sábado, 25 de enero de 2020

Mi padre


Mi padre era una de esas personas que interesa tener cerca porque generaba armonía en el ambiente, porque hacía fácil lo difícil, porque comprendía y sosegaba.

Mi padre era alegre y vitalista. Le encantaba viajar y casi todo le dejaba una impresión positiva, que guardaba en la memoria para siempre o en una libretilla donde apuntaba lo que la memoria no recogería.

Mi padre hablaba con todo el mundo. Cuando salía a dar un paseo, tardaba mucho en volver, porque la gente lo paraba para preguntarle por su familia o por el Sevilla, para contarle sus cosas o por el placer de recibir de él esa energía positiva que transmitía de forma natural.

Mi padre adoraba a su familia. Mi padre se sentía muy orgullo de sus hijos y de sus nueras. A mi padre le encantaba hablar con sus nietos por videoconferencia y por teléfono. Cuando se despedía en persona de ellos, los abrazaba como si fuera la última vez, con un abrazo largo, ceñido y callado.

Mi padre quiso mucho a mi madre, aprendió a suplirla cuando ella se puso enferma y la cuidó durante mucho tiempo.

Mi padre nunca perdió la inmensa lucidez que tenía y hasta sus últimos días conservó la memoria intacta.

Mi padre era una persona extraordinaria. Por eso, si volviera a nacer y me dieran a elegir, yo querría tener un padre como mi padre. Y por eso, cuando muera y no sea más que las huellas que he dejado por el mundo, yo quiero que mis hijos me recuerden como yo recuerdo a mi padre.

Mi padre, que hace mucho tiempo me expresó su deseo de vivir hasta los noventa años, murió con noventa años, de repente, sentado en el sillón, sin sufrir y sin hacer sufrir. Él se merecía una muerte así y a nosotros fue el último favor que nos hizo.



viernes, 3 de enero de 2020

Cierra una oficina bancaria*


Mucha gente aún sigue creyendo que las entidades financieras viven del dinero que ellos han depositado previamente, con el que le prestan dinero a otros a cambio de un interés. No saben que las entidades financieras no traspasan depósitos de una persona a otra, sino que crean, a la vez, depósitos y deudas en el mercado. No saben que ahora las entidades de crédito bancarias tienen dinero gratis del Banco Central Europeo, o incluso que este les paga un interés por recibir dinero.

Mucha gente aún sigue creyendo que las entidades financieras son el coco, que son el paradigma del capitalismo más salvaje, y las insultan, y preconizan poco menos que su desaparición. No saben que las entidades financieras no son como otras empresas, que son esenciales en sociedades como la nuestra, en la que los proyectos se ejecutan desde ya con el dinero que se tendrá en el futuro. El proyecto de una familia, por ejemplo, que aún no dispone de fondos para comprar una casa, o el proyecto de un joven que tiene una idea y quiere ponerla en práctica, o el de una empresa que quiere ampliar el negocio o quiere innovar.

Mucha gente aún sigue creyendo que los bancos fueron rescatados hace unos años, y que eso supuso un fuerte desembolso por parte del Estado, es decir, de todos los ciudadanos. No saben que, excepto raras excepciones, los bancos no fueron rescatados, sino que lo fueron las cajas de ahorros, en las que gobernaban (y cobraban muy bien por ello) políticos, sindicalistas e impositores, y, en ocasiones, algunos obispos. No saben que lo que entonces se echó en falta fueron buenos profesionales que actuaran con auténticos criterios empresariales.

Mucha gente se pregunta qué está pasando cuando la entidad financiera con la que trabajaba cierra la oficina de su pueblo. Solo entonces se da cuenta de que las entidades financieras prestan un servicio esencial, por el que tal vez habría que pagar un precio, igual que se paga por el servicio de panadería o por el que prestan los bares. O incluso como el que presta Correos.


Que ese servicio es un servicio público es la mayor razón para que las entidades financieras sigan en los pueblos pequeños. Y lo es especialmente cuando se trata de oficinas de cajas o de cooperativas de crédito, dado que no tienen como fin único ganar dinero, sino también otros de carácter social.

El cierre de la oficina de una entidad financiera tiene un valor añadido que lo convierte en traumático, pues parece irreversible y se asocia enseguida al bajón económico. El cierre de esas oficinas perjudica a todo el mundo, pero especialmente a los vecinos mayores que no pueden desplazarse a otros municipios, porque no disponen de medios, y ni saben ni sabrán nunca operar por internet. Un cierre así genera incomodidad y es un golpe en los bolsillos, pero es sobre todo un golpe moral, que pone al pueblo frente al espejo, en el que puede ver con toda crudeza la descomposición de su realidad.

Las entidades financieras, especialmente las que tienen algún fin social, deberían ser más sensibles ante el escenario del despoblamiento. No anunciar el cierre con antelación, por ejemplo, o comunicarlo tres o cuatro días antes no tiene nada que ver con la viabilidad de la empresa y es, simple y llanamente, un insulto a los clientes que durante años confiaron en ella.

La relación entre un pueblo y las entidades financieras va más allá de lo puramente comercial, es una relación de servicio público, y obliga a la comprensión y el entendimiento mutuo. Igual que la empresa de aguas va al pueblo unas cuantas horas a la semana para gestionar las altas y las bajas y la trabajadora social unos cuantos días para tratar los asuntos que son de su competencia, la oficina de la entidad financiera debe abrirse un tiempo mínimo para la adecuada prestación de sus servicios. Así ocurre con el mercado de abastos y con el mercadillo.

La oficina de Caja Rural del Sur cierra en Torrecampo, después de estar muchos años abierta. Los hemos sabido hace unos cuantos días. Los directivos de la Caja Rural del Sur, una cooperativa de crédito, deberían reconsiderar su decisión, introduciendo ahora en sus cálculos el dolor que podría generar en el vecindario.

*Publicado en el semanario La Comarca.