martes, 21 de abril de 2020

Viviendo en la distopía 38. La buena gente


21-4-2020

La gente, por lo general, es buena. A la gente la ponen a hacer colas retorcidas en los aeropuertos y hace colas retorcidas sin rechistar. A la gente le dicen que no puede coger el metro porque hay una huelga y se busca la vida de otra forma. A la gente le dijeron que dejara de fumar en los bares y dejó de fumar en los bares, cuando todos nos creíamos que iba a haber una revolución.

A la gente le han dicho que se quede en sus casas y se ha quedado en sus casas. Se ha quedado quince días, y luego otros quince, y se quedará todo el tiempo que haga falta.

La buena gente ha salido a aplaudir a sus puertas o sus balcones a esa parte de ella misma que se está jugando la vida para salvarla, a sus sanitarios, y, también, a esa parte de ella misma que han seguido trabajando para mantener el funcionamiento de nuestra sociedad: a sus agentes del orden, a sus ganaderos, a sus repartidores, a sus cajeros de supermercados, a sus asesores fiscales y a otros muchos trabajadores que son igual de importantes, aunque no los nombre ahora.

La buena gente ha estado muy pendiente de los políticos, de todos ellos, no solo de los que mandan, porque espera de ellos una actuación acorde con las circunstancias, que son muy graves, gravísimas, tan graves como no se habían conocido en mucho tiempo.

La buena gente está actuando con unidad y patriotismo. Unidad es la que la buena gente está teniendo cuando se ha mantenido como un solo cuerpo: sufriendo como un cuerpo, llorando con un cuerpo, enterrando a sus muertos como un cuerpo. Patriotismo es lo que la buena gente está teniendo cuando aguanta en sus casas y cuando se va a trabajar poniendo en riesgo su vida o para que todos podamos seguir comiendo y manteniendo dignamente nuestros hogares y a nosotros mismos.

La buena gente sabe que el problema es de proporciones bíblicas y espera de sus representantes una solución de proporciones bíblicas, que no puede salir sino de la unidad y el patriotismo verdadero, el mismo que está demostrando ella.

La buena gente debería estar muy pendiente, MUY PENDIENTE, de lo que hacen sus representantes, especialmente de lo que hacen esos en los que siempre confía porque tienen un pensamiento más acorde con el suyo. Si sus representantes no renuncian, si no transigen, si miran al presente con rencor o están más pendientes de una parte de la sociedad que de toda la sociedad, la buena gente debería dejar de confiar en ellos, aunque solo fuera por esta vez.

O salimos juntos o no salimos. El pozo en el que hemos caído es muy hondo y no se puede salir de él gateando con una sola ideología, sino apoyándonos unos sobre los hombros de otros. Eso deberían entenderlo nuestros representantes, tan poco proclives al sacrificio y al acuerdo, y, ¡ojo!, deberíamos entenderlo también nosotros.