miércoles, 4 de marzo de 2020

El placer de saber


Entre mirar y ver hay una notable diferencia, parecida a la que existe entre oír y escuchar. El que ve, el que escucha, descubre siempre, porque siempre llega a matices que antes le eran ajenos. El que mira se limita a pasar la vista por la superficie de las cosas, y el que oye a dejar que los sonidos fluyan sin dejar significados. ¡Cuántas veces hemos pasado por el mismo lugar y no hemos visto un detalle relevante hasta que alguien nos lo ha señalado! ¡Cuántas, no reparamos en la música de una película o en el trino de los pájaros que cantan a nuestro alrededor!

Para entender es necesario algo más que conocer. O dicho de otro modo, no conocemos verdaderamente algo hasta que no lo entendemos, ya sea el funcionamiento de las máquinas, las leyes físicas o el alma de las personas.

Los seres humanos nos creemos peritos de lo más complejo y le damos respuestas inmediatas a preguntas fundamentales, sobre cuya solución los sabios andan ocupados desde siempre. Somos así de simples. Así miramos, así oímos, con esa contundencia nos manejamos entre los otros, a los que casi siempre estamos dispuestos a enseñar, de los que casi nunca aprendemos nada.


He pasado unos días en Salamanca y provincia con unos amigos. Casi todo lo que he visto lo había visitado varias veces y creía conocerlo, pero estaba equivocado: no lo conocía o, al menos, no lo conocía como ahora, que he ido con mis amigos de la mano de Pedro López García, un guía fenomenal.

Pedro ha sabido manejar al grupo como lo haría un líder experto, cediendo cuando había que ceder y siendo rígido cuando había que serlo (no es un tema baladí cuando el grupo tiene ganas de cachondeo y le saca punta a cualquier comentario). Pedro sabe mucho, mucho más de lo que dice, como lo prueba el que no haya dejado sin responder con todos los pormenores ni una sola de las cuestiones sobre las que fue preguntado. Y Pedro tiene el don de la comunicación, ese que solo poseen los que aman la enseñanza y lo que enseñan.

Enseñar cuando hay gente que te atiende con interés debe de ser placentero. Espero que Pedro haya notado el interés con que lo escuchábamos y el regusto dulce que nos ha dejado lo que nos ha enseñado y su propio recuerdo, ese que cultivaré repasando el libro sobre Candelario, su pueblo, que él escribió, y el que ahora cultivo escribiendo esto.