“Si el Guamora
no corre para Reyes, compra heno o vende bueyes”, he oído en
Torrecampo. El Guadamora (o Guamora, como se le conoce allí
comúnmente) es uno de los arroyos que llevan sus aguas al Guadalmez,
al que en Torrecampo se le llama, simplemente, el Río. El Guadamora
se une al Guadalmez cerca de la ermita de la Virgen de Veredas,
construida junto a la cañada Real de la Mesta, en uno de los
parajes más vírgenes y más hermosos de Los Pedroches, a unos
centenares de metros de la provincia de Ciudad Real y cerca de las
ruinas del molino de Turruñuelo (o Turuñuelo, o Turruelo, o
Turruñudo), que según Arias Mora es el escenario de una de las más
sonadas aventuras del Quijote.
El Guadamora corre en
vísperas de la festividad de los Reyes Magos, según pudimos
comprobar Carmen y yo el otro día, por lo que este año los
ganaderos pueden observar con relativo optimismo el año recién
estrenado. Los ganaderos son, prácticamente, los únicos empresarios
de Torrecampo, y son la mayor fuerza activa de una comarca que pierde población a pasos agigantados, sin que los planes de formación y
empleo de la Junta de Andalucía y de la Diputación de Córdoba (que
en realidad son "planes" de subsidio) consigan mitigar esa descomunal sangría.
La romería de la Virgen
de Veredas se celebra el uno de mayo junto a la explanada de la
ermita, que limita por el este con el Guadamora. Ese día vuelven
casi todos los torrecampeños ausentes (que son varios miles) y el
descampado se llena de movimiento y de ruido. Y ese día, por
contraste con la quietud y el silencio que hay en el pueblo durante
el resto del año, uno puede darse cuenta de la magnitud de la
tragedia que asola a Torrecampo y a Los Pedroches.
El Guadamora corre al
pie de la sierra de Alcudia, entre jaras y retamas, en una de esas
bucólicas soledades propias de pastorelas y serranillas. Quizá el
fin de esta comarca sea definitivamente ese: la leyenda, la lírica y
la imaginación. Quizá el futuro de está comarca sea resistir a
base de funcionarios, de pensionistas y de subsidios antes de
disolverse definitivamente en lo fantástico o, mejor, antes de
hundirse para siempre en el olvido.