9-4-2020
Los asesores fiscales y laborales
están que trinan. De pronto, en cuestión de días, se les ha venido encima un aluvión
de normas que se amplían, se complementan y se corrigen, y que forman una
maraña inescrutable de derechos y obligaciones inmediatas para empresarios y trabajadores.
Y todo esto con la gente en sus casas, la economía medio parada, las
plataformas digitales de la Administración saturadas y los funcionarios que
deben dar respuesta a sus consultas tan atiborrados de trabajo y tan enredados como
ellos.
El mundo moderno es complejo y está
lleno de políticos que intentan darle solución a base de normas, boletín
oficial en la mano, en un proceso de mejora permanente que convierte el armazón
legislativo en una selva. De entre esos miles y miles de nuevas
normas anuales destacan las que se refieren a Hacienda y la Seguridad Social.
Hacienda y la Seguridad Social son implacables,
y eso está bien, porque con lo que ingresan se pagan, esencialmente, la
educación, la sanidad y las pensiones. De hecho, la mayor diferencia entre un
Estado tercermundista y uno del primer mundo está en la severidad del sistema recaudatorio
y de Seguridad Social, que es escasa en el primero y muy alta en el segundo.
Pues bien, para que esa labor pública
sea posible, son imprescindibles los asesores fiscales y laborales. Ellos son tan
necesarios para nuestra sociedad como los ganaderos que nos proveen de leche o
los albañiles que construyen nuestras casas, pues hacen de intermediarios entre
la realidad del tajo, donde se halla el dinero de todos, especialmente de los
que más tienen, y la ficción del Presupuesto público.
En días como estos, en los que todo el
mundo se acuerda de los que están en las trincheras de la guerra que libramos
contra un enemigo invisible, yo me acuerdo también de ellos. Paciencia, amigos.
Sabed que la sociedad os comprende y os anima. Haced lo que podáis sin perder
la salud, que seguiremos necesitándoos cuando todo esto pase.