sábado, 6 de agosto de 2022

Y los caminos de Adroches XVII: El Viso o La vida en barbecho

 

Cuando era joven, había varias discotecas en El Viso y los muchachos de Pozoblanco íbamos a ellas buscando aventuras y oportunidades, algunas de las cuales cuajaron en parejas mixtas, que desde entonces fueron parte de nuestras vidas. Luego, hice las prácticas de trabajo en el Ayuntamiento de El Viso, fui muchas ediciones a las fiestas en honor de la abuela Santa Ana y fueron incontables las noches que visité su centro de salud cuando Carmen estuvo allí haciendo guardias. He ido a El Viso con causa y sin causa, montones de veces, para hacer algo y para no hacer nada, he navegado en piragua por el pantano de La Colada, he comido en la huerta de Los Frailes el lunes de Pascua, he visto las vaquillas desde la barrera en los días de feria, he disfrutado muchas ediciones del auto de los Reyes Magos y, entre otras cosas, he andado por muchos de sus caminos.  

Todavía es invierno cuando comienzo junto a la Piscina Municipal el camino que propone Adroches para El Viso, pero ya se vislumbra la primavera, es media mañana y el Sol me manda una luz blanda y un calor tibio, escondido por momentos entre las nubes. Ha llovido recientemente y los campos, que tenían la piel seca y áspera de los labradores antiguos, tienen ahora un verdor claro y la cara lustrosa, como si se le hubieran dado un lavado y vinieran hidratándola desde hace días con algún emplasto casero. Mientras camino, veo grietas en la faz del campo, pero son hechas a propósito, con el afán de dejarla en barbecho.

Cuando era chico, mi abuelo Juan me explicó la necesidad de labrar al tercio para dejar recuperarse a la tierra, y me puso como ejemplo una cerca conocida por mí a la que, obligados por la necesidades de la posguerra, se la había puesto en producción dos años seguidos: aquella cerca no produjo el segundo año lo que el primero ni pudo producir durante muchos años. Luego, oí que se podía lograr una producción agrícola más eficiente rotando los cultivos, de manera que unos aprovecharan los nutrientes que no aprovechaban los otros. Y, más tarde, oí que la eficiencia había llegado a tal punto que era necesario producir menos para mantener los precios, por lo que la Unión Europea obligó en la PAC a dejar un porcentaje de tierras en barbecho.

Cuando escribo esto, la invasión de Ucrania por Rusia (ambos grandes exportadores de cereales) ha hecho que se produzca un alza generalizada en los precios de los insumos agrícolas y se tenga la sensación de un posible desabastecimiento, por lo que quienes saben de esto están cuestionando la existencia de los barbechos, que dejan cientos de miles de hectáreas sin sembrar.

Aunque no soy agricultor ni ganadero y entiendo más bien poco de campo, reconozco que tal vez deba eliminarse el sistema de barbecho para volver a la rotación de cultivos, que hace más productiva la tierra y abarata los precios. Todo mientras no se ponga tan en cuestión el barbecho que decidan suprimirlo para todo, también para la vida: al fin y al cabo, las mejores épocas de la vida son esas, las que uno dedica a recuperar los nutrientes perdidos en el trabajo, las de barbecho.

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martes, 2 de agosto de 2022

Los caminos de Adroches XVI: Villaralto o Las ventajas del panteísmo

Aunque está en el centro de Los Pedroches, Villaralto coge un poco a trasmano, como quien dice, pero es un pueblo que conviene visitar aunque sea dando un pequeño rodeo, pues conserva en lo esencial el aire afable que tuvo antaño, de calles largas y casas blancas con dinteles de granito y tejados rojos.

En Villaralto no se perdieron castillos ni conventos con ese desarrollo mostrenco que trajo la modernidad, porque nunca los hubo. Aunque Villaralto también tuvo sus ricos, solo eran ricos de altura local, que no construyeron palacios ni casas muy grandes, así que por ahí tampoco se ha perdido gran cosa. La gente de Villaralto siempre fue de clase trabajadora y humilde, que solía ganarse el pan trabajando en las fincas de otros, muchos de ellos como pastores. No en vano, Villaralto tiene como patrona a la Divina Pastora, en Villaralto está el museo del Pastor y en Villaralto se celebra anualmente la feria del Pastoreo.

Villaralto nació como aldea de Torremilano y, al escindirse de este, solo pudo llevarse un término municipal muy pequeño, de modo que los caminos que nacen en Villaralto se salen pronto de su término municipal. Lo digo aquí como curiosidad, aunque a los caminantes, que somos personas de mundo y del mundo, no nos importen esos límites artificiales que sobre el terreno imponen los seres humanos en función de sus terruños mentales, ni les importen a los que, como yo, se consideren de Los Pedroches, así, en conjunto, y no de un pueblo o de otro de la comarca.

El camino que propone Adroches se sale de Villaralto pronto, ya digo, y discurre por el centro de Los Pedroches, entre varios pueblos que tienen como patrona a la Virgen de Guía, a cuya ermita conduce.


Lo recorro un día de febrero precioso, demasiado, porque a estas alturas del año debería estar lloviendo. Salgo de Villaralto temprano, casi al alba, cuando la Tierra aún tiene legañas, el suelo cruje con su desperezo y en el aire se aprecia el vaho de su aliento frío. Me gusta imaginar a la Tierra así, como si no solo fuera un ser vivo, sino, además, un ser pensante que me aloja y consiente mi paso, un ser pensante en el que fui y al que volveré un día. Un ser pensante del que formo parte, como esas ovejas que me observan, como esas piedras que rompen su silencio cuando las piso, como esas viejas encinas a las que descompusieron el tronco cuando eran jóvenes pero siguen en pie, con los brazos arriba, inabordables a las inundaciones y a las sequías.

Ser panteísta tiene la ventaja de que eres de todas las ideologías y de ninguna, o eso creo mientras camino. Con pensamientos como esos y otros por el estilo, haciendo una foto aquí y otra allá, recorro casi sin darme cuenta el cómodo camino que me lleva hasta la ermita de la Virgen de Guía, cuyo culto es compartido por los pueblos de Villanueva del Duque, Alcaracejos, Dos Torres, Fuente la Lancha e Hinojosa del Duque, y se halla muy cerca de Alcaracejos y más cerca aún de Villanueva del Duque, de la que dista menos de un kilómetro, que puede recorrerse por un paseo recto y bien cuidado, marcado por una pared baja de piedra y otra de madera, alumbrado artificialmente y circundado por árboles y arbustos.

