Esta semana he
estado ligeramente enfermo y mi mujer me ha cuidado, me ha mimado.
Esta semana he
pensado que si hubiera estado solo mi ligera enfermedad habría sido mucho menos
llevadera. Y me he preguntado qué habría sido de mí si mi enfermedad hubiera
sido un poco más grave y yo hubiera vivido en un lugar extraño, sin compañera,
sin familiares y sin amigos.
Esta semana me
he acordado muchas veces de los que viven solos y están solos, sin poder
compartir sus alegrías y sin nadie que los escuche cuando están tristes, que les
prepare una sopita cuando están inapetentes o que les coja la mano cuando están
temblando, sin nadie que los ayude cuando necesitan ayuda, en fin.
Esta semana me
he acordado de una foto que hice junto al puente Currito, a la vera del
Guadalmez. Era de un árbol de dos patas, de las que una se había caído de raíz.
Al verlo, fantaseé con la idea de que las dos patas eran en realidad dos
árboles que se habían unido en un proyecto común, como si fueran una pareja de
enamorados.
Esta semana he
recordado lo de la salud y la enfermedad que me dijeron cuando me casé y he pensado
que las parejas son como aquellos árboles, de manera que un miembro de la pareja
echa raíces en el pecho del otro y al revés. Y he pensado que por eso es tan
dolorosa la muerte del otro o una ruptura, porque el otro se muere o se va,
pero sus raíces se te quedan dentro y siguen creciendo en tu pecho.
En la calle
hace un frío de perros. Carmen, que es médico, me ha dicho que no salga para
nada, y yo estoy aquí, delante del ordenador, todavía algo alicaído, escribiendo
insignificancias como esta para matar el tiempo. Mientras tanto, ella esta
fuera trabajando para la casa que compartimos, para el proyecto vital que
compartimos, para la familia que compartimos, haciendo algo importante, en fin.
Ella se ha ido al frío y yo estoy aquí, calentito y seguro, pensando en lo
hermoso que es todo esto.