27-4-2020
Si tengo aire acondicionado en mi casa, en mi trabajo y en mi
coche, sé poco del calor. O dicho de otra forma, el calor es para mí una referencia
vaga, como lo es el frío para el que toca una barra de hielo.
Porque el calor no es estar un rato al sol o un poco a una
temperatura alta. Ni siquiera es hacer un viaje largo a la hora de la siesta en
pleno verano por Andalucía. El calor es más que eso: el calor de verdad es no
tener aire acondicionado en el pequeño piso de Sevilla en que te ves obligado a
vivir o pasarse un verano detrás de otro en lo alto de un andamio.
Ahora se ha puesto de moda una especie de turismo
antropológico que pretende hacer sentir al turista lo que siente el currante en
el tajo. Para ello, llevan al turista a un cortijo de la sierra perfectamente
equipado, por ejemplo, le ofrecen un desayuno molinero con toda clase de
productos supuestamente típicos, le dan una charlita, lo montan en un
todoterreno y lo ponen en la falda de la sierra a coger aceitunas, a fin de que
el turista se haga cargo de lo que siente el aceitunero. "Como esto, pero tres
meses", le dicen al turista al cabo de un rato, cuando ven que empieza a
farfullar palabras de cansancio.
Y no: eso que siente el turista no es lo que siente el
aceitunero. No es ni parecido. Y no solo porque la acumulación de tiempo
produce un salto cualitativo, sino porque las condiciones de uno y de otro son
muy distintas: ni es lo mismo el lugar de descanso, ni es igual la comida, ni, en
general, es igual el trato al turista que paga que al jornalero que cobra.
Y quien habla del aceitunero habla del médico o del
secretario del Ayuntamiento. O del alcalde de un pequeño pueblo. Es casi
imposible ponerse en lugar del otro. Como mucho, nos ponemos en el lugar del
otro que está a nuestro lado, que generalmente tiene un modo de vida muy
parecido al nuestro, con el que acabamos sintonizando en intereses y, en
consecuencia, en ideas que justifican esos intereses.
Yo, por ejemplo, me muevo en un círculo de profesionales,
funcionarios y pequeños empresarios con un nivel cultural alto, con los que intercambio
información y comparto intereses. Puesto a enjuiciar el mundo, puesto a opinar,
mis opiniones estas sesgadas por el lugar de donde vienen y me resulta difícil
entender otras, otros intereses, y más si son totalmente contrarios a los de mi
círculo.
Pero lo cierto es que hay otras opiniones y otros intereses.
¿Opiniones equivocadas? ¿Intereses nocivos? Puede. O no. Lo que debe quedarme
claro es que son tan respetables o más que los míos. Y el respeto no es acatar
a regañadientes, sino algo mucho más positivo, que puede verse cuando me
respondo a esta pregunta: ¿Qué espero yo del otro? Pues eso que espero, eso, es
el respeto.