La misión del alcalde es la más
bonita que puede ostentar el vecino de un pueblo, pero es también la más
sacrificada.
Algunas veces, el alcalde llega al despacho del secretario del
Ayuntamiento y dice que tiene una papeleta. Una papeleta es un problema difícil
de resolver o de remate imposible. A los alcaldes de los pueblos pequeños se
les presentan con relativa frecuencia papeletas que tienen más que ver con la
vida personal de los vecinos del pueblo que con la condición de ciudadanos de
estos. Ante el problema de un habitante cualquiera, el alcalde de un pueblo
pequeño no podría mirar para otro lado ni aunque quisiera, porque en una
sociedad tan pequeña se lo encuentra por todas partes. El alcalde no tiene
horario de trabajo ni límites a su función: todo lo que ocurre en el
vecindario, de un modo o de otro, le incumbe, y sobre casi todo tiene que
acabar tomando alguna medida.
Como por sí misma la Ley no da
solución a los problemas personales, muchas veces al alcalde le sirve de poco
el informe del secretario o de cualquier otro técnico del Ayuntamiento. Si todo
político se encuentra en algún momento a solas con su decisión, el alcalde de
un pueblo pequeño suelo hacerlo, además, bajo el supuesto amparo de una ley que
unos legisladores lejanos han hecho pensando en las ciudades o en los pueblos grandes,
una ley, en fin, que ni lo comprende ni lo protege.
Mientras los demás políticos deben
decidir sobre una masa de personas teniendo en cuenta variables que son cifras,
el alcalde de un pueblo pequeño decide sobre las circunstancias de individuos
concretos a los que conoce personalmente porque son familiares, o amigos, o
compañeros, o vecinos, o se incluyen en varias de esas categorías, o en todas a
la vez. Si con el tiempo todo político aprende que no todo tiene solución, que
debe convivir con el conflicto social y buscar el equilibrio del acuerdo más
que la satisfacción completa del problema, el alcalde de un pueblo pequeño
aprende, además, a buscar como mediador el equilibrio vecinal, e incluso el
personal de las gentes que conoce.
Patio de la llamada "Casa de la cárcel" de Torrecampo, muy cerca de la casa consistorial, donde tiene su sede el Ayuntamiento |
El alcalde de un pueblo pequeño suele
adoptar muchas decisiones, muchas de ellas favorables a los vecinos, pero las
decisiones correctas no son siempre las favorables y es muy probable que acabe
adoptando una desfavorable a un individuo concreto o que ese individuo la
entienda como tal. Entonces, ese ciudadano se siente afrentado y se convierte
en enemigo del alcalde, por muy amigo que fuera antes. Los alcaldes de los
pueblos pequeños tienes enemigos leales, de los que se les ve venir, y enemigos
disimulados, de los que siguen echándole la mano por el hombro.
Los enemigos del alcalde,
especialmente los disimulados, pueden ponerlo en diversos aprietos. Otras
veces, lo pone en aprietos el escaso rigor de quienes toman decisiones en el
ámbito de la Justicia. He conocido, por ejemplo, a un alcalde que debió
declarar como imputado por votar en contra de un acuerdo que resultó ser
ilegal, cuando los que debieron declarar fueron los que votaron a favor, y a
otro que fue imputado por unos hechos que ocurrieron mucho antes de que él
tomara posesión del cargo.
Ahora
que se habla de los imputados (investigados) como si ya estuvieran condenados y
que los noticieros se llenan de gobernantes corruptos, me gustaría recordar a
muchos honrados alcaldes de pueblos pequeños que sienten los problemas de los
vecinos como si fueran suyos y sufren porque no pueden darles solución. Los
habrá malos, quién lo niega, y los habrá defraudadores, y manirrotos, y
deshonestos, pero también hay otros que son hombres o mujeres de bien. Y su
labor casi siempre queda oculta por el pesado telón de los políticos famosos o
por la imagen podrida de los que utilizaron el cargo para su propio beneficio
personal.
* Publicado en el semanario La comarca.