“¿Volverás a hacer
el Camino de Santiago que has hecho?”, me han preguntado a la
vuelta. A lo que yo he contestado: “No creo: la vida es corta y hay
muchos caminos”. Algo parecido contesto cuando me preguntan por qué
dejo de leer los libros, lo que hago a poco que me aburran: “La
vida es corta y hay muchos libros”.
El último día del
Camino leí una pintada en una pared que tenía una variación de esa
permanente alegación mía: “La vida es corta, pero ancha”.
Seguramente no era una afirmación original del grafitero, pero yo no
la había oído nunca y me llamó la atención. Que la vida era corta
ya lo sabía. Que, además, fuera ancha, no.
Que
la vida sea ancha es una idea hermosa y a mí me dejó pensado. Pensé
que en una vida determinada se pueden hacer muchas cosas o pocas,
como se pueden hacer muchas cosas o pocas en un día cualquiera. Uno
puede levantarse los días de fiesta a las tantas y pasar el resto de
la jornada derrengado en el sofá o puede levantarse a la hora de
siempre y hacer lo que le resulta imposible los días de trabajo, por
ejemplo. Para el que aprovecha el tiempo, la vida es ancha. Para el
que malgasta el tiempo, la vida es estrecha.
El
tiempo es el único bien que tenemos cuando venimos al mundo y es el
único bien que perdemos cuando nos vamos del mundo. Es decir, desde
que nacemos hasta morimos solo tenemos tiempo. La vida, en fin, es
tiempo. La idea puede parecer baladí a fuerza de obvia, pero no debe
de serlo tanto si observamos lo que comúnmente hacemos con el
tiempo. Y si no, preguntémonos qué estamos haciendo con nuestro
tiempo y la respuesta será la misma que la que tengamos a la
pregunta qué estamos haciendo con nuestra vida.
¿Qué
estoy haciendo con mi tiempo? ¿Qué estoy haciendo con mi vida?
Como
la vida es tiempo, el arte de vivir es el arte de gestionar el tiempo
de la manera más eficiente posible. Si toda gestión supone la
administración de unos recursos, la gestión del tiempo es más
compleja y necesita de más pericia, dado que el recurso, además de
limitado, es desigual e indefinido. Es desigual porque el tiempo de
la juventud no es igual al tiempo de la madurez o de la senectud. Es
indefinido porque no tiene un término fijo o conocido.
El
arte de vivir supone aprovechar cada etapa en su momento, la juventud
en la juventud y la madurez en la madurez, por ejemplo. Desaprovechar
la juventud por una madurez mejor es tan poco eficiente como
desaprovechar la madurez por una jubilación mejor, dado que no habrá
otra juventud ni otra madurez.
El
tiempo no es pasado, sino presente, y puede ser futuro. Que no sea
pasado supone que no debemos dedicar ni un minuto del presente al
pasado. Que pueda ser futuro, supone que debemos dedicar al futuro el
tiempo que se merece, que no es igual en la juventud, donde
supuestamente será largo, que en la madurez, donde con toda
seguridad será más corto.
Que
la vida sea ancha es una idea hermosa, pero tiene sus peligros. El
principal, la mala digestión del presente. Porque en realidad la
vida solo es ancha para las sensaciones, para los afectos, para los
sentimientos y para las emociones, y es estrecha para todo lo demás.
La vida es como un líquido que fluye en un tubo estrecho, en el que
no cabe meter más caudal del que idóneo porque, de lo contrario, se
atora el líquido o se rompe el tubo. Es la sucesión idónea, y no
la acumulación precipitada, la que determina que uno sea más o
menos experto en el arte de vivir. O, dicho de otra forma, es el
saldo de una vida el que debe ser importante, y no el saldo de un día
o una semana, de unos cuantos días o unas cuantas semanas.
Si
me aplico a mí mismo lo que estoy exponiendo, la respuesta es clara:
“¿Volverías
a hacer el Camino que has hecho?”.
“Sí”.
“¿Volverás a hacer el Camino que has hecho?”.
“No,
porque la vida es corta, y tengo muchos caminos pendientes”.