12-4-2020
Cuando mis hijos eran pequeños, yo les
decía lo que tenían que hacer para ganar siempre al tenis: cuando el rival esté
en un lado, le tiras muy fuerte al otro y, si la coge, le haces una dejada. Y lo
que tenían que hacer para ganar al baloncesto: cuando tiren ellos, les ponéis
un tapón, y cuando estéis atacando vosotros, os salís fuera y la encestáis de
tres. Les daba consejos semejantes para que ganaran al fútbol, y al balonmano y
a todo. Mis hijos se tragaron ese cuento el tiempo que fueron muy pequeños, que
fue poco, y ahora se ríen recordándolo.
Muchos ciudadanos se tragan cuentos
parecidos, tal vez porque no crecen. Se tragan el cuento del torero de salón,
ese que es bueno dando pases en el aire, sin toro. Y los cuentos del sabio en
toros de taberna, ese que solo habla para sentar cátedra, y solo cuando haya una
copa de fino o de aguardiente de por medio.
Lo que me recuerda que casi todos los
líderes de la oposición han dejado solo al Gobierno con el toro y otra vez se
han puesto a ver la corrida desde la barrera, y así, claro, no encuentran más
que defectos. Como los encuentro yo, como los encontraría cualquiera.
Con los enfermos en los hospitales y la
soledad como única compañía de los muertos, casi todos los líderes de la
oposición han vuelto a intentar sacar tajada electoral señalando al compañero
de barrera, cigarro puro en la mano, un pase mal dado o un mal gesto del torero,
y añadiendo lo bien que lo harían ellos. Ya suponíamos que no animarían al
torero, porque hacerlo iba contra su naturaleza crítica y podía darles un
sarpullido, pero por lo menos esperábamos de ellos la dignidad del silencio.
Pues, nada, ni eso.
En fin, que yo iba a hacer un elogio frívolo
del silencio, aprovechando que esta mañana me habían sonado las tripas y las
había oído, pero, ya ven, uno no es dueño de lo que escribe, me ha salido esto.