Desde que inicié el
Camino, he visto a muchas personas menudas y aparentemente débiles
portando una mochila que abultaba casi tanto como ellas, al sol, con
viento, con lluvia. Y las he visto al día siguiente sin una
vacilación.
He visto a personas muy
mayores, a personas con discapacidad, a personas en sillas de ruedas.
Por si no lo sabía, uno
aprende aquí que la fuerza de las personas no depende de los kilos
que puedan levantar ni de las matemáticas o la geografía que sepan.
No depende de lo que tengan o de lo que ganen, de los títulos que
alcancen o de los libros que escriban.
Ni siquiera depende de su
salud. Depende, sobre todo, de su voluntad.
Lo digo porque al llegar
al albergue de Ribadiso me he encontrado con un caminante que
aguardaba sentado a ser atendido por la recepcionista. Como tenía en
la cara un gesto de pesar, le he preguntado cómo le había ido
durante la jornada. Me ha dicho que estaba enfermo, que va solo y que
aquel día había conseguido llegar hasta allí con la ayuda de otro
peregrino, que le había dado conservación y lo había animado.
Y me ha dicho que se
acostará enseguida en una de las camas de la habitación común del
albergue y se quedará quieto, esperando a que llegue mañana para
continuar su camino.
* Ruta