He
tenido un pequeño percance: se me han roto las gafas. Traigo otras de repuesto,
pero no son progresivas y cuando me las he puesto me he dado cuenta de que de
cerca no veo ni torta, ni para ver los platos de los menús del peregrino ni para hincar el tenedor en las patatas fritas que aquí ponen siempre de acompañamiento.
En
tal situación, me he creído afortunado. A mi edad, en otra época una persona
como yo estaría poco menos que ciega y vería muy limitada su actividad vital.
Ahora, en cambio, con unas gafas te devuelven la vista, que es como devolverte
la juventud perdida. Y lo mismo pasa con los dientes, y con los pies, y con
tantas otras partes de nuestro cuerpo: te dan unas pastillas, y te devuelven la
salud; te operan, y te dejan como nuevo.
¿Qué
harían los sabios antiguos a mi edad sin unas buenas gafas con las que
distinguir perfectamente las letras? ¿A qué edad era mayor una persona no hace
tanto tiempo, en la época de los abuelos de mis abuelos, por ejemplo?
Soy
afortunado. Lo soy por haber nacido en esta época y en este país, por haber
nacido en la familia que nací y por tener la familia que tengo, los amigos que
tengo, el trabajo y los compañeros que tengo. La suerte es fundamental en la
vida y yo he tenido mucha suerte hasta ahora.
Afortunadamente,
tengo unas gafas de sol graduadas y progresivas y voy con ellas a todas partes,
como si fuera Ringo Starr o Pedro
Almodóvar. Y como aquí nadie me conoce, nadie me pregunta, que es la mejor
forma de no tener que dar explicaciones.
Yo me quito
las gafas de sol cuando hablo con alguien, al menos un momento, para que me vea
los ojos y compruebe a través de ellos lo que hay de verdad en lo que digo, lo
que hay dentro de mi alma. Lo hago por cortesía y porque he observado que la
gente desconfía de las personas que hablan con gafas de sol en lugares oscuros.
Seguramente piensa que no se protegen de la luz que les molesta, por escasa que
sea, sino de ellos, o piensa que juegan con ventaja en el terreno emocional, al
no mostrarse como son en realidad.
Bien pensado,
he tenido suerte porque, pudiendo habérseme roto las gafas de sol, se me han
roto las normales. Si se me hubieran roto las gafas de sol, tendría que ir todo
el tiempo con las normales, con la cantidad de horas que paso al sol, el solazo
que está haciendo y lo que a mí me molesta la claridad. Como se me han roto las
normales, el sol no me molesta y en los interiores me acostumbro pronto a la
escasez de luz, de manera que no noto nada extraño.
Para colmo, el
tiempo está siendo muy bueno, y no tengo problemas físicos: ni una pequeña ampolla en los pies, ni el más mínimo atisbo de
cansancio.
Se me han roto las gafas y he tenido, como dice mi amigo Antoine, "una suerte loca", vamos.
Se me han roto las gafas y he tenido, como dice mi amigo Antoine, "una suerte loca", vamos.
* Ruta.