«Adónde irá ese hombre con estas
calores?» «¡Qué necesidad tendrá de ponerse a andar bajo este sol de justicia!».
No me lo dice nadie. Me lo digo yo cuando salgo de Dos Torres para hacer el
camino que Adroches propone para ese término municipal porque es media tarde,
hace calor y siento cierto grado de culpabilidad cuando veo a la gente bregando
en el campo para buscarse la vida, en tanto que yo he salido al campo para
disfrutar de la vida, con calor, sí, pero a sabiendas de que pronto ese sol
inclemente que ahora nos castiga a todos se volverá amable y me mandará mansamente
las últimas luces del día.
Hay mucha actividad por esta parte del campo: pasan
tractores con remolques llenos de heno recién cortado. Veo en varios puntos a
distintos tipos de máquinas realizando labores sobre cultivos herbáceos. Hay
alguna vaquería. Hay un señor mayor que anda por un borde del camino,
aparentemente como yo. Y hay ciclistas. Todos bajo el calor, todos en sintonía.
Contra lo que pueda parecer, trabajar,
como hacen esos agricultores y ganaderos, y practicar un deporte, como ese
señor mayor, esos ciclistas y yo mismo, no son actividades tan diferentes, ya
no, es más, son actividades complementarias en la cultura moderna, que
recomienda la actividad para mantener la salud del cuerpo y de la mente,
especialmente en personas como yo, que tienen un oficio sedentario y algo dado
al estrés. Así que en cada pueblo hay un recorrido más concurrido, que suele llamarse
camino del Colesterol, por el que las gentes caminan por consejo médico o por
gusto no muy lejos de los lecheros o los hortelanos que andan a sus labores, a
los que suelen saludar con un gesto o unas cuantas palabras, porque en los
pueblos es de mal gusto cruzarse con alguien sin decirle adiós.
A mi edad, el deporte es
imprescindible, pienso mientras camino, porque el cuerpo y la mente tienden a
amoldarse a lo fácil, tienen inercia hacia el descanso. Pero lo es más aún
cuando eres adolescente, cuando hay que imprimirles una inercia hacia la
actividad, hacia el movimiento, porque de lo contrario se vuelven apáticos y ya
es muy difícil sacarlos de la indolencia. Soy de los que piensan que las
actividades extraescolares son tan necesarias como las escolares, y no hay
actividades extraescolares mejores que aprender música e idiomas y hacer
deporte.
La música, los idiomas y el deporte
forman el cuerpo, la mente y el carácter de la persona. Todas esas actividades
necesitan sacrificio, disciplina y esfuerzo, y en todas ellas se recompensa el
trabajo de una forma evidente e interior, que se reconoce enseguida y es mucho
más importante para sentirse bien con uno mismo que el dinero, la notoriedad y
los aplausos.
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