17/3/2020
Cuando
llego al Ayuntamiento, voy de oficina en oficina hablando con los compañeros de
cualquier cosa ajena al trabajo, en un tono relajado y medio en broma que
contrasta –lo sé– con la fama de hombre serio que tengo para el vecindario. Le
dedico bastantes minutos a eso porque me gusta hablar y que me hablen y porque
creo que es bueno para que no me vean muy distante y mantengan la ilusión por
lo que hacen.
Algunas
veces hago con mis compañeros gestiones presenciales que podía solucionar por el
teléfono interno por el gusto de estirar las piernas o para ver las cara de la
persona con la que hablo, porque mi despacho se encuentra en la parte más
profunda del Ayuntamiento, más allá del patio, y, de no hacerlo, se me pasarían
las horas sin ver a nadie.
A
media mañana, voy al bar de Los Mellizos a tomar un té y una tostada con
aceite. Lo suelo hacer, aunque algún compañero haya llevado un dulce y no tenga
hambre, para andar un poco por el pueblo y oír del mellizo que atienda ese día
unas cuantas palabras, que siempre son mesuradas y sabias.
Cuando
salgo del trabajo, me suelo sentar a esperar a Carmen en el banco que hay
frente al Ayuntamiento, que yo llamo el banco de Aurelio, en tanto leo en mi
libro electrónico. (Algunas veces, Carmen ha tenido la consulta complicada y
leo mucho. Otras, llega enseguida y no leo tanto). Torrecampo tiene pocos
habitantes y a esas horas los pocos que hay ya suelen estar metidos en sus
casas, pero siempre pasa alguien, en coche, normalmente, y yo levanto la cabeza
y lo sigo hasta que se pierde de vista, para volver luego la mirada al libro.
Ahora
que estoy en el despacho de mi casa, teletrabajando, echo de menos todas esas
pequeñas cosas como nunca pensé que me fuera a ocurrir. Si tuviera más trabajo,
estaría más entretenido y no podría pensar más que en solucionarlo, pero el
caso es que todos los plazos se han detenido, que la Administración está al
ralentí y que tengo tiempo para estos y otros pensamientos. Y siento
melancolía.
Afuera,
el mundo se ha detenido a causa de un enemigo invisible y hostil y yo estoy en
mi casa, solo, en el tajo pero trabajando poco, esperando a que vuelva Carmen. ¡Todo
es tan incompresible, tan extraño! ¡Ojalá y pudiera hablar cara a cara con mis
compañeros!