviernos suceden en pleno mes de agosto, el sol nace
acartonado, la tarde acaba cerrando las pestañas y el frío cuelga espejos en
los recovecos interiores de uno mismo.
En ese contexto, son varios los personajes que tienen afición por
la escritura, en los que aparecen los vicios propios de los artistas, y, más
concretamente, de los escritores, entre los cuales destaca el afán desmedido
por el reconocimiento público, en no pocas ocasiones enmascarado por la falsa
modestia. Los escritores que dibuja El extraño
escritor y otras devastaciones están acomplejados, son vanidosos y
envidiosos, y viven más pendientes de su ego que de su labor, del éxito de su
obra que de la obra misma. Son unos escritores pequeños en lo creativo y, sobre
todo, pequeños en lo personal, y por ambas pequeñeces anida en su alma el
resentimiento.
La portada del libro y su título son bastante ilustrativos de lo
que uno puede encontrarse en su interior. En la portada, que está basada en el
cuadro La melancolía, de Eduard
Munch, hay un hombre que reflexiona en un fondo de naufragio. El título habla
de un escritor extraño y de devastaciones. Y yo mismo he hablado de la
devastación de la realidad. Pero no quisiera que se desprendiera de este
artículo la idea de que la lectura de este libro provoca tristeza, porque no es
así. Más bien promueve unas emociones similares a las que uno puede tener
cuando ve un cuadro de Munch, como El
grito, o cuando ha leído un poema como El
remordimiento, de Borges, que empieza diciendo: “He cometido el peor de los
pecados que un hombre puede cometer, no he sido feliz”.
Creo que cualquier lector lo asimilará a retazos, a fragmentos, a
frases, y que se verá obligado en numerosas ocasiones a dejarlo sobre el regazo
para paladear una línea u obligado por una reflexión.
* Resumen de la presentación que hice del libro en Pozoblanco el pasado 13 de mayo.
**Francisco Onieva. El extraño escritor y otras devastaciones. Ediciones Espuela de Plata. Sevilla, 2016.