Los años de la
juventud parecen más largos porque los jóvenes llenan sus momentos de
emociones. En la madurez, en cambio, las emociones se restringen y el tiempo pasa
volando. Por largos y felices que sean, los días iguales le aportan poco a los
sentidos, se hacen cortos y no dejan huella, de manera que al cabo de los años
se nos figura que hemos atravesado el tiempo sin darnos cuenta, como si
cruzáramos dormidos un hermoso paisaje.
El ánimo y la memoria necesitan de
referencias a las que asirse, de algo distinto a lo cotidiano, que siempre
degenera en monotonía. Para escapar de la monotonía basta con salir, cuando se
está enclaustrado, o con cambiar de aires de vez en cuando.
Aplicados a esa obligación vital,
unos amigos hemos pasado un fin de semana en las costas de Huelva, invitados
por Rosa y Luis María. En nuestra memoria quedarán para siempre los horizontes
de esas playas inmensas, el atardecer surcando el estuario del río Piedras y la
cena en El Andalú, de La Antilla, mientras oíamos al propietario cantar por
Manolo García, por Serrat y por El Barrio. Y quedarán para siempre los brindis
de agradecimiento y por la amistad.
Lo sensato es salir por ahí de vez
en cuando, aunque sea solo, pero es mucho más agradable cuando se hace en buena
compañía.