Me
lo dijo un compañero de Camino mejicano al que conocí en las
primeras etapas: “Cada uno hace el Camino como quiere, y todos los
caminos están bien”. Él había salido solo en Saint Jean
Pied de Port y, la última vez que lo vi, formaba parte de un grupo
de doce personas de edades muy distintas y distintas nacionalidades
que se desplazaban, cada cual a su ritmo, de albergue en albergue,
sin ninguna previsión anterior.
He
conocido aquí a quien proyecta hacer el Camino completo por tramos
en cinco años, a quien lo hace por tercera vez y seguirá
haciéndolo, a quien va solo y a quien va acompañado, a quien lo
hace en bicicleta y a quien lo hace andando o a caballo, a quien va
con mochila y a quien la mochila se la lleva Correos o alguna otra
empresa que ofrece ese servicio, a quien duerme en habitaciones
compartidas y a quien no comparte nunca la habitación, a quien lo
hace desde Centroeuropa y lleva tres meses andando y a quien lo hace
desde Sarria y tarda cinco días, a quien lo hace por motivos
espirituales y a quien simplemente es un excursionista y, en fin, a
quien hace el de ida y a quien hace el de ida y el de vuelta.
Y
todos están bien. El Camino es personal y no hay camino más
importante que el propio. Uno se da cuenta de eso a partir de Sarria,
cuando ve la ilusión con que inician el Camino numerosos grupos de
familiares y amigos, casi todos españoles. En Sarria, la
peregrinación adquiere tintes más populares, incluso festivos. A
partir de ahí, las etapas están más perfiladas y los peregrinos se
concentran en los mismos pueblos, en los que forman grupos que
charlan en las terrazas de los bares y los restaurantes.
Portomarín,
por ejemplo, es un pueblo pequeño con multitud de establecimientos
dedicados al Camino, en el que es raro ver por la calle a alguien que
no lo está haciendo. Aquí, el Camino recuerda al descanso
de una romería y se parece poco al de los pueblos medio abandonados
de Castilla.
El
Camino es personal y todos los caminos son igualmente importantes, me
he dicho mientras daba una vuelta por Portomarín, donde me he
sentido ajeno al ambiente, solo y extraño.
* Ruta.