Admiro la emita y su entorno, de los que no hablo porque hay mucha información por ahí y es mucho mejor que sería la mía, y entro en el cementerio de Villanueva del Duque, que forma parte del conjunto.

Ser panteísta tiene la ventaja de que reconoces en cada puñado de tierra parte de lo que seremos, así que no me impresionan los cementerios más allá de lo que dicen sobre las costumbres de los vivos y sobre lo que a los vivos afecta la efímera memoria de los huesos.

El Sol se ha levantado y observa lo que hago. Sutilmente, con los ojos entornados, lo miro por un momento y le sonrío, agradecido. Sé que me mandará su luz y su calor hasta Villaralto, hacia donde me encamino por el sendero que nos propone Adroches, que recorro gozosamente y sin prisas, ahora no recuerdo pensando en qué.

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jueves, 28 de julio de 2022

Los caminos de Adroches XV: Villanueva del Duque o Para todo hay que tener suerte

 

Han pasado varias ciervas con sus crías delante de mí y, poco después, ha pasado un jabalí a unos cuantos metros, tranquilamente, tanto que me ha dado tiempo de sacar el móvil del bolsillo y hacerle unas cuantas fotos mientras se iba.

Hablo del camino que Adroches propone para Villanueva del Duque, que recorro al amanecer de un día de junio. Detrás de mí, he dejado unas cuantas casas de campo en ruinas. Poco después, veré otras cuantas, estas habitadas y en perfecto estado.

Las casas en ruinas, las casas habitadas, los animales salvajes que pasan delante de mí, esos olivos escuálidos que forman líneas rectas en la tierra agrietada, el monte que crece a veces a la vera del camino, la línea de montañas desmochadas que veo hacia el sur… Y las primeras luces del día, y el aire todavía fresco que me da en la cara, y la acogedora soledad de los campos, y la grata compañía de los recuerdos, y ese entretenimiento eterno del que charla consigo mismo…

Lo que me interesa del campo son los paisajes, los espacios abiertos y los caminos y, a esos efectos, el campo está a unos cuantos cientos de metros de mi casa y puedo usarlo como y cuando quiera. A unos cuantos cientos de metros hay un hospital, varios colegios e institutos y un conservatorio de música, al que durante muchos años fue uno de mis hijos. Y hay muchos bares con terrazas, y supermercados, y farmacias… Y la vivienda está muy barata.



Ahora que no se sabe qué hacer para revertir el proceso de despoblación que afecta a zonas rurales como la mía, quizá convendría hacer hincapié en que, si no a unos cuantos cientos de metros, eso y más se puede tener en Los Pedroches a unos cuantos kilómetros, o a unos cuantos minutos, que es como se mide ahora la distancia.

Hace tiempo oí a una persona famosa hablar de los muchos inconvenientes que quienes lo querían le planteaban sobre el hábito de fumar y de que nadie le había hablado del placer que supone respirar a pleno pulmón, profundamente, algo que solo pueden hacer los que no fuman. Respirar sin obstáculos es un placer natural, de esos que no se valoran pero forman parte de la calidad de la vida, como tener conciencia del tiempo que pasa o poder desarrollar una afición.

No sé muy bien por qué asocio los placeres que no se valoran con el hecho de vivir en este lugar, que sufre el despoblamiento. Quizá porque, bien pensado, esto se llenaría de gente si el mundo se enterara de lo que tenemos aquí.

En los últimos tiempos, cuando ya la razón no la acompañaba por completo y no decía sino la verdad, mi madre solía decirme que había tenido mucha suerte en la vida. Me acuerdo mucho de eso porque, hasta ahora, yo he tenido mucha suerte de vivir donde vivo y en este tiempo.

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domingo, 24 de julio de 2022

Los caminos de Adroches XIV: Villanueva de Córdoba o Los números del éxito

 

La dehesa es un bosque humanizado, en el que se ha limpiado de matorral el bosque mediterráneo original y se ha controlado el crecimiento de los árboles, que en Los Pedroches son mayoritariamente encinas, aunque también hay alcornoques y quejigos. En la dehesa hay pastos, donde se alimenta al ganado en régimen extensivo, y árboles, que producen leña para el consumo humano y bellotas para el ganado. Y hay una gran cantidad de fauna silvestre.

Así que, como «bosque», es bueno para el medioambiente y, como «humanizado», es bueno para la economía de las personas, especialmente en territorios como Los Pedroches, que están muy afectados por la despoblación.

La ruta que propone Adroches para Villanueva de Córdoba discurre por una zona de dehesa muy bien conservada, y sigue caminos delimitados con paredes de piedra que llevarán al caminante hasta el río Gato (los ríos aquí, por importantes que sean, solo corren unos cuantos meses al año) y lo devolverán al inicio después de haber tenido a la vista las sierras del sur y, en un punto lejano de las mismas, a la villa de Obejo, que siempre ha estado hermanada con las Siete Villas de Los Pedroches.

Precisamente ahí, mientras me reponía de una cuesta arriba importante, parado no lejos de un cortijo que ahora sirve de lugar de celebraciones y teniendo a la vista la villa de Obejo, sintiendo el freso de la mañana en la cara y sin nadie a mi alrededor, sin nadie, me he acordado de las veces que se acude al número para medir el éxito.

Me he acordado, seguramente, por las veces que he pensado en lo contraproducente que resulta publicitar un acontecimiento que ya tiene demasiado público, como las romerías, por ejemplo. O en lo gregario del ser humano, que busca los lugares llenos, aunque sean incómodos, tal vez pensando –yo creo que equivocadamente– que allí va a estar más acompañado. O en la vanidad pueril de los artistas, que contamos los éxitos por el número de seguidores o por las ventas, en lugar de por lo que nuestra obra ha influido en quien la ha observado.

O en lo fácil que es incrementar las audiencias dando al público lo que quiere, en lugar de haciéndolo pensar.

Una vez estuve en el meollo organizativo de una importante manifestación de protesta y a la hora de redactar el comunicado de prensa se exageró hasta límites desproporcionados el número de asistentes. Ni allí importó la verdad ni importa en la mayoría de los casos. Lo que importa es el número, que es lo que se queda grabado en la memoria, en los periódicos y en los anales que correspondan, y que ese número sea muy alto, aunque sea insustancial o totalmente falso, aunque sea contraproducente o no haya quien se lo crea.

