20-3-2020
Después
de una semana de confinamiento en casa, hoy he salido a comprar. Las calles del
pueblo estaban desiertas, pero en el mayor supermercado de Pozoblanco había
bastante gente, casi todos con guantes, muchos con mascarilla, todos respetando
la distancia de seguridad. Todos muy callados y serios.
El
ánimo de los clientes contrastaba con el de los empleados. En ellos he notado
más dinamismo, como menos tristeza, incluso cierta alegría, lo que me ha
parecido digno de verdadero aprecio.
En
la guerra que estamos librando, yo estoy en la retaguardia, y ellos están en
las trincheras. Nosotros, todos los clientes, estamos expuestos al virus,
claro, pero salimos para ir a donde ellos están trabajando, o sea, gente como
yo asumimos por un rato a la semana un riesgo que ellos asumen a diario durante
toda la jornada laboral. Y lo hacen para que yo pueda comer y limpiar mi casa.
Luego
he ido a la frutería y a la carnicería. Y lo mismo. También allí había gente
trabajando para mí, para nosotros, para la sociedad.
Hay
que pararse a pensar eso despacito, porque tiene mucho mérito. Para ellos
también va dirigido el aplauso que se oye a las veinte horas desde los balcones.
Un
aplauso que, por cierto, no debería llevar acompañamiento de otros ruidos que se
han oído, que no responden a la solidaridad, sino a la
reivindicación. Este es el peor momento para la reivindicación. El peor. Los
hospitales no dan abasto. La gente se está muriendo. Otra mucha gente se
morirá. ¿No se han enterado esos que salen a los balcones con cacerolas del
momento que vivimos? ¿A qué están jugando? ¿Cómo se atreven a comparar los aplausos
a favor de unos con la cacerolada en contra de otros? ¿Es que no pueden esperar
a que solo se oiga el aplauso, en lugar de que se oiga esa división de
opiniones que suponen los aplausos y los pitos?
Aprovecharse
de la debilidad de una institución para dividir a una sociedad que debe
mantenerse unida frente a un enemigo tan fiero es una blasfemia social. Quizá,
algún día, tengamos que pararnos a pensar qué hacemos con las instituciones que
nos hemos dado, pero no ahora. Por cierto, que algún día también habrá que juzgar
los comportamientos de quienes, en unas circunstancias tan cruciales, tan
ominosas, se están atreviendo a la cometer la ruindad de dividirnos.