jueves, 7 de junio de 2018

9. Foncebadón o Hacia las Montañas Nubladas


              “Si aquí hace frío, qué frío no hará en Foncebadón”, he dicho varias veces en mi casa en los días previos a mi partida, que en Pozoblanco han sido inusualmente fríos y húmedos. Y es que Foncebadón está a más de mil cuatrocientos metros de altitud y su nombre me venía a la cabeza como sinónimo de severidad climática. Por eso ayer miré cada dos por tres las previsiones meteorológicas, que anunciaban frío y lluvias para toda la mañana, y hoy he salido de Astorga armado con toda la parafernalia que tengo para luchar contra el agua, que es mucha.

                No llovía en Astorga, aunque se sentía su aviso, un aviso que al salir de la ciudad y otear el campo abierto se convirtió en amenaza sincera, pues unas nubes espesísimas y muy negras ocultaban las montañas hacia las que nos dirigíamos en silencio con una suerte de ominosa determinación, como los protagonistas de El Señor de los Anillos hacia las Montañas Nubladas.

                El dios de la lluvia no es de los que amagan y no dan, no es de los que gocen con la amenaza, pero hoy, en ese universo animista con el que vive la intemperie un peregrino, se ve que tenía el día gracioso, pues las nubes se han ido retirando a nuestro paso dejándonos de vez en cuando unas gotas y hemos ido acercándonos a los montes de León sin dificultad alguna. La mayoría de los peregrinos, que hoy parecían más de lo habitual, se han quedado en Rabanal del Camino. Yo, en cambio, he seguido por una estrecha senda de ligera pendiente hasta Foncebadon, a donde he llegado con las fuerzas casi intactas.

                Foncebadón me ha recordado a El Horcajo. En El Horcajo hay unas pocas casas en pie y un rodal enorme de edificios en ruinas. Foncebadón se ve que estaba medio abandonado y en ruinas, pero tiene ahora algunos edificios en pie que dan servicio a los peregrinos a ambos lados de una calle corta y terriza.

                No hay mucho que hacer aquí, excepto dar unos cuantos pasos y mirar un paisaje de montañas nevadas que parece de cuento. No hay mucho que hacer aquí excepto mirar y dejarse llevar por la imaginación: ¿Seré yo el protagonista de una novela de aventuras? ¿Estará escribiendo alguien lo que yo hago como si hubiera salido de mi voluntad? ¿Me estará recreando ese que me lee ahora, como hizo con Galdalf, con Sauron o con Frodo Bolsón?


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