Estoy en el campo. He visto vacas de carne y cerdos ibéricos, ganado en régimen extensivo que debe respetar una determinada proporción de cabeza por hectárea para ser económicamente rentable y medioambientalmente sostenible. Hay aquí mucha lógica, mucha sensibilidad hacia la tierra, mucha riqueza y mucha sabiduría ancestral. Aquí, los números se manejan con inteligencia. Aquí, todos los números son racionales y ninguno es imaginario. Aquí, en resumen, los números son otra cosa.

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jueves, 21 de julio de 2022

Los caminos de Adroches XIII: Torrecampo o Lo público es de todos

Una circunstancia reciente me ha hecho ver lo afortunado que soy al vivir en esta época y este país, donde la educación es pública, como lo son la sanidad y las pensiones. Lo público me permite tener servicios como esos y otros más, pero también me hace propietario de los mejores bienes: las playas son mías y nadie me puede impedir usarlas, son míos todos los ríos, las aguas que hay en los pantanos y, en general, todas las aguas, y, para lo que interesa a esta pequeña entrada, son mías las vías públicas (las calles, las carreteras y los caminos públicos), por las que puedo circular libremente, o, al menos, ese es el derecho que me reconocen las leyes. Son mías, tuyas y de todos.

No hace falta ser comunista, ni socialista ni nada parecido para darse cuenta de la trascendencia que en la sociedad actual tienen una educación pública, unas aguas públicas y unas vías públicas, además de todo lo dicho.

La introducción viene a cuento porque, antes, los caminos se usaban a pie o a lomos de alguna bestia, de manera que el camino mejor era, normalmente, el más corto. Ahora que nadie va a trabajar al campo andando o a lomos de una bestia, sino en algún vehículo a motor, el mejor camino es el que pueden usar los coches, aunque haya que dar un rodeo, lo que ha hecho que se dejen de utilizar el resto, muchos de los cuales han sido ocupados por los propietarios colindantes ante la dejadez o la cobardía de las autoridades municipales, que tenían la obligación legal de defenderlos, pues son de todos.

imagen de la app "Caminos de Torrecampo"

Algunos ayuntamientos, con desigual acierto, están intentando poner ahora los medios para, al menos, mantener los que hay e identificar los ocupados, que es el primer paso para recuperarlos, lo que en la mayoría de los casos será prácticamente imposible. Uno de estos ayuntamientos es el de Torrecampo, cuyo pleno ha aprobado por unanimidad el inventario de caminos después de un proceso muy complejo en el que se ha dado la voz a quien ha querido hacer uso de ella, especialmente a los propietarios, algunos de los cuales, en uso de su legítimo derecho, han llevado su conflicto a los tribunales.

El camino que propone Adroches para Torrecampo está en el inventario aprobado por el ayuntamiento de ese pueblo y lleva al puente Currito, en el río Guadalmez. Como del camino y del puente ya he hablado aquí, me ha parecido mejor hablar de todos los caminos y de todos los bienes públicos, hablar de todo lo que es de todos, en fin.

Notas:

1.-  Los caminos municipales de Torrecampo se pueden ver aquí.

2.- Hay una app para móviles android que contiene de forma interactiva los caminos municipales de Torrecampo y las vías pecuarias de la Junta de Andalucía en el término de Torrecampo. Se llama «Caminos Torrecampo» y se puede descargar gratuitamente en la "play store".

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martes, 19 de julio de 2022

El país de mis hijos

(Publicado hace mucho tiempo en el semanario Los Pedroches información con el título «Europa»)

La semana siguiente a la de las Elecciones Europeas he estado en la oficina de la Seguridad Social de Peñarroya para obtener la tarjeta sanitaria europea. Un funcionario amable y eficiente me ha pedido que me siente frente a su mesa y en menos de dos minutos, sin hacer cola ni firmar nada, y sin pagar un céntimo, me ha entregado una tarjeta como las de crédito con la que podré recibir asistencia sanitaria en la mayoría de los países de Europa. En el acto, me asombro con la eficiencia de la Administración y así se lo hago saber al funcionario. En la soledad del camino de vuelta, oigo a Felipe González entrevistado en la radio. La construcción de Europa es irreversible, dice, y pone de ejemplo que a unos jóvenes daneses ya nunca podrá decírseles que para venir a España deben atravesar varios puestos fronterizos.

Yo soy como esos jóvenes daneses, pienso. Con mi tarjeta sanitaria europea en la cartera, puedo recibir asistencia sanitaria en cualquier país de Europa. Con el dinero que ahora tengo en el bolsillo, puedo pagar en cualquier comercio de Europa. Con mi carné de identidad puedo identificarme ante cualquier autoridad europea. Para quien vive en un pueblo de la España interior, todas estas meditaciones pueden parecer tontas ensoñaciones, aspiraciones baladíes. Para mí, no. Sé de sobra que muchas subvenciones y muchas obras públicas se hacen con dinero de Bruselas y sé, sobre todo, que frente a la confrontación aldeana, a los conflictos patrioteros, a la división, a las alambradas y las fronteras, frente a las barreras religiosas y culturales, debe haber una aspiración a la universalidad y a la idea del amor al hombre por el hombre que para mí encarna una Europa tolerante, culta y social, una Europa por la que ahora me propongo viajar y que quizá un día sea el país de mis hijos.

Sobre Juan, más aquí.

Sobre Luis, más aquí.

Tomé la foto en el cementerio Americano que hay junto a la playa de Omaha, en Normandía


viernes, 15 de julio de 2022

Los caminos de Adroches XII: Santa Eufemia o Lo que cabe en un costal

 

Según tengo oído, el mundo se divide entre los que se acuestan tarde, que son más dados a la contemplación, y los que se levantan temprano, que son más dados a la acción, algo con lo que yo estoy de acuerdo, pues ligar ambas actitudes se me antoja imposible, dado que, como se decía en la familia de mi madre, «madrugar y trasnochar no cabe en un costal».

Lo recuerdo un domingo de julio, de noche. He puesto el reloj muy temprano y, aun así, me he levantado antes de que suene, con el fondo sonoro de las voces de unos jóvenes que pasan por la calle, evidentemente de recogida. Me visto, desayuno y salgo de mi casa con la fresca. Afuera, una parejita joven va calle arriba, hablando bajito, y pasa un coche con bicicletas. Mientras voy a por mi coche, me cruzo con varios todoterrenos y otros vehículos de campo, con cuyos conductores, de algún modo, me siento solidario.

