Entre mirar y ver
hay una notable diferencia, parecida a la que existe entre oír y escuchar. El
que ve, el que escucha, descubre siempre, porque siempre llega a matices que
antes le eran ajenos. El que mira se limita a pasar la vista por la superficie
de las cosas, y el que oye a dejar que los sonidos fluyan sin dejar
significados. ¡Cuántas veces hemos pasado por el mismo lugar y no hemos visto un
detalle relevante hasta que alguien nos lo ha señalado! ¡Cuántas, no reparamos
en la música de una película o en el trino de los pájaros que cantan a nuestro
alrededor!
Para entender es
necesario algo más que conocer. O dicho de otro modo, no conocemos
verdaderamente algo hasta que no lo entendemos, ya sea el funcionamiento de las
máquinas, las leyes físicas o el alma de las personas.
Los seres
humanos nos creemos peritos de lo más complejo y le damos respuestas inmediatas
a preguntas fundamentales, sobre cuya solución los sabios andan ocupados desde
siempre. Somos así de simples. Así miramos, así oímos, con esa contundencia nos
manejamos entre los otros, a los que casi siempre estamos dispuestos a enseñar,
de los que casi nunca aprendemos nada.
He pasado unos
días en Salamanca y provincia con unos amigos. Casi todo lo que he visto lo
había visitado varias veces y creía conocerlo, pero estaba equivocado: no lo
conocía o, al menos, no lo conocía como ahora, que he ido con mis amigos de la
mano de Pedro López García, un guía fenomenal.
Pedro ha sabido
manejar al grupo como lo haría un líder experto, cediendo cuando había que
ceder y siendo rígido cuando había que serlo (no es un tema baladí cuando el
grupo tiene ganas de cachondeo y le saca punta a cualquier comentario). Pedro
sabe mucho, mucho más de lo que dice, como lo prueba el que no haya dejado sin
responder con todos los pormenores ni una sola de las cuestiones sobre las que
fue preguntado. Y Pedro tiene el don de la comunicación, ese que solo poseen
los que aman la enseñanza y lo que enseñan.
Enseñar cuando
hay gente que te atiende con interés debe de ser placentero. Espero que Pedro
haya notado el interés con que lo escuchábamos y el regusto dulce que nos ha
dejado lo que nos ha enseñado y su propio recuerdo, ese que cultivaré repasando
el libro sobre Candelario, su pueblo, que él escribió, y el que ahora cultivo
escribiendo esto.