viernes, 1 de abril de 2022

Antonio Roa o El alma del color


Un cielo amarillo, unas montañas grises y verdes, el blanco campanario de una ermita y seis cipreses rojos que recorren el cuadro de abajo arriba.

Desde hace unos días, hay un cuadro de Antonio Roa detrás de la silla de mi despacho, detrás del escritor que soy, detrás de mí cuando escribo esto. Si el amable lector de estas páginas pudiera verme, me vería con la mirada en la pantalla del ordenador, aporreando rítmicamente el teclado, supuestamente concentrado en lo que estoy haciendo, y, detrás de mí, a apenas unos centímetros, vería el cuadro de Antonio Roa que les digo, y en el cuadro detendría la vista, abrumado por la belleza de esas grandes manchas de color que construyen imágenes e ideas.

Si me viera desde la puerta del despacho, tal vez asociara el cuadro conmigo y con lo que estoy escribiendo, como si el cuadro y yo y mi obra formáramos parte de la obra de arte viva de un Hacedor extraordinario en la que yo siento la influencia del cuadro y escribo lo que Antonio Roa sintió cuando lo estaba pintando.

Las cosas son lo que son y lo que evocan. Las cosas tienen alma, que es el alma de quienes las crearon y las sintieron. El cuadro de Antonio Roa tiene el alma de Antonio Roa, yo lo sé porque la siento.


Con Antonio Roa, rodeados de su arte