Cientos de  pájaros, quizá miles, pían como demonios en el parque Aurelio Teno, para fastidio de los vecinos a los que les cueste conciliar el sueño, que en esta época del año deben dormir con las ventanas abiertas si no quieren cocerse en su propio sudor.



Los pájaros no entienden de domingos, creo. Son como los pensionistas, creo. Como lo sería yo si fuera pájaro y como lo seré cuando sea pensionista, creo. Aunque, bien pensando, supongo que, siendo pájaro, también entendería de domingos y los utilizaría para salir a volar antes, en lugar de quedarme con los otros atronando el parque con mis gritos. Así que eso me pasará también cuando sea pensionista, que saldré antes a ver las obras.

La naturaleza tiene esas cosas, que uno no puede dejar de ser como es, ya sea del género currante, del género pájaro o del género pensionista. Uno no puede dejar de ser como es y, sea como sea, está bien: así, hay gente, como Carmen, que prefiere la luz del anochecer, leer novelas y la música «chill out», y gente como yo, que prefiere la luz del amanecer, escribir cosas como esta y la música más movida, especialmente si se puede bailar.

Hay gente que dice «para un día que tengo, lo aprovecho y me levanto tarde», y gente que dice «para un día que tengo, lo aprovecho y me levanto temprano». A ver cómo se entiende eso, siendo «aprovechar» un verbo que para unos y para otros tiene el mismo significado.

A lo que iba, que, cuando salgo del pueblo, ya se ve, aunque aún no ha amanecido. Me amanece caminando hacia el Guadalmez, en el precioso camino que Adroches propone para Santa Eufemia.

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domingo, 10 de julio de 2022

Los caminos de Adroches XI: Pozoblanco o El doble uso de todo

 

Sobre el papel, viendo los mapas, la sierra que delimita Los Pedroches por el sur parece menos dificultosa para el caminante de lo que luego resulta ser. Pozoblanco, por ejemplo, está a 654 metros sobre el nivel del mar, en tanto que el punto más alto, La Chimorra, tiene 959 metros, una diferencia ciertamente escasa. Pero el caminante debe tener en cuenta que cuando sale de Pozoblanco hacia la sierra no hace sino bajar, como los arroyos que nacen en la línea central de la comarca (que es divisoria de cuencas) y toman el camino del Guadalquivir.

Bajar y bajar es lo que propone Adroches para el camino de Pozoblanco. Desde una altura de 568 metros hasta los 351 metros en que se encuentra el río Cuzna, al pie de la sierra del Castaño. Pero luego hay que subir para volver, aunque Adroches no lo diga en su ruta, y hacerlo en verano, con el sol castigando de plano, el aire muerto de puro quieto en las depresiones que forman los ríos y los pulmones llenos como de plomo derretido, no solo es una temeridad, sino algo que, de hacerse por gusto, debe guardarse en secreto, pues es causa de natural escarnio, de puro extravagante y estúpido.

Yo lo he hecho, y si lo digo aquí es porque, después de una ola de calor impropia del mes de junio, la tarde del día 22 fue de todo menos calurosa, apta para caminar por todo tipo de terrenos, incluidos los de la sierra. La anterior introducción viene bien, además, porque el calor ha hecho que se hayan producido y extendido una gran número de incendios por España, incluido uno que se ha desarrollado por estos lares.

La época del año hace que todos los colores estén apagados, como los de las fotos antiguas o los de los coches nuevos después de pasar por un camino polvoriento. Da la sensación de que el paisaje es un desván abandonado donde todo se halla rígido, marchito y, por algunos sitios, calcinado. Y es que la superficie quemada forma un manto de color ceniciento que se ve al frente y poco a poco se va quedando a la derecha, como hacia el cortijo de la Canaleja, que forma una mancha blanca y roja en el ocre de las hierbas secas y el entramado de distintos verdes que forman el bosque, el monte bajo y los olivos.

El fuego ha llegado hasta el camino que forma la ruta, que ha hecho de cortafuegos, e incluso más allá, hasta un olivar de sierra, donde se ha detenido en la superficie arada.

Después de bajar al río y volver a mi punto de partida, comento mis impresiones con unos vecinos del lugar, que casualmente son conocidos míos, quienes creen que el incendio fue provocado.

«¡Qué extraña es la relación del ser humano con el fuego!», pienso mientras vuelvo al pueblo. La civilización seguramente empezó el día que los seres humanos lograron controlar el fuego y convirtieron un elemento de destrucción en algo amable, que les proporcionaba luz y calor y les permitía cocinar los alimentos. De vivir solo de día, pasaron a poder vivir de día y de noche. De pasar frío, a poder calentarse y vivir en más lugares. De consumir alimentos crudos, difícilmente masticables y digeribles, a comer alimentos cocinados. El fuego les permitió socializar más y mejor, lo que debió propiciar el intercambio de ideas y el crecimiento de la cultura, pero nunca dejaron de utilizarlo como elemento de guerra y destrucción.

Una comunidad fundacional de niños alrededor del fuego es muy parecida a un asentamiento prehistórico y su estudio nos da una idea de cómo somos por naturaleza. Eso es lo cuenta «El señor de las moscas», de William Golding, novela en la que unos niños obligados a vivir en una isla desierta utilizan el fuego que consiguen con las gafas de uno de ellos. Pero esas gafas, precisamente por eso, sirven enseguida de disputa, pues el fuego hace la vida más amable para unos y más difícil para otros, ayuda a la supervivencia y provoca destrucción, dependiendo de quién lo controle y cómo se utilice.

El fuego es el paradigma del dualismo y del doble uso de todas las cosas, del yin y del yang que están en cada uno de nosotros y en la humanidad, donde hay tanta inteligencia como estupidez y tanta bondad como maldad.

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martes, 5 de julio de 2022

Los caminos de Adroches X: Pedroche o Por no ir a Rolex

La ruta que propone Adroches para Pedroche corre unos cuantos metros junto a la carretera de circunvalación y gira enseguida al sur para tomar el camino por el que los pedrocheños hacían la romería de la Virgen de Luna. Los ruedos de Pedroche están escasamente deforestados y por este camino el bosque de dehesa se alcanza a la primera revuelta. Las últimas lluvias, insuficientes aún para los arroyos y la capa freática, le han dado un vigor juvenil a la superficie de la Tierra, que muestra unos colores intensos y limpios, como si el paisaje estuviera recién pintado.

