25-3-2020
Estoy
perdiendo peso. Hoy, cuando he ido a ponerme el cinturón, me he dado cuenta de
que la aguja llega hasta el último orificio. La verdad es que no me coge por
sorpresa, porque tengo una báscula de baño y me peso regularmente, pero no
creía que fuera tan en serio.
Ya
no me quedan agujeros en el cinturón, ese es el caso. Si sigo perdiendo peso,
voy a tener que ir a mi zapatero para que le haga otro, porque no me gusta andar
con la línea de tiro casi por las rodillas, como la llevan algunos jóvenes. Ni debe
ser muy cómodo, ahora que pasamos tanto tiempo metidos en la casa. Podía
ponerme un chándal que tengo, que se ajusta a la cintura con una goma, o ir
todo el día con el pijama puesto, pero no creo razonable concederle al virus la
victoria de mi abandono personal. No, nada de chándal o pijama: la dignidad es
lo primero.
Lo
mejor es que le haga otro agujero al cinturón. Aunque, ahora que lo pienso, no
sé si las zapaterías son tiendas de primera necesidad. ¿Estarán abiertas? Supongo
que sí, porque la gente tiene que seguir usando zapatos, pero ¿y si me para la
policía y me pregunta adónde voy? ¿Y si me preguntan que a qué voy a la
zapatería? ¿Cómo voy a decirles que a que le hagan otro agujero al cinturón?
¿Cómo voy a explicarles esa urgencia, esa necesidad tan grande sin que,
primero, se cachondeen de mí y, luego, me pongan una multa por insolidario? Igual
hasta salgo en la tele, yo, que tengo un blog y hago apología de la
responsabilidad personal. ¡Qué vergüenza! No quiero ni pensarlo.
¡Quién
me lo iba a decir a mí cuando me quité de las cervezas y reduje la ingesta de
alimentos calóricos! ¡Quién iba a pensar esto, Dios mío! Nadie. No le puedo
echar la culpa a nadie, ni siquiera a mí mismo, porque esto era algo impensable.
¿Qué
hago entonces? ¿Qué hago?
Mientras
el cinturón siga así puedo seguir aguantando. Lo que no puedo es perder más
peso. No puedo perder ni un gramo más o se me va a plantear un problemón de
cuidado. No quiero abandonarme ni quiero ser insolidario. Si pudiera evitarlo,
lo haría, pero no hay otra solución, no tengo otra alternativa. Ya no solo desde
el punto de vista de la resistencia personal, también desde el de la moral ciudadana
–¡qué remedio!– tendré que tomarme una cerveza de vez en cuando.