Como
la etapa era corta, no me he parado por el camino y he llegado pronto a Carrión
de los Condes. Es la tercera vez que estoy en este pueblo y, más o menos, lo
conozco. Me acuerdo de su distribución y sé dónde está la que dicen que fue la
casa donde nació el Marqués de Santillana, aquel que “faciendo la vía del
Calatraveño a Santa María, vencido del sueño, por tierra fragosa perdí la
carrera, do vi la vaquera de la Finojosa”, según declaró en una de sus
serranillas, del siglo XV.
La
Finojosa del poema es Hinojosa del Duque y la vía del Calatraveño es el puerto
del mismo nombre por el que se entra a Los Pedroches desde el Sur. Los
Pedroches es la tierra de la que soy, donde trabajo y donde vivo, y en Los
Pedroches tenemos a don Iñigo López de Mendoza, que así es como se
llamaba el marqués, en la más alta consideración, pues ha sido uno de los pocos
que se ha acordado de nuestra tierra después de visitarla.
Me
paro frente a la fachada de la casa y hago una foto como recuerdo, para negar
al olvido su necesaria función de limpieza. Como recuerdo, me hago otra foto a
mí mismo luego, después de afeitarme.
Lo
he hecho porque es la segunda vez que me afeito desde que tenía veintitantos
años y al mirarme al espejo me he encontrado raro, como dentro de una cara que
no es la mía, sino la de otro. Después, he mandado la foto a la familia, que se
ha reído a carcajadas de esa manera llena de letras que se ríe la gente en la
mensajería instantánea.
Sólo
llevo tres días fuera y ya no sé a qué día estamos. He hecho algo que no hacía
desde hace un montón de años (bien es cierto que porque no me he traído la
recortadora, que pesaba mucho). Y tengo cierta prevención hacia mí mismo cuando
me miro al espejo. ¿Tan pronto me está cambiando el Camino de Santiago? ¿Qué
será de mí en las jornadas que vienen? O mejor: ¿Quién será ese que me mira desde
el espejo dentro de una semana?
* Información sobre la ruta.