          Después de esa pequeña y deslavazada introducción, que viene muy a pelo para lo que sigue, voy a incumplir el noveno mandamiento del buen esparraguero, que es no citar el lugar donde uno encuentra los espárragos: el caso es que ayer por la tarde (del día de abril que escribo esto), cuando hacía ese recorrido, nada más entrar en la dehesa encontré un espárrago enorme a la vera del camino. Un hallazgo así es una llamada de atención inmediata. Cualquier esparraguero, ante semejante descubrimiento, tiene la misma impresión que quien se tropieza con una pepita de oro y piensa: si este espárrago enorme sigue aquí, tan a la vista, es porque debe haber un tesoro de espárragos escondido entre las numerosas esparragueras que pueblan este territorio. Y, a continuación, se pone a buscar espárragos.

          Pero anochecería pronto y yo no iba en el papel de esparraguero, sino en el de caminante (no iba a Rolex, sino a setas). «Igual es el único espárrago que me encuentro –me dije–, y tendré que portearlo todo el camino. Seguramente no haya más espárragos tan cerca del pueblo. Es más, probablemente ese siga ahí porque está tan a la vista que la gente que pasa por este camino no le ha prestado atención, como de común no se le presta a las cosas importantes que tenemos más a mano». 

          Seguí andando, me puse a pensar en lo poco que estimamos a las grandes personas que tenemos más cerca y hasta me acordé de aquel vecino de Pedroche que debió ir a Porcuna para encontrar la fortuna en su propia casa, lo que solo estaba remotamente relacionado con el asunto del espárrago que me había encontrado. Andaba y pensaba. Y andando me topé con otro espárrago enorme. «Son dos, solo dos. Es decir, uno –me dije entonces–, porque el otro ya me lo he dejado atrás y no es caso que me vuelva para cogerlo». Lo dejé y, de nuevo, seguí adelante, pero cualquier paciente lector de estas páginas entenderá que ya no iba tan pensativo, sino más bien mirando a un lado y a otro para comprobar si veía más espárragos.

          Y, en efecto, me topé con ellos. Digo topé porque seguía sin buscarlos, porque los veía sin esfuerzo asomando su cabeza soberbiamente sobre las matas de esparraguera, por encima de la hierba y hasta sobre las paredes de piedra que por allí delimitan el camino, como llamándome, seguramente un punto cabreados, como si estuvieran pensando pero bueno, ¿y a este tío qué le pasa?

          Podía haber dejado el camino de Adroches para otro día, que días hay muchos, haber sacado la navajilla que siempre llevo cuando voy al campo y haberme puesto a coger los espárragos que había en el mismo camino. Pero conforme más andaba más sentía que la mayoría de los espárragos me los había dejado atrás y que el día estaba dando sus últimas luces. «Como días hay muchos, vendré mañana con más tiempo», me dije, y con eso me sosegué un poco. Y fue así como pude mirar el paisaje, que es hermoso en todo el trazado y espectacular cuando muestra el este de Los Pedroches, con la silueta gris de sierra Madrona en el fondo izquierdo. 

          El día siguiente (ese en el que iba a ir a coger los espárragos que dejé) es hoy. Hoy, ya se puede imaginar el lector, no he tenido tiempo hasta ahora para ir al campo, pero el tiempo que tengo ahora lo he dedicado a escribir esto. Hoy, en fin, ya ha pasado y mañana seguramente sea demasiado tarde.

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jueves, 30 de junio de 2022

Los caminos de Adroches IX: Hinojosa del Duque o El afán por ser eternos

 

          La parte oeste de Los Pedroches tiene menos encinar y está ocupada en gran medida por explotaciones cerealistas que, en el momento en que realizo la ruta propuesta por Adroches para Hinojosa del Duque, están espigadas y han alcanzado el máximo de su altura. No hay ni una nube en el cielo. Me ha amanecido a la espalda y ando por una senda apta para todo tipo de vehículos, entre lomas pobladas de trigo que se ondulan ligeramente al paso de un viento suave que todavía refresca, pero pronto no evitará que nos achicharremos todos.

          El calor secará pronto los campos, que ahora muestran toda su lozanía. Si lloviera un poco –me digo–, se alargaría también un poco la vida de estas cosechas, tal vez crecieran los tallos y los granos y la cosecha de cereal y de paja sería más grande. Se alargaría la vida.

          Se alargaría la vida, solo eso. El trigo tiene un ciclo vital y moriría tarde o temprano por mucho que lloviera, por mucho que la tierra, el sol y la lluvia le fueran favorables. El trigo no tiene nada de excepcional, le pasa lo que a todas las plantas, lo que a todos los animales, lo que a todos los seres vivos, incluidos nosotros.

          Mientras ando, me acuerdo de un poema que escribí una vez sobre una hormiga que tenía el don de pensar y quería ser como los pájaros y tener alas o como los seres humanos y tener alma. Ahora, pienso en lo que desearía una de esas cabezas de espigas que puebla el campo si tuviera el mismo don y me viera pasar.


          Podía pensar: moriré, moriré como mueren todas las plantas, como todos los animales y como todos los seres vivos, incluido ese hombre que pasa por el camino con aire meditabundo. Moriré, pero no me importa, porque, como para ese hombre, también para mí hay otra vida, que es una apacible y eterna primavera.

           Ya me imagino a la espiga respondiendo a sus preguntas sin respuesta y calmando sus inquietudes con toda suerte de creencias. Ya me la imagino adorando a la Tierra, que le da los minerales que la sustentan. Al Sol, que la provee de energía. A la Lluvia, que la mantiene activa. Al Fuego y al Viento, que pueden castigarla si se comporta deshonrosamente, si descree o si no cumple fielmente los ritos de la veneración.

          Ya me imagino a esa espiga y a otras hablando en nombre de los dioses y a su afán por convencerse mutuamente.

          Es una paranoia, ya sé, una fantasía más del paseante solitario que soy: las espigas no piensan y la Tierra solo es la tierra.

