jueves, 29 de noviembre de 2018

Escribir por escribir (6). Más observador


Ahora que quieres escribir, leerás de otra manera. Imagínate al aprendiz de botánica o al de geología saliendo al campo, imagínate al de astronomía mirando al cielo. ¿A que no se comportan como los que no lo son, por mucho que les guste el campo o el cielo?

Desde que me gusta la fotografía soy mucho más observador, aprecio mucho más la distribución de las formas, los tonos de los colores, el movimiento cuando debe haber movimiento y la quietud cuando las cosas deben estar quietas. De hecho, siempre voy encuadrando lo que me rodea, aunque no lleve la cámara, y muchas veces le comento a quien me acompaña: “Eso tiene una foto”.

Ahora que quieres escribir, te pasará igual cuando leas: mirarás el texto con otros ojos y te llamarán la atención detalles que antes te pasaban inadvertidos: un comentario, un diálogo, una descripción o un simple adjetivo. Y poco a poco verás por qué están puestas esas palabras y no otras y hasta la distribución de las comas y los puntos, y en todo eso hallarás belleza o, también, encontrarás desproporción y fealdad.

Porque el riesgo de leer cuando te has aficionado a la escritura es ese, que ya no todo el monte es orégano. Poco a poco, al tiempo que aprendes, serás más exigente con lo que lees y disfrutarás más de lo bueno, pero también te provocará rechazo mucho de lo que antes te gustaba.

Cuando te pase eso, deja el libro y coge otro. Nadie está obligado a leer lo que no le gusta o le parece malo. Especialmente, porque la vida es corta y hay muchos libros buenos, más de los que podrías leer en varias vidas.

martes, 27 de noviembre de 2018

Escribir por escribir (5). Escribiendo


          Has leído mucho. Has oído que para escribir lo importante es haber leído mucho y tú, que eres un lector empedernido, te agarrotas cuando escribes, no sabes ni cómo empezar. Bien, pues ahora vas a oír otra cosa. Escucha lo que yo te digo: lo importante no es haber leído mucho. Nadie aprende a escribir leyendo como nadie aprende a jugar al baloncesto viendo partidos de la NBA.

                A andar se aprende andando. A montar en bicicleta se aprende subiéndose en una bicicleta y estando dispuesto a darse algún porrazo. A jugar al baloncesto se aprende botando el balón miles de veces, pasándolo y tirando a canasta.

                A escribir se aprende escribiendo. No hay otra. Leer es un complemento. Es mucho mejor leer que no hacerlo y, sobre todo, es mucho mejor haber leído antes a quien lo hace bien, pero no es necesario en absoluto.

                Recuerda que no partes de cero porque sabes hablar, y que al escribir lo que habrías dicho tienes la ventaja de poder quitar y poner, de poder reordenar esos pensamientos que se te embarullan cuando intentas explicarte de viva voz.

                Recuerda, también, que el resultado no puede ni debe ser perfecto. No pretendas jugar como Pau Gasol porque tú no tienes ni su altura ni su talento. Solo quieres echar una pachanga y divertirte.

                No pretendas escribir como la gente que lees, todavía no, porque ellos juegan en otra división. Ahora que quieres escribir, los leerás de otra manera e intentarás aprender de ellos. Por ahora, confórmate con eso.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Escribir por escribir (4). Para siempre


                ¿Has empezado a escribir y no te sale lo que quieres, lo que crees que tienes dentro? No te preocupes, eso es lo normal. ¿Crees que el pintor pinta lo que quiere? ¿Crees que el músico escribe la partitura que desearía?

                En la vida, nadie hace lo que quiere, sino lo que puede. Y eso mismo pasa especialmente con cualquier tipo de expresión. Le pasa a los mejores y a los que empiezan, y tú no eres de los mejores, por lo menos todavía.

                Eso que lees y te gustaría escribir no debe ser una referencia para ti como escritor, sino como lector. No debes desear escribir como esos grandes escritores que lees con admiración o te frustrarás y lo dejarás. Tu misión es escribir y nada más, por puro placer y con el afán de hacerlo un poco mejor cada día. Por volver al símil del pintor, si el pintor se obsesiona en compararse con Velázquez, se sentirá un negado al principio, y al día siguiente, y siempre, y no encontrará satisfacción alguna en lo que hace.

                No te compares con nadie. No cometas como artista la torpeza que cometemos cada día como personas o no encontrarás más que gente que vive mejor que tú, que escribe mejor que tú. Escribir, como el ejercicio de cualquier tipo de arte, es una lucha permanente consigo mismo, no con otros, pues no hay dos artistas iguales, pues no hay dos escritores iguales. En esto, el ejercicio del arte se parece bastante al deporte del golf, que puede jugarse solo sin ningún problema, porque la contienda fundamental es con uno mismo.

