sábado, 4 de abril de 2020

Viviendo en la distopía 21. Mi calle


4-4-2020

Cuando yo era chico, las casas de mi pueblo no estaban preparadas para estar en ellas, sino para dormir en ellas, como lo demuestra el hecho de que en casi todas hubiera una especie de sala de estar de bonito o para las visitas, que tenía los mejores muebles y, por paradójico que parezca ahora, no se utilizaba nunca, y que las habitaciones fueran oscuras, frías, poco ventiladas y muy pequeñas. Los niños compartíamos habitaciones y camas. En mi caso, mis dos hermanos compartían una cama y yo, durante varios años, compartí en la misma habitación la otra cama con un primo.

La vida se hacía entonces en la "salita", que también hacía de comedor, en la que el mueble principal era la mesa camilla, que tenía una tarima de madera, un brasero de picón y una enagüillas (localismo pedrocheño de faldas), además de un cajón debajo del tablero en el que se guardaba el "plato" con los alimentos que habían sobrado de otras comidas, que siempre se sacaba de refuerzo o como segundo plato. (En algunas casas, como en la de mi abuela Petra, en ese cajón también había una torreznera).

A los niños no nos importaba la poca habitabilidad de las casas porque vivíamos en la calle. Y, por la misma razón, tampoco les importaba demasiado a nuestras madres, que eran las encargadas de nosotros. Había peligros, pero estaban más allá de la calle, en los pozos, en los tendidos eléctricos, en las peleas con los muchachos de otros barrios… La calle no era hostil, sino hospitalaria, y nos acogía de tal modo que nosotros éramos felices en ella.

Yo no creo que la patria sea la infancia, como dicen algunos, ni me siento especialmente identificado con la mía, pero sí recuerdo con mucho cariño las experiencias de calle que viví y, afortunadamente, conservo de mi calle lo más importante, los amigos. De hecho, muchos de mis amigos de ahora son los mismos que tenía cuando era chico y jugaba con ellos en la calle Demetrio Bautista de Pozoblanco, la mía, la nuestra.

Quizá venga de ahí, de mi infancia, mi fijación con lo que la calle representa. Ya lo he dicho aquí y lo repito ahora: para mi es suficiente una habitación con una cama, un ordenador y una puerta a la calle. Y soy afortunado porque, a día de hoy, tengo todo eso y mucho más, aunque la puerta se encuentre temporalmente cerrada.