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sábado, 25 de junio de 2022

Los caminos de Adroches VIII: El Guijo o Las fronteras políticas

 

       He recorrido cientos de veces la carretera que une Los Pedroches por el norte, en paralelo a las viejas montañas de Sierra Morena que definen por ese lado la comarca natural, y cada mañana desde hace varios decenios, camino de Torrecampo, he visto al Sol emerger por el este de la cordillera o cómo las primeras luces del alba coloreaban de rojos y naranjas las nubes que se apostaban en esa parte del cielo.

Esas montañas oscuras y romas tienen para mí algo de mágico: se me antojan vivas y –peliculeramente– mi imaginación las asocia con el fin del mundo conocido, como si detrás de ellas hubiera un territorio plagado de seres extraordinarios, que hablan lenguas extrañas, tienen otras costumbres y se rigen por normas incomprensibles para nosotros.

Es la razón la que fija mi cordura. Ha sido la razón la que hoy, mientras paseaba por el camino que Adroches propone para El Guijo, me ha recordado que, por la misma Cañada Real Soriana que yo pisaba, llegaban hasta no hace mucho tiempo los pastores de Castilla con sus rebaños y su cultura, atravesando las montañas por Puerto Mochuelos; que en esta cañada pudo pensar Cervantes cuando escribió las aventuras que El Quijote tuvo con el rebaño de ovejas y en esas montañas las que vivió en Sierra Morena,  especialmente la del molino de los batanes, la del yelmo de Mambrino y la de la liberación de los galeotes, y me ha recordado que fue por Puerto Mochuelos por donde un día se fueron mis hijos y es por donde pasan cada vez que vienen a ver a sus padres.


Las montañas que fijan Los Pedroches por el norte no son los límites del mundo conocido, por más que mi imaginación novelera construya historias fantásticas con ellas, sino el punto de conexión con el mundo, como lo son todas las fronteras. Por ahí vienen y se vuelven los emigrantes que se buscaron la vida en el norte, por ahí pasa el AVE que une Madrid con el sur y por ahí pasó yo cuando quiero andar por el vecino valle de Alcudia, ese territorio de horizontes infinitos, prácticamente desierto.

No hay límites, en fin, más que en la imaginación, o todos los límites son artificiales, aunque haya montañas altísimas u océanos de por medio. O dicho de otra forma, no hay más mapa verdadero que el físico y todos los mapas políticos son una invención humana, aunque representen idiomas distintos, costumbres distintas, Historias distintas. O dicho en su última consecuencia: todo nacionalismo es falso por parcial y empobrecedor, aunque sea el que nosotros profesamos, aunque sea el que nos ubica en el mapa dentro de unos límites porque nos une con otros que hablan nuestra lengua, tienen nuestras costumbres y guardan con nosotros una Historia común.

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martes, 21 de junio de 2022

Pueblo chico, infierno grande

 

Pocas veces el lector conoce al autor de la novela en primera persona y, menos aún, aparece como figurante en el argumento que se desarrolla ante sus ojos, de cuyo marco geográfico y sociológico es conocedor. Ese ha sido mi caso con «Pueblo chico, infierno grande» (Amazon, 2021), la novela de José Manuel Blanco que ha ganado el premio Solienses 2022, lo que ha provocado en mí una suerte de desvarío, pues si bien las novelas tienen su esencia propia, que ya cuando se publican es independiente del autor y siempre lo es del lector, no es menos cierto que se completan en la imaginación del lector, imaginación que en este caso, para mí, no era realmente libre.

Dicho de otro modo, aunque Torrecampo no aparece con su nombre verdadero, yo conocía de primera mano el caso real de búsqueda del heredero que da origen a la ficción, yo sabía qué calle era la principal del pueblo, esa que es una especie de paseo en cuyo final, cercado por un muro, se veía el edificio del colegio, yo conocía el pabellón transformado en salón nupcial donde se celebraban los banquetes, yo sabía a qué se refería cuando repetidamente hablaba de las encajeras de bolillos y, entre otros detalles no menores y especialmente, yo conocía el ayuntamiento, el mismo que aparece en la portada del libro y está el archivo que solo es accesible (luego parece que no) con la presencia de Piedrasantas, la secretaria, o sea, yo con otro nombre y transmutado en el sexo femenino.

¿Me da ventajas como lector? No lo sé, es distinto. El hecho de que conozcas la realidad del pueblo ficticio y, en especial, la profesional del ayuntamiento supone que debas asumir como licencias literarias algunas cosas que, de otro modo, te chirriarían, pero no vienen al caso exponerlas aquí porque –como ya digo– el problema no es de la novela, sino mío.

El lector común debe centrarse en el texto, que se presenta utilizando recursos de actualidad y muy asequibles, pues todas las estructuras gramaticales son sencillas, de pocas oraciones subordinadas, párrafos muy cortos y numerosos diálogos. Todo en la novela, en fin, es sumamente ágil: los personajes se construyen con unos cuantos trazos y por lo que hacen y los ambientes se describen al paso que se desarrolla la acción, que transcurre en unos cuantos días de verano y se lleva de un lugar a otro con un dinamismo propio del moderno lenguaje cinematográfico y un vocabulario de la calle que no se anda con remilgos, coloquialmente explícito, en el que abundan los localismos («rebañaorzas», «siesta del burro», «melocotóna», «puerta emparejada», «marrueco»…), que he entendido, y los anglicismos, de los que no he entendido casi ninguno.

No me ha parecido lo fundamental la trama, ni creo que esa haya sido la intención del autor. Los personajes construyen relaciones personales en esos pocos días al paso que buscan solucionar un enigma que nunca llega a ser verdaderamente misterioso y se resuelve casi como de paso cuando las relaciones personales se aclaran. Porque el enigma verdadero es el que plantea el enredo emocional. O, para decirlo en otros términos, el misterio es la maraña de emociones y sentimientos que tejen y destejen los personajes principales atendiendo a los lances de la vida, los del ahora y los del pasado.

Los sentimientos más potentes son los relacionados con el amor, pero hay otros que tienen que ver con la vecindad, la amistad y hasta con la política local, que al menos parcialmente bebe de «La vida de Brian» y la lucha fratricida entre el «Frente del Pueblo de Judea» y el «Frente Popular Judío», aquí llamados «Frente popular de Villanueva» y «Frente villaencinense popular», y nos recuerda a otras luchas de nuestros pueblos y de todos los pueblos del mundo cuando el interés personal y el partidista están por encima del interés por el bien común del vecindario.