No hay nadie como tú ni nadie que sienta como tú. Lo que no escribas tú, en fin, no lo va a escribir nadie, y si no lo escribes tú, se perderá para siempre.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Escribir por escribir (3). ¿De qué escribo?


           De eso, justamente de eso. Siente la llamada y déjate llevar. ¿Hay algo que te preocupa y quieres escribir? Escribe. ¿Algo te hace feliz y te gustaría recogerlo por escrito? Ponte a ello. ¿Te ha emocionado un paisaje, un gesto, un recuerdo inesperado? Pues, venga, ¿a qué esperas?

                No tienes por qué escribir una obra de ficción, y mucho menos una novela. Si te gusta escribir, puedes empezar recogiendo detalles de tu alrededor y pequeñas reflexiones sobre lo que te ocurre o sobre lo que sucede en tu entorno o en el mundo.

La vida de las personas es una sucesión de pequeños detalles en los que casi nadie repara, porque es mucho más fácil para los sentidos y para la inteligencia fijarse en los trazos gruesos, que son evidentes y se perciben al instante. Los trazos gruesos son necesarios, porque nos dan una idea inmediata de cómo son las personas y nos ayudan a movernos con presteza en la situaciones cotidianas, pero no siempre responden al fondo de la realidad.

Con tu alrededor y con el mundo paso lo mismo. Hay una realidad noticiosa, que es la que nos mandan los informativos, y una realidad social, que es aquella en la que vivimos. La primera está llena de hechos extraordinarios y parece caótica. En ella están los políticos y sus actitudes infantiles, pueriles y barriobajeras, los famosos y sus genialidades o sus excentricidades y lo más llamativo de la condición humana, que suele ser lo menos humano de ella. En la realidad social, en cambio, están las personas como tú y como yo que no se tiran los trastos a la cabeza cuando hablan de política, ni tienen comportamientos geniales o excéntricos ni saben hacer el pino con una mano, por ejemplo.

Escribir sobre los detalles de lo que te ocurre o sucede a tu alrededor, en esa realidad social que no sale en los telediarios, te obligará a reflexionar y sacará lo mejor de ti. Recuerda que solo los técnicos escriben de lo que saben. Los demás, tú y yo incluidos, escribimos de lo que estamos dispuestos a aprender buscando respuestas en nosotros mismos.

¿Has leído el título de este blog? Puede parecer una ocurrencia o un juego de palabras, pero si se llama “Tratado de lo que ignoro” es precisamente por eso.

¿Hay algo que te inquieta pero no sabes exactamente por qué? ¿Te gustaría ahondar, buscar, extraer, analizar…? Escribe.

En las conversaciones de barra de bar o de mesa camilla se aprende mucho, siempre que estemos dispuestos a escuchar a los otros, pero la conversación que más enseña es la que se tiene con uno mismo, siempre que estemos dispuestos a escuchar las distintas voces que provienen de nuestro interior, algo a lo que no siempre estamos dispuestos.

sábado, 24 de noviembre de 2018

Escribir por escribir (2). Es más fácil de lo que parece


            Cuando en mi trabajo alguien viene a exponerme los problemas que tiene para redactar un escrito, yo suelo contestarle lo mismo:
        
          – Escríbelo tú.
          – Sí, ¿pero cómo?
          – Como me lo estás diciendo.
          – Bueno, pero tú me lo corriges luego.
         – Vale. Yo te lo corrijo.

             En esencia, escribir es solo eso: exponer de la mejor manera posible lo que se te ocurre y corregirlo después.

   De hecho, cuando escribimos seguimos el mismo proceso que cuando hablamos, expresamos una idea. La única diferencia es que cuando hablamos no dejamos constancia de lo que decimos y cuando escribimos, sí.

   Que quede constancia de lo que decimos tiene sus inconvenientes y sus ventajas.

   El inconveniente principal, en el que piensan muchos de los que quisieran escribir  pero no escriben, es que en el escrito puede quedar reflejada algo más que nuestra incapacidad para expresarnos, es decir, nuestra incultura, lo que nos causa bochorno incluso antes de que lo lean los otros, incluso aunque nuestro propósito nunca fuera el de darlo a conocer.

   En cambio, la primera gran ventaja que tiene lo que se escribe sobre lo que se dice es que lo que se escribe se puede corregir. Como más tarde ahondaré sobre este tema, no me quiero extender ahora con esto. Lo que debe quedaros claro es que los textos no le salen al escritor sobre la marcha, como los lee el lector, sino que son el producto de muchas horas de trabajo, de poner y de enmendar.

