13-4-2020
Decíamos ayer que las tripas me
sonaron y alguien pudo pensar que era una metáfora relacionada con los adentros
más viscerales, que suelen ser los más escatológicos. Pero no. Ocurrió en
realidad: cuando me senté a escribir, las tripas dijeron aquí estoy yo, como
demandando el desayuno. Lo hicieron despacio, conteniéndose, casi con un punto
de vergüenza, y si las oí fue porque todo estaba en el más absoluto silencio.
Era muy temprano y era domingo de
Resurrección. Y era, obvio es decirlo, un día más de confinamiento. Todas las
cosas estaban en su sitio, quietas, observándome pero mudas, seguramente
juzgándome con presunción desde su aparente equilibrio. Y todas las personas
estaban en sus madrigueras, a cobijo de ese depredador que sigue aguardando
pacientemente a su puerta.
Unos minutos antes habían tañido en la
lejanía las campanas de los salesianos y yo, con la página en blanco, me
disponía a escribir sobre algo para este cuaderno de bitácora, aunque aún no
sabía muy bien de qué. Y fue entonces, al oír las tripas, cuando reparé en él
como solo es posible percibir lo que no existe. Porque eso es el silencio:
ausencia, omisión, vacío. Vacío cercano, vacío lejano y, entonces me di cuenta,
también mucho vacío interior.
Vacío de los ruidos inmediatos (de la
radio, que ahora oigo menos, por ejemplo) y del ruido de fondo de la ciudad,
ese que miden los técnicos cuando van con sus aparatos a los vecinos de los
pubs, a fin de evaluar la verdadera acústica de la actividad.
Y –decía– también vacío del ruido
interior. No sé muy bien cómo definirlo. Pero piense el amable lector de esta página
que reside en una habitación llena de cosas. Y piense que las va sacando poco a
poco, ahora una, luego otra, conforme se va dando cuenta de que no le hacen falta
para nada. Las saca y la habitación mejora. Es más confortable, más habitable,
más placentera, incluso. Las va sacando hasta que solo le queda una silla. Y
entonces se da cuenta de que hasta la silla le sobra, y la saca, y se sienta en
el suelo, cómodamente, felizmente.
Y es entonces, ahí, sentado en el
suelo y sin ruido de ninguna clase, ni dentro de la habitación ni fuera, cuando
le suenan las tripas.