Sin embargo, no he podido observar en la novela un encono especial en la enemistad ni creo que el título de «Pueblo chico, infierno grande» le haga justicia a la trama. El pueblo (su sociedad) de Villanueva de la Encina, que es el verdadero protagonista de la obra, es sumamente acogedor, comprensivo, tolerante, moderno y amable, y el conflicto entre sus políticos locales es lo menos que se despacha no solo en pueblos pequeños, sino en cualquier tipo de sociedad humana.

En resumen, que me he leído el libro a lo largo de un domingo sin poder levantar mucho la mirada de sus páginas.

Para los amantes de lo anecdótico, por último, diré que casi todos los protagonistas son homosexuales.



lunes, 20 de junio de 2022

Los caminos de Adroches VI: Dos Torres o El deporte imprime carácter


          «Adónde irá ese hombre con estas calores?» «¡Qué necesidad tendrá de ponerse a andar bajo este sol de justicia!». No me lo dice nadie. Me lo digo yo cuando salgo de Dos Torres para hacer el camino que Adroches propone para ese término municipal porque es media tarde, hace calor y siento cierto grado de culpabilidad cuando veo a la gente bregando en el campo para buscarse la vida, en tanto que yo he salido al campo para disfrutar de la vida, con calor, sí, pero a sabiendas de que pronto ese sol inclemente que ahora nos castiga a todos se volverá amable y me mandará mansamente las últimas luces del día.

           Hay mucha actividad por esta parte del campo: pasan tractores con remolques llenos de heno recién cortado. Veo en varios puntos a distintos tipos de máquinas realizando labores sobre cultivos herbáceos. Hay alguna vaquería. Hay un señor mayor que anda por un borde del camino, aparentemente como yo. Y hay ciclistas. Todos bajo el calor, todos en sintonía.

          Contra lo que pueda parecer, trabajar, como hacen esos agricultores y ganaderos, y practicar un deporte, como ese señor mayor, esos ciclistas y yo mismo, no son actividades tan diferentes, ya no, es más, son actividades complementarias en la cultura moderna, que recomienda la actividad para mantener la salud del cuerpo y de la mente, especialmente en personas como yo, que tienen un oficio sedentario y algo dado al estrés. Así que en cada pueblo hay un recorrido más concurrido, que suele llamarse camino del Colesterol, por el que las gentes caminan por consejo médico o por gusto no muy lejos de los lecheros o los hortelanos que andan a sus labores, a los que suelen saludar con un gesto o unas cuantas palabras, porque en los pueblos es de mal gusto cruzarse con alguien sin decirle adiós.



          A mi edad, el deporte es imprescindible, pienso mientras camino, porque el cuerpo y la mente tienden a amoldarse a lo fácil, tienen inercia hacia el descanso. Pero lo es más aún cuando eres adolescente, cuando hay que imprimirles una inercia hacia la actividad, hacia el movimiento, porque de lo contrario se vuelven apáticos y ya es muy difícil sacarlos de la indolencia. Soy de los que piensan que las actividades extraescolares son tan necesarias como las escolares, y no hay actividades extraescolares mejores que aprender música e idiomas y hacer deporte.

          La música, los idiomas y el deporte forman el cuerpo, la mente y el carácter de la persona. Todas esas actividades necesitan sacrificio, disciplina y esfuerzo, y en todas ellas se recompensa el trabajo de una forma evidente e interior, que se reconoce enseguida y es mucho más importante para sentirse bien con uno mismo que el dinero, la notoriedad y los aplausos. 

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miércoles, 15 de junio de 2022

Los caminos de Adroches VII: Fuente la Lancha o Dos veces en la misma piedra (o más)

 

He salido de mi casa con unas sandalias en la mochila porque quiero hacer la ruta que Adroches propone para Fuente la Lancha y la información oficial advierte que debo vadear un arroyo. Es 17 de abril de 2022, Domingo de Resurrección, ha llovido recientemente, luce el sol y el campo está precioso.

Este es un buen día para hablar del camino Mozárabe de Santiago, que ocupa buena parte de la ruta, o para hablar de las encinas. Las que hay por aquí son viejísimas y están carboneadas, lo que quiere decir que, no sé cuánto tiempo hace, alguien les quitó parte del tronco para hacer carbón y las dejó heridas para siempre, de modo que ahora parecen almas en pena, de tan encorvadas, tan desarticuladas y tan tristes.

Pero hete aquí que a los pocos kilómetros de Fuente la Lancha me topo con el arroyo Guadamatilla y mis pensamientos cambian. Una vez, hace algunos años, tuve que cruzar el arroyo en este punto por la carretera, tanta era el agua que llevaba. Hoy, en cambio, el arroyo es un hilillo de agua no mucho más grande que el que corre junto a las aceras cuando llovizna. ¿Este es el arroyo que debo vadear dos veces, a la idea y a la vuelta?

En las ideas que surgen con esa pregunta consumo buena parte del camino que sigue, y pienso que, unos kilómetros más abajo, las aguas del Guadamatilla han sido embalsadas en el pantano de La Colada, del que oí hablar hace unos días porque sigue sin estar operativo para los pueblos del norte de Córdoba, aunque se terminó de construir en 2006 con el fin de complementar el suministro de agua que ofrece el embalse de Sierra Boyera, tras la sequía y consiguientes restricciones que hubo en los años noventa.

Las noticias de prensa dicen que Sierra Boyera tiene agua hasta octubre y que en un plazo breve empezarán las restricciones, y añaden las culpas que se cruzan los políticos (que si tú, pues tú más) ante semejante disparate. Es decir, que volveremos a mirar al cielo y a pedirle a la gente sacrificios aunque el pantano de La Colada está al 70% de su capacidad y tendría agua para todos.

Los políticos (en general) son los animales que tropiezan dos veces en la misma piedra, me digo. Pero ¿y nosotros?

Los políticos están entretenidos con sus cosas inútiles (redactando algún comunicado de prensa, posando para alguna foto, acompañando a algún artista en una presentación, inaugurando algún evento o alguna obra…) porque les vale, porque nosotros hemos renunciado a nuestra condición de ciudadanos libres y nos hemos vuelto esclavos de nuestra ideología, porque nos guiamos más por la imagen que dan que por el trabajo que hacen y, sobre todo, porque nadie está dispuesto a asumir los sacrificios que reclama el largo plazo y ellos lo saben. No en vano, entre el político que piensa en el futuro y pide sacrificios y el que regala viajes, paellas y camisetas siempre votamos al segundo.

