18-3-2020
Soy afortunado. Lo digo de corazón:
Mis padres se murieron el año pasado,
casi juntos (primero mi madre y después, mi padre), como si uno se hubiera
llamado al otro. Se murieron ya mayores. Estos días estoy pensando mucho en ellos
porque creo que tuvieron suerte de morirse sin tener que pasar por esto, porque
todos nos tenemos que morir y ellos se murieron rodeados de su familia y en
paz. En paz.
Mis hijos viven lejos y están muy expuestos
al enemigo que nos acecha a todos, pero son jóvenes, tienen cerca a gente que
los quiere y su madre les inculcó la idea de que debían ser fuertes y valientes,
así que me preocupan relativamente poco.
Mis hermanos viven en mi pueblo y
están bien. Y está bien el resto de mi familia.
Echo de menos a mis compañeros, como dije
ayer, pero interactúo con ellos a diario mediante el teletrabajo, y eso me ayuda
a sobrellevar la ausencia emocional que siento por las mañanas.
Mis amigos están sumamente activos en
las redes sociales. Nos queremos y nos los estamos diciendo más que nunca, como
yo hago ahora: os quiero, amigos, os quiero.
Desde hace muchos años, tengo una
compañera. A veces, cuando llega una dificultad, uno a otro nos decimos que
"juntos podremos con todo". En estos días también nos lo hemos dicho.
Vivo en una casa. No es muy grande,
pero a la mayoría de la gente le parecería un palacio. Y en estos tiempos de
reclusión domiciliaria a mí también me lo parece.
¿Y yo? ¿Y mi ánimo? Bien, alto. Tengo
la ventaja de que olvido pronto y no soy muy dado a la nostalgia. Quizá algún
día mi peor enemigo sea yo, como dice el Dúo Dinámico en esa canción que se ha
convertido en un himno, pero estoy seguro de que, entonces, contaré con toda esa
gente que me quiere, me levantaré de nuevo y "resistiré".