domingo, 20 de marzo de 2016

El alcalde*

            La misión del alcalde es la más bonita que puede ostentar el vecino de un pueblo, pero es también la más sacrificada.

            Algunas veces, el  alcalde llega al despacho del secretario del Ayuntamiento y dice que tiene una papeleta. Una papeleta es un problema difícil de resolver o de remate imposible. A los alcaldes de los pueblos pequeños se les presentan con relativa frecuencia papeletas que tienen más que ver con la vida personal de los vecinos del pueblo que con la condición de ciudadanos de estos. Ante el problema de un habitante cualquiera, el alcalde de un pueblo pequeño no podría mirar para otro lado ni aunque quisiera, porque en una sociedad tan pequeña se lo encuentra por todas partes. El alcalde no tiene horario de trabajo ni límites a su función: todo lo que ocurre en el vecindario, de un modo o de otro, le incumbe, y sobre casi todo tiene que acabar tomando alguna medida.

            Como por sí misma la Ley no da solución a los problemas personales, muchas veces al alcalde le sirve de poco el informe del secretario o de cualquier otro técnico del Ayuntamiento. Si todo político se encuentra en algún momento a solas con su decisión, el alcalde de un pueblo pequeño suelo hacerlo, además, bajo el supuesto amparo de una ley que unos legisladores lejanos han hecho pensando en las ciudades o en los pueblos grandes, una ley, en fin, que ni lo comprende ni lo protege.

            Mientras los demás políticos deben decidir sobre una masa de personas teniendo en cuenta variables que son cifras, el alcalde de un pueblo pequeño decide sobre las circunstancias de individuos concretos a los que conoce personalmente porque son familiares, o amigos, o compañeros, o vecinos, o se incluyen en varias de esas categorías, o en todas a la vez. Si con el tiempo todo político aprende que no todo tiene solución, que debe convivir con el conflicto social y buscar el equilibrio del acuerdo más que la satisfacción completa del problema, el alcalde de un pueblo pequeño aprende, además, a buscar como mediador el equilibrio vecinal, e incluso el personal de las gentes que conoce.  
Patio de la llamada "Casa de la cárcel" de Torrecampo, muy cerca de la casa consistorial, donde tiene su sede el Ayuntamiento
            El alcalde de un pueblo pequeño suele adoptar muchas decisiones, muchas de ellas favorables a los vecinos, pero las decisiones correctas no son siempre las favorables y es muy probable que acabe adoptando una desfavorable a un individuo concreto o que ese individuo la entienda como tal. Entonces, ese ciudadano se siente afrentado y se convierte en enemigo del alcalde, por muy amigo que fuera antes. Los alcaldes de los pueblos pequeños tienes enemigos leales, de los que se les ve venir, y enemigos disimulados, de los que siguen echándole la mano por el hombro.

       Los enemigos del alcalde, especialmente los disimulados, pueden ponerlo en diversos aprietos. Otras veces, lo pone en aprietos el escaso rigor de quienes toman decisiones en el ámbito de la Justicia. He conocido, por ejemplo, a un alcalde que debió declarar como imputado por votar en contra de un acuerdo que resultó ser ilegal, cuando los que debieron declarar fueron los que votaron a favor, y a otro que fue imputado por unos hechos que ocurrieron mucho antes de que él tomara posesión del cargo.


Ahora que se habla de los imputados (investigados) como si ya estuvieran condenados y que los noticieros se llenan de gobernantes corruptos, me gustaría recordar a muchos honrados alcaldes de pueblos pequeños que sienten los problemas de los vecinos como si fueran suyos y sufren porque no pueden darles solución. Los habrá malos, quién lo niega, y los habrá defraudadores, y manirrotos, y deshonestos, pero también hay otros que son hombres o mujeres de bien. Y su labor casi siempre queda oculta por el pesado telón de los políticos famosos o por la imagen podrida de los que utilizaron el cargo para su propio beneficio personal.

* Publicado en el semanario La comarca.