5-4-2020
Juan siempre ha sido previsor,
de los que se anticipan a los acontecimientos, de esos que otean desde lejos el
territorio por el que deben avanzar. Antes de irse a Sevilla a estudiar, por
ejemplo, hizo un curso de cocina básica organizado por el Ayuntamiento de
Pozoblanco para estudiantes que debían abandonar el hogar familiar. Y creo que
lo aprovechó bien, y que le sirvió para no ser como su padre, un perfecto
desastre como cocinero en su época de universidad.
Aún recuerdo el día
en el que, delante de mí, sentados los tres junto a la mesa de la cocina, le
dijo a su hermano que no podía conformarse con saber inglés, que debía aprender
otro idioma para tener un punto extra de excelencia. Él estudió alemán por su
cuenta, a fuerza de voluntad, mientras sacaba adelante su carrera de ingeniero.
Estuvo estudiando un año en Austria y, cuando terminó la carrera, se fue a
Alemania a buscar trabajo. Lo pasó mal al principio, pero creo haber dicho aquí
que su madre los educó a él y a su hermano para que fueran «fuertes y valientes»
y aguantó hasta que consiguió lo que quería.
Cuando estaba en
Alemania, siguió con su afición por la cocina. Juan, además de voluntarioso, es
abierto, amable, solidario, comprometido, sincero… Cae bien porque es buena persona
y tiene don de gentes. Estando en Alemania se compró los útiles para hacer
paellas, ese plato tan español y tan dado a la celebración. Su amigo y
compañero de piso Pedro y él aprovecharon la compra muy bien y organizaron numerosas
fiestas en el jardín de su casa, a las que invitaban a paella a sus amigos
españoles y alemanes.
Juan volvió a España
hace poco más de un año, a Madrid. Ahora está más cerca y viene más a esta que
siempre será su casa, aunque no tanto como nos gustaría a su madre y a mí. Como
sabe que un día de Semana Santa invitamos a algunos amigos a comer, hace algún
tiempo se ofreció para hacernos una paella y habíamos quedado en que fuera hoy,
Domingo de Ramos. Las circunstancias, sin embargo, lo han hecho imposible.
Queda aplazado, Juan.
Ya sé que no te gustará lo que escribo, que lo considerarás excesivo y te
sentirás un punto avergonzado, que negarás casi todo lo bueno que de ti he
dicho. Haces bien: las virtudes se ejercen, como haces tú, y, como haces tú, se
niegan cuando alguien las hace públicas, o, cuando menos, se moderan. Pero qué
le vamos a hacer, esto es la declaración pública de amor de un padre. Y aunque
a ti te parezca imprudente, y aunque a otros les parezca exagerado, yo pienso
que todo eso y mucho más es verdad. Perdóname, Juan, pero hoy tenía que decir
bien alto y bien claro que me alegro mucho de ser tu padre y que te quiero.