16-3-2020
Según
leo en la prensa y veo en la tele, la mayoría de la gente se está tomando en
serio el problema, lo cual resulta muy alentador. Casi todo el mundo se ha
quedado en su casa siguiendo las instrucciones que nos han dado, por ejemplo.
Ha
pasado aún poco tiempo, pero ya se están viendo comportamientos dignos de
verdadero mérito. Los sanitarios, los que atienden los supermercados, lo que
cuidan de sus mayores, los transportistas y un largo etcétera de ciudadanos anónimos
pertenecen a esa parte de la sociedad que se está sacrificando por el conjunto
de la sociedad.
Una
sociedad que, para salir adelante, debe tener unos líderes a la altura de las
circunstancias, unos líderes que se pongan a la cabeza de todos sin distinguir ideología,
sexo, edad o cualquier otra condición personal, y se muestren dispuestos al
sacrificio.
El liderazgo
no es ni más ni menos que eso, sacrificio por el común, y se muestra especialmente
en situaciones como esta.
También
la miseria se muestra en situaciones tan dramáticas como esta, la de los
ciudadanos de a pie y, sobre todo, la de los líderes.
Por eso
resultan tan mezquinos comportamientos de líderes políticos como el Sr. Torra, el
único Presidente autonómico que se ha negado a firmar la unidad de acción
contra el coronavirus, que sigue pensando en clave independentista antes que
como líder de todos los catalanes, quién sabe si para sacar tajada de unas
aguas revueltas que vienen cargadas de pobreza, de enfermedad y de muerte. Y
por eso resultan tan mezquinos comentarios como el que la señora Ponsatí ha
hecho sobre los muertos de Madrid.
Un
grano no hace granero. Una tontería no hace a un tonto, porque cualquiera puede
tener un lapsus o cometer un error. Ni una sola miseria hace a un ser miserable.
Algunos, sin embargo, a fuerza de acumular miserias, se están ganando
a pulso el desprecio de los seres humanos de bien, sean de la ideología que
sean y hablen en el idioma que hablen, se están ganando a pulso el dudoso honor
de ser unos auténticos miserables.