viernes, 1 de abril de 2016

Currito

            “Currito”, dice la gente –y así se reconoce por la Real Academia de la Lengua–, es un “trabajador que realiza labores sin importancia”. La vida está llena de simples curritos o, para decirlo con un sentido más acertado, de personas humildes que prestan labores sencillas, muchas veces sirviendo a los demás.

            A las personas que se pasan la vida sirviendo a los demás, y solo eso, se las suele querer sin palmas y sin abrazos. Como no escriben libros ni meten goles, no tienen el reconocimiento público. Como no dan voces ni se quejan, parece que no necesitan afectos, que son felices por naturaleza y que siempre están contentas. Son personas condenadas al olvido en cuanto no se las necesita o no se las tiene presentes.

            Casualmente, Currito también se llama un puente que hay sobre el río Guadalmez, entre Torrecampo y Conquista. El nombre le viene al pelo porque realizó la poco reconocida labor de ayudar a cruzar el río a personas y caballerías hasta que llegaron los coches y se hizo un puente más grande en otro sitio. Entonces, casi todo el mundo se olvidó de él. Hasta el punto de que yo, que llevó una pila de años trabajando muy cerca de donde se ubica, no lo había oído nombrar.

            Ahí sigue, sin embargo, inútil para su labor pero tan elegante y tan hermoso como un prejubilado de cincuenta años, sobre un río que ya no es cruzado por camino alguno. Al verlo y conocer su nombre, es fácil acordarse de las mujeres que han cuidado o cuidan de sus hijos, de sus maridos, de sus padres y de sus nietos, de los trabajadores que echan mano al alba y no paran hasta el anochecer y de los demás curritos del mundo. 



* La ruta que seguimos está aquí.