He recorrido cientos
de veces la carretera que une Los Pedroches por el norte, en paralelo a las
viejas montañas de Sierra Morena que definen por ese lado la comarca natural, y
cada mañana desde hace varios decenios, camino de Torrecampo, he visto al Sol
emerger por el este de la cordillera o cómo las primeras luces del alba
coloreaban de rojos y naranjas las nubes que se apostaban en esa parte del
cielo.
Esas
montañas oscuras y romas tienen para mí algo de mágico: se me antojan vivas y
–peliculeramente– mi imaginación las asocia con el fin del mundo conocido, como
si detrás de ellas hubiera un territorio plagado de seres extraordinarios, que
hablan lenguas extrañas, tienen otras costumbres y se rigen por normas
incomprensibles para nosotros.
Es
la razón la que fija mi cordura. Ha sido la razón la que hoy, mientras paseaba
por el camino que Adroches propone para El Guijo, me ha recordado que, por la
misma Cañada Real Soriana que yo pisaba, llegaban hasta no hace mucho tiempo
los pastores de Castilla con sus rebaños y su cultura, atravesando las montañas
por Puerto Mochuelos; que en esta cañada pudo pensar Cervantes cuando escribió
las aventuras que El Quijote tuvo con el rebaño de ovejas y en esas montañas
las que vivió en Sierra Morena,
especialmente la del molino de los batanes, la del yelmo de Mambrino y
la de la liberación de los galeotes, y me ha recordado que fue por Puerto
Mochuelos por donde un día se fueron mis hijos y es por donde pasan cada vez
que vienen a ver a sus padres.
Las montañas que fijan Los Pedroches por el norte no son los límites del mundo conocido, por más que mi imaginación novelera construya historias fantásticas con ellas, sino el punto de conexión con el mundo, como lo son todas las fronteras. Por ahí vienen y se vuelven los emigrantes que se buscaron la vida en el norte, por ahí pasa el AVE que une Madrid con el sur y por ahí pasó yo cuando quiero andar por el vecino valle de Alcudia, ese territorio de horizontes infinitos, prácticamente desierto.
No
hay límites, en fin, más que en la imaginación, o todos los límites son artificiales,
aunque haya montañas altísimas u océanos de por medio. O dicho de otra forma,
no hay más mapa verdadero que el físico y todos los mapas políticos son una
invención humana, aunque representen idiomas distintos, costumbres distintas,
Historias distintas. O dicho en su última consecuencia: todo nacionalismo es falso
por parcial y empobrecedor, aunque sea el que nosotros profesamos, aunque sea
el que nos ubica en el mapa dentro de unos límites porque nos une con otros que
hablan nuestra lengua, tienen nuestras costumbres y guardan con nosotros una
Historia común.
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