sábado, 25 de abril de 2020

Viviendo en la distopía 42. La luz


25-4-2020

Algunos días me demoro un rato en la cama, despierto, y dejo al pensamiento que teja sus historias tal y como le vienen, sin acicate ni cortapisa. El pensamiento libre es un ser extraño, como si fuera enteramente de otro o, mejor, como si no fuera ni de mí ni de nadie, sino de él mismo. Yo, entonces, soy solo cuerpo, y el pensamiento es otro ser que habita dentro de mí.

Esos días, la luz empieza a hacerse visible poco a poco a través de las ventanas. Cuando ese otro que es mi pensamiento se da cuenta, fija su mirada en las alegres listas que forma la persiana y disminuye su actividad hasta quedarse en calma. Ya no fabrica historias. Ya solo quiere sentir cómo sube la intensidad de la luz, fascinado.

Amanece: el mundo está lleno de noticias como esa, extrañas y maravillosas por muy usadas que estén, increíbles a poco que uno tenga conciencia de ellas. La gente se asombra de que vuelen los aviones o de que el hombre haya podido llegar a la luna y ve de los más corriente que los pájaros canten o que pueda recordar dónde dejó el coche ayer, cuando el más elemental de los animales o cualquier atributo humano, como la memoria, son más asombrosos que todas las gestas realizadas por el hombre.

Mientras mi cuerpo está calentito y quieto, ese extraño ser que es mi pensamiento libre se regodea con la luz, tal vez, sin saberlo, con lo que de esperanza hay en la luz.

Amanece, hoy también, y todo sigue en su sitio. Amanece y mi mujer duerme a mi lado.