Pocas veces el lector
conoce al autor de la novela en primera persona y, menos aún, aparece como figurante
en el argumento que se desarrolla ante sus ojos, de cuyo marco geográfico y
sociológico es conocedor. Ese ha sido mi caso con «Pueblo chico, infierno
grande» (Amazon, 2021), la novela de José Manuel Blanco que ha ganado el premio Solienses 2022, lo que ha provocado en mí una suerte de desvarío, pues si bien
las novelas tienen su esencia propia, que ya cuando se publican es
independiente del autor y siempre lo es del lector, no es menos cierto que se
completan en la imaginación del lector, imaginación que en este caso, para mí, no
era realmente libre.
Dicho de otro modo, aunque
Torrecampo no aparece con su nombre verdadero, yo conocía de primera mano el caso
real de búsqueda del heredero que da origen a la ficción, yo sabía qué calle
era la principal del pueblo, esa que es una especie de paseo en cuyo final,
cercado por un muro, se veía el edificio del colegio, yo conocía el pabellón transformado
en salón nupcial donde se celebraban los banquetes, yo sabía a qué se refería
cuando repetidamente hablaba de las encajeras de bolillos y, entre otros
detalles no menores y especialmente, yo conocía el ayuntamiento, el mismo que
aparece en la portada del libro y está el archivo que solo es accesible (luego
parece que no) con la presencia de Piedrasantas, la secretaria, o sea, yo con otro
nombre y transmutado en el sexo femenino.
¿Me da ventajas como
lector? No lo sé, es distinto. El hecho de que conozcas la realidad del pueblo ficticio
y, en especial, la profesional del ayuntamiento supone que debas asumir como
licencias literarias algunas cosas que, de otro modo, te chirriarían, pero no
vienen al caso exponerlas aquí porque –como ya digo– el problema no es de la
novela, sino mío.
El lector común debe centrarse
en el texto, que se presenta utilizando recursos de actualidad y muy asequibles,
pues todas las estructuras gramaticales son sencillas, de pocas oraciones
subordinadas, párrafos muy cortos y numerosos diálogos. Todo en la novela, en
fin, es sumamente ágil: los personajes se construyen con unos cuantos trazos y por
lo que hacen y los ambientes se describen al paso que se desarrolla la acción,
que transcurre en unos cuantos días de verano y se lleva de un lugar a otro con
un dinamismo propio del moderno lenguaje cinematográfico y un vocabulario de la
calle que no se anda con remilgos, coloquialmente explícito, en el que abundan
los localismos («rebañaorzas», «siesta del burro», «melocotóna», «puerta
emparejada», «marrueco»…), que he entendido, y los anglicismos, de los que no he
entendido casi ninguno.
No me ha parecido lo
fundamental la trama, ni creo que esa haya sido la intención del autor. Los
personajes construyen relaciones personales en esos pocos días al paso que
buscan solucionar un enigma que nunca llega a ser verdaderamente misterioso y
se resuelve casi como de paso cuando las relaciones personales se aclaran. Porque
el enigma verdadero es el que plantea el enredo emocional. O, para decirlo en
otros términos, el misterio es la maraña de emociones y sentimientos que tejen
y destejen los personajes principales atendiendo a los lances de la vida, los
del ahora y los del pasado.
Los sentimientos más
potentes son los relacionados con el amor, pero hay otros que tienen que ver con la
vecindad, la amistad y hasta con la política local, que al menos parcialmente bebe
de «La vida de Brian» y la lucha fratricida entre el «Frente del Pueblo de
Judea» y el «Frente Popular Judío», aquí llamados «Frente popular de Villanueva»
y «Frente villaencinense popular», y nos recuerda a otras luchas de nuestros
pueblos y de todos los pueblos del mundo cuando el interés personal y el
partidista están por encima del interés por el bien común del vecindario.
Sin embargo, no he
podido observar en la novela un encono especial en la enemistad ni creo que el
título de «Pueblo chico, infierno grande» le haga justicia a la trama. El
pueblo (su sociedad) de Villanueva de la Encina, que es el verdadero protagonista
de la obra, es sumamente acogedor, comprensivo, tolerante, moderno y amable, y
el conflicto entre sus políticos locales es lo menos que se despacha no solo en
pueblos pequeños, sino en cualquier tipo de sociedad humana.
En resumen, que me he
leído el libro a lo largo de un domingo sin poder levantar mucho la mirada de
sus páginas.
Para los amantes de
lo anecdótico, por último, diré que casi todos los protagonistas son
homosexuales.