sábado, 13 de enero de 2024

Al embalse de Sierra Boyera


Es un día festivo de principios de enero de 2024.

Ahora no sé cuántos meses llevamos sin que el agua de los grifos sea potable, pero muchos en cualquier caso, por lo que los vecinos de Los Pedroches y del Guadiato, en el norte de Córdoba, tenemos que proveernos de agua para beber y cocinar a través de los camiones cisterna que las autoridades competentes en la materia han puesto a nuestra disposición.

Para alguien de fuera, que no haya seguido el proceso que nos ha llevado hasta aquí, no es fácil de entender la situación o, al menos, no son fáciles de entender las causas. Porque es cierto que hay una sequía extrema, pero no lo es menos que hay pantanos con agua en la zona y que lo que ha pasado no ha pillado por sorpresa a nadie.

El caso es que hoy, cuando tenía que buscar un lugar por el que caminar, me he acordado del embalse de Sierra Boyera, que era el que nos abastecía antes de agua y ahora está prácticamente seco, y allí me he dirigido bastante bien abrigado, porque los partes meteorológicos daban frío para todo el día.

La presa de Sierra Boyera está muy próxima a Belmez y el embalse que forma con las aguas del río Guadiato discurre en paralelo a la carretera que une ese pueblo con el de Peñarroya-Pueblonuevo, hasta cuyo extremo más lejano se acerca cuando las lluvias han sido generosas. Para ir a Belmez desde Pozoblanco, lo más cómodo es tomar la carretera que aquí llamamos de Peñarroya y desviarse en el cruce del Cuartanero hacia Belmez. Desde ahí, la carretera tiene algunas curvas, pero posee un firme aceptable y el paisaje es muy hermoso, especialmente a partir de la antigua estación de Cámaras Altas, que ha sido noticia recientemente porque se ha inaugurado un tramo de la vía verde que la une con Villanueva del Duque.

Hasta Cámaras Altas, o incluso hasta más lejos, la mañana ha sido esplendorosa, pero luego me he encontrado con una niebla cerradísima que se ha mantenido hasta bien avanzado el día, de modo que con niebla he andado por las desiertas calles de Belmez y con niebla he tomado la vía pecuaria Vereda de Córdoba, que me ha llevado, con el ferrocarril a un lado y el río Guadiato a otro, hasta la derruida estación de Cabeza de Vaca.

Que el río es por ahí bastante ancho lo he visto desde el camino, pero no he descubierto que estuviera corriendo un poco sino hasta un puentecillo (más bien vado) que cruza el cauce frente al camino que conduce a la cueva Fosforita, cuyo acceso está prohibido. Si el río no solo son grandes charcas, sino que corre –me digo–, debe ser por alguna razón ecológica o porque es necesario llevar aguas al pantano que hay más abajo, el de Puente Nuevo, porque la presa de Sierra Boyera queda un poco más arriba y no las ha retenido.


El asunto añade más barullo a los embarullados pensamientos que llevo mientras camino. Para intentar desenredar la madeja, me pongo en el lugar de un lugareño que intentara explicarle a un extraño lo que está pasando y, sin dejar de andar, me digo:

A ver, en el principio de todo, allá por los años 90 del pasado siglo, hubo una sequía muy grande, que obligó a limitar el suministro domiciliario de agua a unas cuantas horas. El agua se trajo entonces desde el embalse de Puente Nuevo (más grande), con unas obras de emergencia, y nuestros gobernantes, con buen criterio, resolvieron: «Esto no volverá a pasar. Construiremos otra presa en La Colada para embalsar aguas del río Guadamatilla, con lo que tendremos asegurado el suministro por mucho que duren las sequías». Así que se libró el dinero, se licitaron las obras y se construyó la presa de La Colada, y, como volvió a llover, se llenó de agua el embalse.

