domingo, 15 de marzo de 2020

Viviendo en la distopía 1. El desvarío de lo imposible


15-3-2020

Es domingo por la mañana y hace un día precioso. A estas horas, ya debería ir andando por el campo, pero estoy delante del ordenador, cumpliendo con las restricciones para salir a la calle, intentando saber qué pienso de todo esto antes de haber leído los periódicos. Ayer por la noche, el Presidente del Gobierno salió a anunciar el Real Decreto por el que se declara el estado de alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19, que se publicó en el BOE poco después. La alcaldesa de Torrecampo lo puso enseguida en el grupo de whatsApp que para coordinarnos hemos formado los trabajadores del Ayuntamiento de ese pueblo, porque a partir del lunes teletrabajamos, y yo lo leí en la cama, con esa suerte de desvarío del que está viviendo lo que nunca creía posible.

Como ya he dicho alguna vez, escribir obliga a reflexionar, ese ejercicio sumamente ajeno a los tiempos modernos, en los que respondemos de pronto a lo que a alguien se le ha ocurrido de pronto. Escribir obliga a ordenar lo que uno tiene dentro de sí y a dejar constancia de ello antes de que todo vuelva a ser un coro de voces ininteligibles. Para mí, además, es un buen ejercicio para caminar por la realidad y saber por dónde voy.

Lo dice alguien que ha estado muchos años de su vida imaginando cómo se movían los personajes por una realidad distópica, recreándolos, dotándolos de emociones y sentimientos e insertándolos minuciosamente en una sociedad con sus propias reglas a fin de que todo pareciera verosímil, para hacer creíble lo ficticio.

Lo ficticio, sin embargo, está aquí. El mundo feliz en el que vivíamos ha devenido en distopía y nosotros hemos pasado a vivir la pesadilla de sus personajes. Entre lo que yo imaginé y lo que ahora vivo ya no hay una diferencia tan insalvable.

Bien es verdad que solo estamos al principio y que el final puede ser muy distinto. El resultado dependerá de si la ciudadanía se inclina por la razón o por la estupidez y de si los dirigentes políticos y sociales se mueven por el sacrificio propio o por la demagogia.

No soy muy partidario de Pedro Sánchez, pero ayer me gustó. Y además es el Presidente que tenemos. Suscribo todo lo que dijo ayer y lo que se acordó en el Consejo de Ministros. La gravedad de la situación obliga a ponerse ahora detrás del Gobierno, y a hacerlo sin cortapisas. Cualquier objeción de la oposición que tenga que ver con errores del pasado me parece un ejercicio de insolidaridad. Y me parece un ejercicio de insolidaridad cualquier reclamación que tenga que ver con las competencias territoriales o con eso tan español del «qué hay de lo mío», que el Gobierno debe desoír totalmente.

En una situación normal, la función de la oposición es señalar los errores y silenciar los aciertos, y hacerlo especialmente en público. Pero esta no es una situación normal. Ahora, la oposición debe apoyar públicamente los aciertos y, en cuanto sea posible, dar cuenta privada de los errores, para que se corrijan y no provoquen más alarma.

En cuanto a los periodistas, lo que se espera de ellos es que dejen a un lado eso tan socorridamente sectario de «la línea editorial» y, por una vez, no se dirijan a su público afín, sino al conjunto de la ciudadanía. Ya no se trata de reforzar las ideas previas de quienes compran sus mensajes, sino de decir toda la Verdad, sin devociones y sin ocurrencias. Por favor, aléjense de la tentación de gobernar a través de nosotros, dejen el gobierno para el Gobierno y limítense a hacer lo posible para que pensemos por nosotros mismos.

Esto tiene vocación de diario. Así que si todo va bien, mañana escribiré otro poco.