   La segunda gran ventaja de lo escrito sobre lo hablado es que lo hablado deja de ser tuyo inmediatamente, pues en el mismo acto de hablar ya es, también, de tu interlocutor, que puede hacer uso de lo oído como mejor le plazca, en su sentido literal o deformado. Lo escrito, por el contrario, es tuyo en tanto no se haga público (y aquí nadie está hablando de publicarlo, al menos por ahora), por lo que siempre puedes dejárselo a una persona de confianza, para que te dé una opinión sincera, o puedes dejarlo que repose en un cajón o, incluso, puedes romperlo, o tirarlo a la basura, o quemarlo.

   Romper lo que has escrito no es ninguna tragedia si lo que te gusta de veras es escribir, como no es ninguna tragedia no ir a ninguna parte si andar es lo que de veras te gusta.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Escribir por escribir (1). A manera de preámbulo


                A muchos lectores les gustaría escribir, pero creen que es una labor enrevesada y oscura, solo al alcance de unos pocos, en los que depositan una admiración que en no pocas ocasiones trasladan al campo de lo personal. En su mayoría, esos lectores a los que me refiero no quieren escribir libros de éxito, ni siquiera desean publicar lo que han escrito, sino que, simplemente, quieren dar rienda suelta a su vocación, esto es, quieren escribir por el puro placer de contar historias como las que leen, a la manera que lo hace un pintor aficionado, que disfruta confeccionando los cuadros que regalará luego a sus amigos o colgará en la sala de estar de su casa.

                No he vendido muchos libros ni he publicado en grandes editoriales, así que ni puedo explicar cómo se consiguen esos triunfos ni puedo hablar de mis experiencias al respecto, pero sí he escrito mucho (mucho texto y durante mucho tiempo) y he sentido mucho placer haciéndolo, y esa experiencia de éxito sí puedo compartirla con quien esté dispuesto a escribir por el mero hecho de hacerlo.

                La publicación al unísono de una trilogía de casi 1700 páginas, que me ha procurado un placer inmenso durante los muchos años que he estado escribiéndola, me parece una buena excusa para explicar de una forma más sosegada lo que suelo exponer en los grupos de lectura a los que acudo cuando me llaman, a cuyos componentes animo siempre a escribir si esa es su verdadera vocación, pues pocas aficiones hay en la vida tan flexibles, tan enriquecedoras y tan baratas.

                Como primera aproximación debo decir que escribir no es escribir novelas, o no tiene por qué serlo. Borges, por ejemplo, a quien admiro por encima de a cualquier otro escritor, nunca escribió una novela. Escribir es dejar constancia por escrito de algo. Así de simple y así de poco concluyente, pues ese algo puede ser una emoción, un sentimiento, un pensamiento o una construcción inventada en la que se recojan emociones, sentimientos y pensamientos que emocionen al lector o lo hagan pensar, aunque sea con mundos totalmente ficticios.

                En las entradas que siguen a esta me propongo escribir sobre ello. También en mi caso (en este caso), será por el puro placer de escribir.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Trilogía de Occidente


Como ciudadano, siempre me ha interesado lo que ocurre en mi ciudad y en el mundo. Como persona, siempre me han maravillado las emociones y los sentimientos que anidan en cada uno de los seres humanos, tan expuestos al sufrimiento y a la belleza. Como lector, siempre me han gustado los libros de grandes tramas y personajes maravillosos, realizados con imaginación, precisión y sencillez.

Como escritor, siempre he procurado escribir lo que me habría gustado leer.

Un día me puse a escribir la historia de un asesino extraordinario y, muchos años después, me di cuenta de que había escrito la Historia Moderna de un mundo no muy distinto del nuestro, aunque totalmente ficticio, con dos ciudades emblemáticas, Sholombra y Nógdam. Estaba compuesto por tres novelas a las que llamé, por este orden, Sholombra (1), De Sholombra a Nógdam (2) y Nógdam (3), que, juntas, forman la trilogía de Occidente.

La trilogía de Occidente es una de esas obras que no se hacen porque se quiere, pues nadie en su sano juicio se embarca en un proyecto de tal envergadura, sino de las que van creciendo sobre la marcha, sorprendiendo día a día a su autor. 

Creo, sinceramente, que el resultado me desbordó, y que está muy por encima de lo demás que yo he escrito y de lo que podré escribir en el futuro. Puedo decir, también, que disfruté durante las miles y miles de horas que estuve sentado frente al ordenador, escribiéndola, y que, aunque escribía para mí, solo por el placer de crear algo hermoso, el resultado me agradaría mucho como lector, por lo que también debería resultar del agrado de quienes tienen gustos parecidos a los míos.

