Ayer, mientras almorzaba
en la terraza de un restaurante de Hontanas, conversé un rato con
los empleados de una empresa que se dedica a llevar peregrinos a
caballo desde Roncesvalles a Santiago de Compostela, y uno de ellos,
cuya edad no debía de ser pequeña, había ido alguna vez a la feria
de Pozoblanco como “tratante” (con esa palabra definió su
oficio), cuando las bestias se compraban y se vendían en el paseo de
los Llanos.
También ayer, junto a
nosotros, estaban comiendo dos peregrinos vascos, con los que hoy me
topado en la terraza de un albergue, tomando un bocadillo, de uno de
los cuales me han hecho partícipe mientras hablábamos de la hora
tan temprana en la que cierran los establecimientos.
Ha hecho calor, no una
calor exagerada, pero si una calor de ser prudente, de tener cuidado,
de estar un ratito al sol y luego irse a la sombra, que es justamente
lo que no puede hacer un peregrino. Yo soy de un lugar de secano y
calor y le tengo al sol un respeto que raya en la desconfianza. Voy
con pantalón largo, con manga larga y un sombrero de ala ancha, me
pongo crema solar y siempre llevo a mano una cantimplora grande.
El sol nos ha pegado
desde que salimos, hemos debido subir alguna cuesta, como una que hay
a la salida de Castrojeriz, y no nos hemos encontrado con árbol
alguno que nos dé sombra. En esas circunstancias, me llamó la
atención que un peregrino llevara pantalón corto, manga corta y
fuera descubierto y, tal vez por eso, me quedé con su cara.
Cuando salía de la
pensión de Frómista donde me alojo, lo vi entrar y lo saludé. Y
luego lo vi en una botica, donde fue con unas necesidades parecidas a
las mías sobre las que conversamos allí mismo. Hemos salido juntos
y hemos visitado la iglesia de San Martin. Aunque hemos salido cada
uno por su lado, nos hemos visto luego y nos hemos tomado juntos un
refrigerio al amparo de un toldo, mientras a unos centímetros de
nosotros caía el agua de una tormenta.
Casualmente, este
peregrino trabajaba en la misma empresa que mi padre. Casualmente,
también, es originario de la provincia de Córdoba, como yo, aunque
ahora vive en Barcelona.
El Camino está lleno de
casualidades parecidas a esas, de pequeños encuentros que tal vez
nunca se repitan o tal vez sí. En ese sentido no es como el camino
de la vida que llevamos, donde las caras suelen ser las mismas y uno
tiene la falsa sensación de que se repetirá la oportunidad, como se
repite casi todo.
* Aquí, información de la ruta desde Hontanas y, aquí´, del resto.