28-3-2020
Mi
abuela Amparo no cambiaba la hora. Había pasado buena parte de su vida en el
campo, viviendo al ritmo de la Naturaleza, como viven los pájaros y los
árboles, y no entendía que el Gobierno pudiera cambiar la hora del mediodía o del
anochecer, viéndose tan clarito que la hora la marcaba el Sol.
A mí
no me pasa lo mismo que a mi abuela. Yo cambio la hora cuando lo dice el
Gobierno (esta noche, por ejemplo), y al día siguiente amanezco como cualquier
otro día. Debe de ser que soy muy urbanita y me he acostumbrado al ritmo de los
telediarios y los relojes, esos instrumentos artificiales que tanto han
desnaturalizado la realidad.
En
mí hay una cierta contradicción, porque soy urbanita y me gusta serlo y, sin
embargo, me gustaría que el tiempo pasara por mí como lo hace por los animales y las plantas. Ellos, unos y otros, no entienden el pasado y tienen una idea
del futuro muy distinta de la nuestra. Los animales se arman para el futuro
(construyen sus nidos, almacenan alimentos, acumulan grasas…), pero lo hacen
sin agobiarse, como si el futuro fuera una parte más del presente.
Creo
que ellos entienden mejor que nosotros el verdadero significado del tiempo, que
pasa, simplemente pasa. Con eso no estoy descubriendo la pólvora, evidentemente,
pero tampoco me parece que sea una obviedad tan grande. De hecho, cuando
tachamos los días que nos quedan para que algo que nos gusta llegue o para que termine
algo que no nos gusta estamos yendo contra esa razón tan simple. Si el tiempo
pasa, simplemente pasa, lo suyo sería acomodar nuestros deseos a ese paso con
el fin de no sentir una pesadumbre estúpida, pues no tiene solución.
El
arte de vivir, que está al alcance de cualquiera, es la mayor de las artes, es
el arte verdadero, aunque sus obras no se reconozcan con premios ni se expongan
en museos. Y el arte de vivir es, esencialmente, el arte de acomodarse al
tiempo. Fatigarse más de la cuenta hoy para disfrutar de un mañana que tal vez
no llegue es tan contraproducente como vivir un presente de excesos pensando
que tal vez mañana no llegue. Y así todo.
Algún
día alguien nos dará una mala noticia, que será la definitiva. Entre tanto, hoy
es hoy. Y, sinceramente, viendo cómo vivimos el tiempo, no creo que sea una
obviedad tan grande.