domingo, 10 de julio de 2022

Los caminos de Adroches XI: Pozoblanco o El doble uso de todo

 

Sobre el papel, viendo los mapas, la sierra que delimita Los Pedroches por el sur parece menos dificultosa para el caminante de lo que luego resulta ser. Pozoblanco, por ejemplo, está a 654 metros sobre el nivel del mar, en tanto que el punto más alto, La Chimorra, tiene 959 metros, una diferencia ciertamente escasa. Pero el caminante debe tener en cuenta que cuando sale de Pozoblanco hacia la sierra no hace sino bajar, como los arroyos que nacen en la línea central de la comarca (que es divisoria de cuencas) y toman el camino del Guadalquivir.

Bajar y bajar es lo que propone Adroches para el camino de Pozoblanco. Desde una altura de 568 metros hasta los 351 metros en que se encuentra el río Cuzna, al pie de la sierra del Castaño. Pero luego hay que subir para volver, aunque Adroches no lo diga en su ruta, y hacerlo en verano, con el sol castigando de plano, el aire muerto de puro quieto en las depresiones que forman los ríos y los pulmones llenos como de plomo derretido, no solo es una temeridad, sino algo que, de hacerse por gusto, debe guardarse en secreto, pues es causa de natural escarnio, de puro extravagante y estúpido.

Yo lo he hecho, y si lo digo aquí es porque, después de una ola de calor impropia del mes de junio, la tarde del día 22 fue de todo menos calurosa, apta para caminar por todo tipo de terrenos, incluidos los de la sierra. La anterior introducción viene bien, además, porque el calor ha hecho que se hayan producido y extendido una gran número de incendios por España, incluido uno que se ha desarrollado por estos lares.

La época del año hace que todos los colores estén apagados, como los de las fotos antiguas o los de los coches nuevos después de pasar por un camino polvoriento. Da la sensación de que el paisaje es un desván abandonado donde todo se halla rígido, marchito y, por algunos sitios, calcinado. Y es que la superficie quemada forma un manto de color ceniciento que se ve al frente y poco a poco se va quedando a la derecha, como hacia el cortijo de la Canaleja, que forma una mancha blanca y roja en el ocre de las hierbas secas y el entramado de distintos verdes que forman el bosque, el monte bajo y los olivos.

El fuego ha llegado hasta el camino que forma la ruta, que ha hecho de cortafuegos, e incluso más allá, hasta un olivar de sierra, donde se ha detenido en la superficie arada.

Después de bajar al río y volver a mi punto de partida, comento mis impresiones con unos vecinos del lugar, que casualmente son conocidos míos, quienes creen que el incendio fue provocado.

«¡Qué extraña es la relación del ser humano con el fuego!», pienso mientras vuelvo al pueblo. La civilización seguramente empezó el día que los seres humanos lograron controlar el fuego y convirtieron un elemento de destrucción en algo amable, que les proporcionaba luz y calor y les permitía cocinar los alimentos. De vivir solo de día, pasaron a poder vivir de día y de noche. De pasar frío, a poder calentarse y vivir en más lugares. De consumir alimentos crudos, difícilmente masticables y digeribles, a comer alimentos cocinados. El fuego les permitió socializar más y mejor, lo que debió propiciar el intercambio de ideas y el crecimiento de la cultura, pero nunca dejaron de utilizarlo como elemento de guerra y destrucción.

Una comunidad fundacional de niños alrededor del fuego es muy parecida a un asentamiento prehistórico y su estudio nos da una idea de cómo somos por naturaleza. Eso es lo cuenta «El señor de las moscas», de William Golding, novela en la que unos niños obligados a vivir en una isla desierta utilizan el fuego que consiguen con las gafas de uno de ellos. Pero esas gafas, precisamente por eso, sirven enseguida de disputa, pues el fuego hace la vida más amable para unos y más difícil para otros, ayuda a la supervivencia y provoca destrucción, dependiendo de quién lo controle y cómo se utilice.

El fuego es el paradigma del dualismo y del doble uso de todas las cosas, del yin y del yang que están en cada uno de nosotros y en la humanidad, donde hay tanta inteligencia como estupidez y tanta bondad como maldad.

Para ver la ruta, pincha sobre la imagen