25-4-2020
Algunos días me
demoro un rato en la cama, despierto, y dejo al pensamiento que teja sus
historias tal y como le vienen, sin acicate ni cortapisa. El pensamiento libre
es un ser extraño, como si fuera enteramente de otro o, mejor, como si no fuera
ni de mí ni de nadie, sino de él mismo. Yo, entonces, soy solo cuerpo, y el
pensamiento es otro ser que habita dentro de mí.
Esos días, la luz
empieza a hacerse visible poco a poco a través de las ventanas. Cuando ese otro
que es mi pensamiento se da cuenta, fija su mirada en las alegres listas que
forma la persiana y disminuye su actividad hasta quedarse en calma. Ya no fabrica
historias. Ya solo quiere sentir cómo sube la intensidad de la luz, fascinado.
Amanece: el mundo
está lleno de noticias como esa, extrañas y maravillosas por muy usadas que
estén, increíbles a poco que uno tenga conciencia de ellas. La gente se asombra
de que vuelen los aviones o de que el hombre haya podido llegar a la luna y ve
de los más corriente que los pájaros canten o que pueda recordar dónde dejó el
coche ayer, cuando el más elemental de los animales o cualquier atributo
humano, como la memoria, son más asombrosos que todas las gestas realizadas por
el hombre.
Mientras mi cuerpo
está calentito y quieto, ese extraño ser que es mi pensamiento libre se regodea
con la luz, tal vez, sin saberlo, con lo que de esperanza hay en la luz.
Amanece, hoy también,
y todo sigue en su sitio. Amanece y mi mujer duerme a mi lado.