De
los dos caminos que llevan de Triacastela a Sarria, he tomado el más corto,
aunque he debido hacer más kilómetros de lo normal, porque iba hablando con un
caminante amigo y, en el fragor de la conversación, nos hemos saltado una
señal. Con todo, la etapa es corta y se llega a Sarria muy pronto.
Sarria
me ha sorprendido por lo grande que es. En Sarria, yo tenía apalabrada una
pensión que, como otras, tiene su base en un pequeño restaurante, en el que he
debido esperar un rato hasta que me arreglaran la habitación. Y mientras
esperaba he hablado con el dueño del establecimiento.
“¿Le
gusta a usted el pulpo?”, me ha preguntado como de pasada en tanto hablábamos. Para
mí, el pulpo a la gallega es uno de los manjares más apreciados, y el hombre ha
debido de notar que me cambiaba la cara cuando le contestaba afirmativamente.
Pues vaya usted a tal sitio que está por aquí y por allá, me ha dicho.
Le
he hecho caso. La pulpería que me ha recomendado tiene mesas y banquetas
corridas, de modo que los clientes se sientan unos junto a otros como los
escolares de un campamento. Yo he tomado un sitio vacío entre otros clientes y
enseguida ha venido una camarera a preguntarme. “¿Una ración?”, me ha dicho, a
lo que yo he contestado simplemente que sí.
Detrás
de la barra, a la vista de todo el mundo, había un señor cortando un pulpo con
unas tijeras y aderezándolo, y yo me he entretenido mirándolo el corto periodo
que ha transcurrido desde que he hecho el pedido hasta que me lo han acercado.
Luego, no me he concentrado más que en mi ración de pulpo.
De
vez en cuando hay que darle gusto al cuerpo de una manera sutil, como el que
oye un poema o se deja vencer por el sueño. Hay que oír una canción, hay que
mirar un paisaje, hay que oler un perfume, hay que pasar las manos por las caderas de una mujer. De vez en cuando hay que tomarse una ración de pulpo a la gallega
y, si es en Galicia, mejor que mejor.
Lo
negativo de la molicie es que crea adicción, que engancha, a poco débil que
seas, como tal vez lo sea yo. De hecho, cuando la camarera vino a preguntarme
qué quería de segundo, le conteste: “Póngame usted otra ración de pulpo, por favor”.
* Ruta