Aunque está en el
centro de Los Pedroches, Villaralto coge un poco a trasmano, como quien dice,
pero es un pueblo que conviene visitar aunque sea dando un pequeño rodeo, pues conserva en lo esencial el aire afable que
tuvo antaño, de calles largas y casas blancas con dinteles de granito y tejados
rojos.
En Villaralto no se
perdieron castillos ni conventos con ese desarrollo mostrenco que trajo la
modernidad, porque nunca los hubo. Aunque Villaralto también tuvo sus ricos,
solo eran ricos de altura local, que no construyeron palacios ni casas muy
grandes, así que por ahí tampoco se ha perdido gran cosa. La gente de
Villaralto siempre fue de clase trabajadora y humilde, que solía ganarse el pan
trabajando en las fincas de otros, muchos de ellos como pastores. No en vano, Villaralto
tiene como patrona a la Divina Pastora, en Villaralto está el museo del Pastor
y en Villaralto se celebra anualmente la feria del Pastoreo.
Villaralto nació como
aldea de Torremilano y, al escindirse de este, solo pudo llevarse un término
municipal muy pequeño, de modo que los caminos que nacen en Villaralto se salen
pronto de su término municipal. Lo digo aquí como curiosidad, aunque a los
caminantes, que somos personas de mundo y del mundo, no nos importen esos
límites artificiales que sobre el terreno imponen los seres humanos en función
de sus terruños mentales, ni les importen a los que, como yo, se consideren de
Los Pedroches, así, en conjunto, y no de un pueblo o de otro de la comarca.
El camino que propone
Adroches se sale de Villaralto pronto, ya digo, y discurre por el centro de Los
Pedroches, entre varios pueblos que tienen como patrona a la Virgen de Guía, a cuya
ermita conduce.
Lo recorro un día de febrero precioso, demasiado, porque a estas alturas del año debería estar lloviendo. Salgo de Villaralto temprano, casi al alba, cuando la Tierra aún tiene legañas, el suelo cruje con su desperezo y en el aire se aprecia el vaho de su aliento frío. Me gusta imaginar a la Tierra así, como si no solo fuera un ser vivo, sino, además, un ser pensante que me aloja y consiente mi paso, un ser pensante en el que fui y al que volveré un día. Un ser pensante del que formo parte, como esas ovejas que me observan, como esas piedras que rompen su silencio cuando las piso, como esas viejas encinas a las que descompusieron el tronco cuando eran jóvenes pero siguen en pie, con los brazos arriba, inabordables a las inundaciones y a las sequías.
Ser panteísta tiene
la ventaja de que eres de todas las ideologías y de ninguna, o eso creo
mientras camino. Con pensamientos como esos y otros por el estilo, haciendo una
foto aquí y otra allá, recorro casi sin darme cuenta el cómodo camino que me
lleva hasta la ermita de la Virgen de Guía, cuyo culto es compartido por los
pueblos de Villanueva del Duque, Alcaracejos, Dos Torres, Fuente la Lancha e
Hinojosa del Duque, y se halla muy cerca de Alcaracejos y más cerca aún de
Villanueva del Duque, de la que dista menos de un kilómetro, que puede
recorrerse por un paseo recto y bien cuidado, marcado por una pared baja de
piedra y otra de madera, alumbrado artificialmente y circundado por árboles y
arbustos.
Admiro la emita y su
entorno, de los que no hablo porque hay mucha información por ahí y es mucho
mejor que sería la mía, y entro en el cementerio de Villanueva del Duque, que forma
parte del conjunto.
Ser panteísta tiene
la ventaja de que reconoces en cada puñado de tierra parte de lo que seremos,
así que no me impresionan los cementerios más allá de lo que dicen sobre las
costumbres de los vivos y sobre lo que a los vivos afecta la efímera memoria de
los huesos.
El Sol se ha levantado y
observa lo que hago. Sutilmente, con los ojos entornados, lo miro por un
momento y le sonrío, agradecido. Sé que me mandará su luz y su calor hasta
Villaralto, hacia donde me encamino por el sendero que nos propone Adroches,
que recorro gozosamente y sin prisas, ahora no recuerdo pensando en qué.
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