jueves, 30 de junio de 2022

Los caminos de Adroches IX: Hinojosa del Duque o El afán por ser eternos

 

          La parte oeste de Los Pedroches tiene menos encinar y está ocupada en gran medida por explotaciones cerealistas que, en el momento en que realizo la ruta propuesta por Adroches para Hinojosa del Duque, están espigadas y han alcanzado el máximo de su altura. No hay ni una nube en el cielo. Me ha amanecido a la espalda y ando por una senda apta para todo tipo de vehículos, entre lomas pobladas de trigo que se ondulan ligeramente al paso de un viento suave que todavía refresca, pero pronto no evitará que nos achicharremos todos.

          El calor secará pronto los campos, que ahora muestran toda su lozanía. Si lloviera un poco –me digo–, se alargaría también un poco la vida de estas cosechas, tal vez crecieran los tallos y los granos y la cosecha de cereal y de paja sería más grande. Se alargaría la vida.

          Se alargaría la vida, solo eso. El trigo tiene un ciclo vital y moriría tarde o temprano por mucho que lloviera, por mucho que la tierra, el sol y la lluvia le fueran favorables. El trigo no tiene nada de excepcional, le pasa lo que a todas las plantas, lo que a todos los animales, lo que a todos los seres vivos, incluidos nosotros.

          Mientras ando, me acuerdo de un poema que escribí una vez sobre una hormiga que tenía el don de pensar y quería ser como los pájaros y tener alas o como los seres humanos y tener alma. Ahora, pienso en lo que desearía una de esas cabezas de espigas que puebla el campo si tuviera el mismo don y me viera pasar.


          Podía pensar: moriré, moriré como mueren todas las plantas, como todos los animales y como todos los seres vivos, incluido ese hombre que pasa por el camino con aire meditabundo. Moriré, pero no me importa, porque, como para ese hombre, también para mí hay otra vida, que es una apacible y eterna primavera.

           Ya me imagino a la espiga respondiendo a sus preguntas sin respuesta y calmando sus inquietudes con toda suerte de creencias. Ya me la imagino adorando a la Tierra, que le da los minerales que la sustentan. Al Sol, que la provee de energía. A la Lluvia, que la mantiene activa. Al Fuego y al Viento, que pueden castigarla si se comporta deshonrosamente, si descree o si no cumple fielmente los ritos de la veneración.

          Ya me imagino a esa espiga y a otras hablando en nombre de los dioses y a su afán por convencerse mutuamente.

          Es una paranoia, ya sé, una fantasía más del paseante solitario que soy: las espigas no piensan y la Tierra solo es la tierra.

Para ver la ruta, pincha sobre la imagen