21-4-2020
La gente, por lo
general, es buena. A la gente la ponen a hacer colas retorcidas en los
aeropuertos y hace colas retorcidas sin rechistar. A la gente le dicen que no
puede coger el metro porque hay una huelga y se busca la vida de otra forma. A
la gente le dijeron que dejara de fumar en los bares y dejó de fumar en los
bares, cuando todos nos creíamos que iba a haber una revolución.
A la gente le han
dicho que se quede en sus casas y se ha quedado en sus casas. Se ha quedado
quince días, y luego otros quince, y se quedará todo el tiempo que haga falta.
La buena gente ha salido
a aplaudir a sus puertas o sus balcones a esa parte de ella misma que se está
jugando la vida para salvarla, a sus sanitarios, y, también, a esa parte de
ella misma que han seguido trabajando para mantener el funcionamiento de
nuestra sociedad: a sus agentes del orden, a sus ganaderos, a sus repartidores,
a sus cajeros de supermercados, a sus asesores fiscales y a otros muchos
trabajadores que son igual de importantes, aunque no los nombre ahora.
La buena gente ha
estado muy pendiente de los políticos, de todos ellos, no solo de los que
mandan, porque espera de ellos una actuación acorde con las circunstancias, que
son muy graves, gravísimas, tan graves como no se habían conocido en mucho
tiempo.
La buena gente está
actuando con unidad y patriotismo. Unidad es la que la buena gente está
teniendo cuando se ha mantenido como un solo cuerpo: sufriendo como un cuerpo,
llorando con un cuerpo, enterrando a sus muertos como un cuerpo. Patriotismo es
lo que la buena gente está teniendo cuando aguanta en sus casas y cuando se va
a trabajar poniendo en riesgo su vida o para que todos podamos seguir comiendo
y manteniendo dignamente nuestros hogares y a nosotros mismos.
La buena gente sabe
que el problema es de proporciones bíblicas y espera de sus representantes una
solución de proporciones bíblicas, que no puede salir sino de la unidad y el
patriotismo verdadero, el mismo que está demostrando ella.
La buena gente
debería estar muy pendiente, MUY PENDIENTE, de lo que hacen sus representantes,
especialmente de lo que hacen esos en los que siempre confía porque tienen un
pensamiento más acorde con el suyo. Si sus representantes no renuncian, si no
transigen, si miran al presente con rencor o están más pendientes de una parte
de la sociedad que de toda la sociedad, la buena gente debería dejar de confiar
en ellos, aunque solo fuera por esta vez.
O salimos juntos o no
salimos. El pozo en el que hemos caído es muy hondo y no se puede salir de él gateando
con una sola ideología, sino apoyándonos unos sobre los hombros de otros. Eso
deberían entenderlo nuestros representantes, tan poco proclives al sacrificio y
al acuerdo, y, ¡ojo!, deberíamos entenderlo también nosotros.