Como me siento orgulloso de ella, no he querido que se publique de cualquier manera y he preferido que salga libremente, como si lo hiciera ella misma, con la inestimable ayuda de varias personas: agradezco la colaboración de Jorge García, de Pérez Zarco y de Miguel Castilla, y, especialmente, agradezco la preciosa colaboración de Pol Febas Pardo, que supo interpretar el contenido de la obra en las portadas que gentilmente diseñó y en el mapa que se inserta en la segunda novela.

Esta obra, que tanto trabajo y tanto placer me produjo, va dedicada a mis hijos, Juan y Luis, pero ya es de todos ustedes, en formato digital y en papel.

Para conseguir los libros en papel, pincha sobre las imágenes.


Aquí (Sholombra), aquí (De Sholombra a Nógdam) y aquí (Nógdam), en formato digital.

*Hay mucha información sobre las tres novelas en juanboscocastilla.com.






viernes, 16 de noviembre de 2018

Presentación de "Las silabas del día", de Pérez Zarco (fragmento)


A los que nos gusta escribir nos gustan las palabras. Hay algo más allá de lo comprensible en las palabras. Si te paras a pensar un poco, resulta extraño y maravilloso que yo diga Carmen y me acuerde de mi mujer. O dicho de otra forma, es extraño y maravilloso que una palabra nos represente. Es extraño y maravillo que una simple palabra nos traiga al pensamiento una idea. Que la palabra mesa nos lleve a pensar inmediatamente en una imagen. Que la palabra amigo nos aporte un conjunto de recuerdos. Que la palabra hijo nos ensanche inmediatamente el pecho.

Ligar palabras, eso que hacemos continuamente sin darnos cuenta, es algo que nos identifica como seres humanos, que nos distingue del resto de los seres de la creación y nos iguala a los dioses.
Hay cosas que nos parecen extrañas y lo son, en efecto, pero hay cosas que nos parecen normales y son de lo más maravilloso. Nos parece extraño, por ejemplo, que los aviones vuelen, con lo pesados que son, o que el hombre haya sido capaz de llegar a la luna, y no nos parece extraño que yo os diga “anteayer estuve cogiendo setas en Cardeña” y vosotros entendáis al instante que ha llovido y yo, hace justamente dos días, fui por un terreno de monte próximo a una localidad que está a unos 50 kilómetros para coger unos vegetales que salen en otoño.
Asociar lo que vemos, lo que olemos, lo que palpamos, con unos sonidos que se coordinan con otros formando un sistema y que ese sistema sea entendido por otras personas es una creación genial. Que lo diga y que otros me entiendan y, en consecuencia, puedan sentir lo que yo y de esa forma me acompañen y nieguen mi soledad.
Que uno sea capaz de expresar lo que ve o lo que ha visto y otro lo entienda, lo entienda, es sorprendente y maravilloso, pero solo es una parte de lo maravilloso que es expresarse y que otro lo entienda. Expresar más allá de lo que se ve, expresar lo que se siente, lo que se piensa, lo que en nosotros hay de espiritual.
Expresar lo que nos llega por los sentidos, lo que procesa el pensamiento y el sedimento que queda en el alma sensible en forma de emociones y sentimientos, y que otros lo entiendan y se sientan solidarios contigo.

 Para conseguir el libro, pincha sobre la imagen
Para conseguir el libro, pincha sobre la imagen

Recogerlo por escrito es ir un paso más allá. La escritura, otro invento maravilloso que complementa el lenguaje y cierra el círculo. Que uno pueda expresar lo que siente y fijarlo, para sí mismo, para otros, para hoy, para mañana, para todos, para siempre.
Expresarse por escrito obliga y mucho, obliga a la precisión de las formas, porque lo escrito es sentencia y ya no puede mudarse, es sentencia en el espacio y en el tiempo.
Los que escriben lo saben bien, y muy especialmente los que escriben poemas. Ese hilo de palabras que se sueltan sentado frente a un arroyo, frente a la noche estrellada, frente a los otros, frente a sí mismo, en soledad y en silencio, para volver luego a la introspección y al mutismo, han de ser después recogidas por escrito en palabras formadas por sílabas que se someten al extremoso rigor de la belleza.
Al poeta no le salen los poemas como el lector los lee, por mucho talento que tenga. El poeta trabaja como un orfebre las emociones y las palabras.
Perez Zarco es, además de un ser dado a la contemplación y la creación inmediata, un técnico de la palabra, y es fácil imaginárselo en esa labor posterior de dar forma escrita a lo que ha sentido sobre la marcha. Una labor de orfebre o, mejor, de relojero, porque el orfebre trabaja con elementos materiales y ahí se queda. Al relojero, en cambio, uno se lo imagina intentando captar algo tan sutil e inaprensible como el tiempo con unos minúsculos engranajes que se coordinan en un sistema perfecto. Al relojero nunca le sobran piezas, ni le faltan, porque en su obra final están todas las que deben estar y solo esas.