jueves, 18 de marzo de 2021

El farero (¿Y si todo estaba planeado?)

Hace como treinta años, mientras paseaba con Carmen por La Coruña, descubrí en el escaparate de una tienda de arte el póster de un faro a punto de ser engullido por un mar en tempestad. La fotografía mostraba al farero en la puerta de la construcción, con las manos metidas en los bolsillos, y al faro rodeado de un impresionante anillo de agua y espuma, en lo que parecía el momento anterior al fin de todo. Era tarde y la tienda estaba cerrada, pero a la mañana siguiente volvimos y compramos el póster, que enmarcamos y colocamos en nuestra habitación, justo encima de la cama, donde lleva desde entonces.

La fotografía es una conocida obra de Jean Guichard tomada en el faro de La Jument (Bretaña, Francia). El farero se llamaba Théodore Malgorne, que en el último instante salvó la vida.

Yo siempre vi en el farero de aquella foto una alegoría de mi profesión, secretario de Ayuntamiento. El secretario está en el meollo de todos los conflictos de una pequeña comunidad local, que pueden llegar a ser verdaderamente tormentosos: los que existen entre los trabajadores y la empresa, entre los ciudadanos y el poder, entre el hecho y el Derecho y, particularmente, entre los mismos políticos, el que le es más duro de sobrellevar, pues él tiene acceso a toda la información y sabe cuánto más y cuánto mejor podría hacerse por el pueblo si los concejales, en lugar de ahondar en los puntos que los separan, buscaran los que los unen y miraran a cada vecino no como un posible votante, sino como un ciudadano.

El secretario de Ayuntamiento sabe y calla. Al secretario de Ayuntamiento, en especial cuando el vecindario es escaso, le duele el Ayuntamiento que le paga y el pueblo al que en último extremo sirve y casi nunca lo comprende, pues quienes deciden lo suelen utilizar como escudo cuando la decisión no les es favorable. La de secretario de Ayuntamiento es, en fin, una profesión muy literaria, que sin embargo no ha sido tratada suficientemente por la Literatura.

Yo, que soy secretario de Ayuntamiento y soy aficionado a escribir, andaba queriendo armar una novela que hablara de mi profesión cuando descubrí la fotografía de Jean Guichard y uní la imagen del farero a la idea de alguien capaz de lidiar con todas las tormentas de la vida, singularmente las políticas, como idea central de una posible historia. Casi nunca escribo sobre guion, así que me puse a escribir. Lo hice durante unos dos años, y lo que acabó cuajando fue una historia que no detallo porque me refiero a ella en la reseña que sigue a este comentario. Luego, vinieron más de seis años en los que la novela estuvo en un cajón y, en 2005, un premio literario que la sacó del ostracismo y la metió en los circuitos comerciales.

Pasados más de quince años de aquello, he recobrado los derechos sobre la obra y la he reformado profundamente para adaptarla a la conciencia de la época y a mí mismo, de manera que quien haya leído la versión anterior encontrará ahora una construcción reconocible, pero más enérgica, más profunda y, en último término, más intensa y más hermosa.

Mi intención era, además, adecentarla y ponerla guapa antes de darle al público en general la posibilidad de adquirirla en papel o, si quiere, de descargarla gratis a través de mi página. El farero, que andaba rodando por ahí, de web en web, sin permisos y sin los requisitos técnicos suficientes, puede circular ya con todas mis bendiciones, corregida y reformada, para mayor provecho de quienes tengan a bien la voluntad de leerla.

Antes de terminar, creo obligado mencionar la colaboración de Jorge García y Miguel Castilla, a quienes suelo acudir cuando en esto de la Literatura dudo o necesito ayuda. La obra original estaba dedicada a Carmen María, que entonces compartía conmigo el lecho que había junto a la foto del faro, y lo está dedicada ahora la obra reformada, ahora, que la foto continúa en el mismo sitio y todo sigue esencialmente igual en nosotros y entre nosotros.

Por cierto, también los dos protagonistas masculinos de la novela tienen la foto del faro de La Jument  sobre el cabecero de su cama.

La portada es de  Pablo Daniel Rodríguez (Dragonbookcovers.com)

Reseña de la contraportada

Huyendo de una experiencia traumática, un funcionario pide ser destinado como secretario al Ayuntamiento de Yermo, un pequeño pueblo del interior de España. Nada más llegar, unos extraños sucesos lo ponen ante una terrible evidencia: su antecesor en el cargo previó su propio asesinato y tejió un plan perfecto para comprobar si su sucesor merecía acceder al excepcional conocimiento que lo llevó a él hasta la tumba de una forma atroz. Ante la mirada expectante de unos enemigos imprecisos, el nuevo secretario se ve fatalmente arrastrado a vivir la misma vida que su antecesor –amores incluidos– y, quizá, a tener su mismo fin.

El farero es un apasionante thriller psicológico, una novela de erotismo y misterio en la que los personajes, especialmente los femeninos, quedan perfectamente descritos por el ágil e intenso discurso de la narración. El amor, la pasión, el rencor, la envidia y la ambición se manifiestan con violencia en el alma de los protagonistas, hombres y mujeres contemporáneos que actúan bajo el influjo de una personalidad excepcional cuyo dueño nunca está presente e impulsados por el afán de mitigar su propia soledad. 

El Farero ganó el I premio Almuzara de novela


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