1-5-2020
Una noche de hace muchos años, hallándonos al fondo de la
barra del «pub» Almogábar, expresé a Justo Romero, a la sazón alcalde de
Torrecampo, mi admiración por la cantidad de gente especial que había en aquel
pueblo. ¿Gente especial?, se extrañó él. Para razonarle lo que yo había dicho, fui
nombrando uno a uno a quienes nos encontrábamos allí al tiempo que citaba
algunos de los rasgos de su personalidad, que a mí se me antojaban singulares,
y recuerdo que, al llegar a nosotros mismos, los últimos que me quedaban por
nombrar, concluí la relación diciendo: «Quedamos tú y yo, Justo, y no nos
engañemos, ni tú ni yo somos personas corrientes».
Torrecampo no solo conservaba en aquel tiempo una prolija
relación de gente singular, sino un espíritu colectivo singular que a mí me
había llamado la atención cuando en 1984, con solo 25 años, llegué a él para
hacerme cargo de la Secretaría-Intervención del Ayuntamiento. Torrecampo era un
pueblo situado en la periferia de Andalucía, lejos de casi todo y supuestamente
aislado, pero sus habitantes habían tenido mucho contacto con Madrid, Benidorm
y otras ciudades de la costa, lo que había imbuido de modernidad la ya
ancestral singularidad del espíritu torrecampeño.
Desde aquel lejano 1984 hasta hoy el pueblo ha cambiado
mucho. Torrecampo, como Los Pedroches en general, se ha ido vaciando y es hoy
bastante más pequeño. Casi todas las personas con rasgos de personaje de novela que
habitaban en él se murieron y su población en general se parece mucho más a la
de sus vecinos de la comarca, que a su vez se parece más a la de cualquier
vecino de cualquier pueblo de España.
El pueblo se ha ido vaciando y moderando su singularidad al
ritmo que yo me he ido llenando de Torrecampo y de su forma de ser, de tal modo
que si yo soy así es, en buena parte, porque Torrecampo era así y es así. No
podía ser de otra manera después de rozarme con tanta gente del pueblo y de
tantos años de observar desde el mirador de mi despacho cómo palpitaba el alma
de sus vecinos, de sentir sus alegrías y sus sufrimientos. Uno es lo que ha
vivido y yo he vivido lo mejor y lo peor de Torrecampo de los últimos 36 años. Yo
soy tan de mi pueblo de nacimiento como de Torrecampo, donde he dejado lo mejor
de mí y, tal vez, también lo peor de mí. Yo soy tan torrecampeño como el que
más, tanto como la iglesia de San Sebastián o la Virgen de Veredas, a la que
hoy, por cierto, los torrecampeños se ven obligados a honrar confinados en sus
casas, hoy, primero de mayo, que es el día de su romería y es el día más grande
del pueblo.