jueves, 19 de marzo de 2020

Viviendo en la distopía 5. Muchas emociones, muchas alegrías


19-3-2020 (Día del Padre)

"Mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida", decía Borges en aquel soneto grandioso, en el que se lamentaba de haberlo entendido demasiado tarde. Cuando se fueron de casa mis hijos, su madre y yo les dimos ese poema enmarcado, para que lo tuvieran siempre presente. Para los padres, sin embargo, ese riesgo necesario no es nada fácil de asimilar.

Hasta hace un par de semanas, por ejemplo, Luis estaba en Centroamérica. Su madre y yo intuíamos que las fronteras europeas (él vive en París) se cerrarían y que podía pasar algo de lo que está pasando y él se quedaría allí, con unos problemas que no sabíamos determinar. No obstante, cuando intercambiábamos mensajes con él procurábamos no hacerle llegar una preocupación que podría ensombrecer su ánimo y no le serviría de nada, es decir, nos la tragábamos.

Nos la tragábamos como otras tantas veces ha ocurrido con su hermano y con él, como se tragan casi todos los padres la mayoría de las preocupaciones que tienen con sus hijos, a las que no se pueden sustraer fácilmente. En eso, como en tantas otras cosas, hay un desequilibrio claro entre los padres y los hijos que solo se rompe (y no siempre) cuando los padres son mayores y ya no pueden valerse por sí mismos. Desequilibrio natural, por otra parte, por lo que no puede culparse a los hijos de que exista, sino de que a veces sea abusivo o desproporcionado.

Además, existe un desequilibrio emocionalmente ventajoso para los padres, pues los padres y las madres disfrutamos mucho más de los hijos que ellos disfrutan de nosotros. Y lo hacemos a lo largo de toda la vida, desde que son unos bebés y hacen una mueca o nos sonríen hasta que, ya de mayores, vienen ocasionalmente a visitarnos, nos llaman por teléfono o nos mandan un mensaje.

La naturaleza es sabia y entre lo que damos y lo que recibimos, en fin, hay un equilibrio constante: damos mucho (mucho trabajo, muchas preocupaciones), pero también recibimos mucho (muchas emociones, muchas alegrías).

Yo no cambiaría ser padre por nada. Ser padre es el mayor regalo de la naturaleza. Quizá otros no lo puedan decir, pero mis hijos son fenomenales y, aquí, públicamente, digo que estoy muy orgulloso de ellos y que ser su padre es lo mejor que me ha pasado en la vida.