Pero eso, que volvió a llover y, como volvió a llover, también se llenó el embalse de Sierra Boyera, y entonces ya no hubo tanta necesidad de solucionar las sequías futuras. De hecho, se dejaron perder las instalaciones que había traído el agua desde Puente Nuevo y nunca llegaron a concluirse las instalaciones necesarias para distribuir el agua desde La Colada. Así que había tres pantanos en la zona, tres, pero solo uno estaba operativo para abastecer a la población, el de Sierra Boyera, el más pequeño y el que causalmente se había secado.

Pero he aquí que volvió el cielo a no mandar agua. Y entonces todo el mundo se puso nervioso. No al principio, ni al medio, sino al final, cuando se vio clarito que ni lloviendo se arreglaba inmediatamente el problema. Así que otra vez hubo que adoptar decisiones de emergencia, es decir, a la carrera, y ya se sabe que cuando se hacen las cosas sin pensárselas mucho puede ocurrir aquello en lo que no habías pensado, que fue precisamente lo que ocurrió.

Ocurrió que se fue a por agua a La Colada como si contuviera un agua cualquiera cuando no era así, de manera que los sistemas de depuración de que se disponía no eran suficiente para potabilizarla. Y ya no había tiempo de solucionar el problema.

Entonces fue cuando llegaron las culpas del otro. Del otro. Del otro.

Los seres humanos somos así, de colgarnos medallas por los méritos propios y ajenos y culpar al otro de nuestros errores. Pero en España eso es más fácil, mucho más, porque va con nuestro carácter y porque hay muchos organismos con competencias en una misma materia. Para el caso del agua, hay cuatro, a saber: (1) el Estado (a través de las confederaciones hidrográficas. En este caso, dos confederaciones, la del Guadiana, para la presa de La Colada, y la del Guadalquivir, para las presas de Sierra Boyera y Puente Nuevo); (2) la Junta de Andalucía (sobre las infraestructuras de abastecimiento que ella misma haya declarado de interés autonómico); (3) la Diputación Provincial (que tiene una sociedad instrumental para la gestión del ciclo integral del agua, EMPROACSA) y (4) cada uno de los ayuntamientos de las dos comarcas afectadas, que si bien tienen la gestión cedida a la Diputación conservan la titularidad de los medios necesarios para la prestación del servicio y el deber moral de llevar agua de calidad a sus vecinos.



Y esos organismos (ese maremágnum de instituciones) están gobernados por partidos distintos, o, más bien, enfrentados. Es decir, que siempre es posible responsabilizar al otro partido de lo malo que está pasando. Y como a eso hay que añadir que la presa de La Colada se terminó en 2006 y por el gobierno de cada uno de los organismos citados han pasado distintos partidos, siempre es posible responsabilizar a otro partido de lo malo que ya ha pasado.

El caso es que echar las culpas al otro de lo malo de ahora o de lo malo que trae causa del pasado es sumamente fácil para los partidos políticos, que son los que realmente gobiernan. Y como les vale, porque la gente se cree mayoritariamente lo que les cuentan los líderes de los partidos más afines a su ideología, pues les echan las culpas al otro y ya está lo más importante arreglado.

Bueno, a ver, sigue sin arreglarse el problema del agua, que por supuesto todo el mundo quiere solucionar. Pero lo quiere solucionar después de sacudirse las culpas, después de responsabilizar al otro, con una unidad más de boquilla que real. No recuerdo que nadie haya culpado a los suyos, sin peros, ni creo que lo haya habido. Pero recuerdo reuniones de los dirigentes del PSOE, por su cuenta, y de los del PP, también por su cuenta. Todas con las fotos respectivas que sirvieran para documentar su interés, esto es, para que los spin doctors de turno pudieran hacer propaganda.

Ha habido reuniones conjuntas, de todos, muchas reuniones. Y ha habido declaraciones de unidad, muchas, pero quienes han asistido a ellas o las han firmado nunca se han sacudido el peso del partido al que pertenecen y eso, naturalmente, ha calado en la población, que si ya está dividida por la política general, se dividió también sobre este trascendental asunto.