Esos políticos que no hacen la obra de conducción de La Colada están ahí porque nosotros los hemos elegido, esa es la conclusión. Ellos han tropezado dos veces en la misma piedra. ¿Y nosotros? ¿Cuántas veces hemos tropezados nosotros al elegirlos?

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domingo, 12 de junio de 2022

Cuentos de Los Pedroches (3ª edición)

 

PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN

El libro que tienes entre tus manos, amable lector, fue editado por primera vez en 2001 por la fundación Ricardo Delgado Vizcaíno. Aquella edición se agotó pronto y, durante demasiados años, fue imposible conseguir un ejemplar nuevo. Mucho más tarde, en 2017, fue editado otra vez, entonces por 17pueblos, edición que también que se agotó. Así pues, la razón de la presente edición es posibilitar la adquisición indefinida de este libro para los amantes del papel, ya que era accesible casi desde primera hora para los lectores de libros electrónicos.

Entre las vicisitudes que el libro ha sufrido desde que vio la luz, dos merecen ser recordadas aquí: una, que algunos de los cuentos fueron adaptados para el teatro por el grupo Los Mejía y llevados por numerosos escenarios con gran éxito. Otra, que los cuentos originales fueron estudiados por varios científicos de los cuentos populares, quienes, como ya se advertía en el prólogo a la primera edición, llegaron a la conclusión de que no formaban parte de un legado exclusivo de Los Pedroches.

Si popular es lo que forma parte de la tradición oral, entonces los cuentos originales aquí recogidos lo son, pues quienes me los contaron los habían aprendido de viva de voz de personas mayores que ellos. Pero debo advertir de nuevo al lector que, no obstante, este libro se llama «Cuentos de Los Pedroches» y no «Cuentos populares de Los Pedroches» porque es, esencialmente, un obra de creación, dado que la parte fundamental del mismo son las narraciones que escribí yo con base en los cuentos originales.

Los textos que aparecen aquí son, con algunos matices, los de la segunda edición, que corrigió y pulió la primera. Siguen apareciendo los mismos personajes, todos ellos propios de una sociedad que trataba mal a los distintos y a los discapacitados y los hacía objeto de burlas y desahogo de complejos, felizmente desaparecida en ese aspecto.

Ya no hay cultura popular singularizada, ni en Los Pedroches ni casi en ningún sitio, pues la sociedad ha cambiado (a mejor en casi todo), se ha perdido la tradición oral y se asume como propia una cultura híbrida, hecha de un batiburrillo de elementos próximos en el tiempo que casi siempre vienen de fuera y dejan un poso efímero. Lo poco antiguo que existe está hinchado por las instituciones oficiales y resulta de todo punto afectado y engañoso. En ese contexto, todo lo que sea ahondar en lo más específico de las identidades locales es como hacer arqueología, pues ya ningún edificio tradicional se mantiene verdaderamente en pie.

Algunas de las ideas antes expresadas pueden parecer contradictorias, pero quien ha escrito estas páginas es de Los Pedroches y los ama, y, al tiempo que se alegra de los cambios a mejor de su sociedad, sufre al ver cómo la pompa y el esnobismo han convertido en artificial todo lo que antes surgía del pueblo de una forma natural.


Cuentos de Los Pedroches ha sido publicado en tapa dura. Puedes conseguirlo en Amazon pinchando sobre la imagen superior,  en 17pueblos o en varias librerías de Pozoblanco.

La portada es de francamentequerida.es.

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viernes, 10 de junio de 2022

Los caminos de Adroches V: Conquista o La oveja negra de la familia

 

La ruta que propone Adroches para Conquista coincide en su tramo primero con la de la Dehesa de Quebradillas, que la Diputación Provincial de Córdoba ha incluido en su proyecto «Paisajes con Historia» y, después de lo visto hoy, no me resulta extraño que en Conquista se celebre cada año la Feria del Cordero. Y es que en el corto trayecto que dura la ruta he visto varios rebaños, unos a la izquierda, otros a la derecha y otros en medio del camino, que he debido atravesar conforme las ovejas y los corderos se iban abriendo, que era sin prisas, casi sin inmutarse, con esa indolencia que tanto me recuerda a la de algunas personas, a las que lo mismo da ocho que ochenta.

Hablo de las ovejas, y no de la multitud de conejos que salieron corriendo a mi paso, porque en casi todos los rebaños había varias ovejas negras. Y es en esto mismo, en esta elección mía, donde está el quid del asunto que traigo hoy: si hablo de la oveja negra es porque me llamó la atención, y si me llamó la atención es porque una oveja negra entre tantas ovejas blancas salta a la vista.

Y salta a la vista a pesar de que actúan como todas. Quiero decir que al dueño del rebaño no le resulta más dificultoso enseñarlas a mantenerse dentro del redil que a las demás, ni se recogen por la noche después, ni son menos cariñosas con sus hijos, ni son más ruidosas, desaseadas o quejicas que las demás. Son iguales que sus compañeras y, si acaso, más valiosas, pues su cuerpo produce hijos al mismo ritmo que las demás y su lana, que antes servía para el vestuario de los curas, es muy apreciada ahora por los más afamados diseñadores.

La oveja negra es diferente a la vista, solo eso. Es en lo diferente donde radica la esencia de mi juicio, eso es por lo que ha llamado mi atención, y si casi todas las ovejas fueran negras, me habrían llamado la atención las ovejas blancas.

La reflexión es obvia, pero no resulta tan obvia su aplicación. La oveja negra de cualquier familia, esa que tan mal toleran el resto, probablemente sea como cualquier otro miembro de la misma, probablemente no sea ni mejor ni peor que los demás y soporte con éxito cualquier comparación con el más virtuoso de sus miembros. Probablemente lo único que tenga de «malo» es que es distinta, que esté fuera de esas normas que nos hemos dado para responder sin juicio a los estímulos exteriores y que se llaman prejuicios.

El negro me salta a la vista. Veo lo distinto y prejuzgo, es decir, juzgo mal. Luego –tal vez sí o tal vez no–, juzgo a lo distinto con los mismos criterios que a lo demás. Luego. Mientras tanto, yo, que me creo dentro de las normas, enjuicio con presunción y me considero mejor.

Me considero mejor solo porque soy igual que la mayoría o, como define la RAE a la persona borrego, porque «me someto gregaria o dócilmente a una voluntad ajena».

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