Han pasado varias
ciervas con sus crías delante de mí y, poco después, ha pasado un jabalí a unos
cuantos metros, tranquilamente, tanto que me ha dado tiempo de sacar el móvil
del bolsillo y hacerle unas cuantas fotos mientras se iba.
Hablo del camino que
Adroches propone para Villanueva del Duque, que recorro al amanecer de un día
de junio. Detrás de mí, he dejado unas cuantas casas de campo en ruinas. Poco
después, veré otras cuantas, estas habitadas y en perfecto estado.
Las casas en ruinas,
las casas habitadas, los animales salvajes que pasan delante de mí, esos olivos
escuálidos que forman líneas rectas en la tierra agrietada, el monte que crece
a veces a la vera del camino, la línea de montañas desmochadas que veo hacia el
sur… Y las primeras luces del día, y el aire todavía fresco que me da en la
cara, y la acogedora soledad de los campos, y la grata compañía de los
recuerdos, y ese entretenimiento eterno del que charla consigo mismo…
Lo que me interesa
del campo son los paisajes, los espacios abiertos y los caminos y, a esos
efectos, el campo está a unos cuantos cientos de metros de mi casa y puedo
usarlo como y cuando quiera. A unos cuantos cientos de metros hay un hospital,
varios colegios e institutos y un conservatorio de música, al que durante muchos
años fue uno de mis hijos. Y hay muchos bares con terrazas, y supermercados, y
farmacias… Y la vivienda está muy barata.
Ahora que no se sabe
qué hacer para revertir el proceso de despoblación que afecta a zonas rurales
como la mía, quizá convendría hacer hincapié en que, si no a unos cuantos
cientos de metros, eso y más se puede tener en Los Pedroches a unos cuantos
kilómetros, o a unos cuantos minutos, que es como se mide ahora la distancia.
Hace tiempo oí a una
persona famosa hablar de los muchos inconvenientes que quienes lo querían le
planteaban sobre el hábito de fumar y de que nadie le había hablado del placer
que supone respirar a pleno pulmón, profundamente, algo que solo pueden hacer
los que no fuman. Respirar sin obstáculos es un placer natural, de esos que no se
valoran pero forman parte de la calidad de la vida, como tener conciencia del
tiempo que pasa o poder desarrollar una afición.
No sé muy bien por
qué asocio los placeres que no se valoran con el hecho de vivir en este lugar,
que sufre el despoblamiento. Quizá porque, bien pensado, esto se llenaría de
gente si el mundo se enterara de lo que tenemos aquí.
En los últimos
tiempos, cuando ya la razón no la acompañaba por completo y no decía sino la
verdad, mi madre solía decirme que había tenido mucha suerte en la vida. Me
acuerdo mucho de eso porque, hasta ahora, yo he tenido mucha suerte de vivir
donde vivo y en este tiempo.
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