Así que cuando se creó una plataforma ciudadana, algunos de cuyos líderes habían estado vinculados a movimientos de izquierdas, se pensó que la plataforma era de izquierdas. Se pensó directamente por la ciudadanía y, sobre todo, se pensó aleccionada por los partidos: unos porque quisieron hacer suyo el movimiento (como ha pasado con la patria o con el movimiento feminista, por ejemplo, que son de todos) y los otros porque dejaron que los primeros lo hicieran suyo (y aquí tengo que poner otra vez de ejemplo a la patria y al movimiento feminista).

La división se agravó cuando algunos metieron a los ganaderos en el problema y, consecuentemente, en la solución. Los ganaderos son uno de los motores económicos de Los Pedroches, especialmente los ganaderos intensivos, a los que se culpó de contaminar las aguas que ahora no se podían depurar. Nadie dijo que si contaminaban era porque se les estaba permitiendo por quien tenía competencias medioambientales (menos la Diputación, todas las demás instituciones las tienen), y era a quien se lo permitía y se lo había permitido a quien había que exigirle responsabilidad, igual que hay que exigirle responsabilidad al que, teniendo competencias en la materia, mira para otro lado cuando alguien parcela sin permiso un territorio o construye ilegalmente en el campo.



La plataforma ciudadana, con la mejor intención, quiso sumar a los alcaldes a las protestas, lo que yo creo que fue un error, porque los alcaldes quieren lo mejor para su pueblo, pero dentro de lo que diga su partido. Y a los partidos lo que de verdad les interesa es gobernar en todo, pero especialmente a lo grande, en lo grande, antes que en lo chico. Es decir, a los partidos les interesa el relato que nos convierte a todos en seguidores fieles de sus consignas. En seguidores fieles y ciegos.

Así que los alcaldes eran, en el fondo, parte de aquello contra lo que se protestaba. De esa manera se entiende que se sumaran a las protestas, sí, pero como a remolque, y ya se sabe que los remolques son una carga de la que hay que tirar, aunque no lleven nada encima.

Que la presentadora de la concentración última organizada por la plataforma diera las gracias a los alcaldes por lo que estaban haciendo es una muestra más de lo mal definidos que están los papeles de quien protesta (la sociedad) y aquellos contra quienes se protesta (los que tienen que tomar las decisiones, esto es, los representantes de la sociedad, alcaldes incluidos).

Las protestas han sido, en fin, escasas y poco nutridas, impropias de la gravedad del problema. De hecho, la única de verdadera relevancia ha sido la mencionada huelga de hambre, esto es, han tenido que ser cuatro personas y no la población la que se haya puesto en pie para demandar dinero. Porque, al final, todo se resume en eso, en quién pone el dinero.

El asunto da para un comentario más largo, pero no quiero aburrir al paciente lector de estas páginas y tiempo habrá para hablar de lo que aquí se toca medio de refilón. El caso es que, según parece, tendremos agua potable en los grifos pronto, más o menos un año después de que nos prohibieran beber la que nos llega. O no. Nunca se sabe, porque nuestros representantes –por increíble que parezca– siguen haciendo la guerra por facciones, dependiendo del partido al que pertenezcan.

En lo que afecta a este paseo, en conclusión, solo me queda decir que de las orillas del Guadiato me fui a la presa de Sierra Boyera, donde comprobé la poca agua que retiene, y que anduve pensativo y en soledad por la carretera que la corona, como el último ser vivo de un mundo desolado. Solo mucho después, cuando la mañana estaba a punto de dar paso a la tarde, se fue la niebla y pude ver a lo lejos la línea blanca y roja de las casas de Belmez, el gris pajizo del cerro que escolta al pueblo y, arriba del todo, la silueta recia e imponente del castillo recortada sobre el azul intenso del cielo.

Para conseguir la ruta en Wkiloc, pincha sobre la imagen