jueves, 14 de junio de 2018

16. Palas de Rey o Esa otra vida


                Donde vivo, los cementerios están alejados de los pueblos y ocupan lugares cerrados con tapias blancas por las que sobresalen las esbeltas figuras de los cipreses. Cuando alguien se muere, hay un duelo y, enseguida, se lleva a los muertos al cementerio, se los mete en el nicho y la familia y el resto de allegados se vuelve a su casa, a seguir con su vida sin ellos. A partir de entonces, cuando los familiares quieren ir al cementerio a honrar a sus difuntos, deben hacerlo en horario de apertura y tener cuidado con la vuelta, porque pueden quedarse cerrados.

                 En el lugar donde vivo, los muertos están en el pasado y se proyectan hacia el presente por los recuerdos que dejaron. Los muertos de mi pueblo están en el cementerio de día y de noche, aislados, como recluidos, muertos.

                Aquí, en Galicia, es otra cosa, y el caminante se da cuenta enseguida a poca sensibilidad que tenga. Aquí hay duelo y se inhuma a los muertos, naturalmente, pero hay muchos cementerios abiertos, algunos de ellos a pie de camino, adonde se lleva a los muertos y se les deja que hagan su vida, sin aislarlos ni recluirlos. Ya he dicho otras veces que en el Camino el mundo está lleno de cosas con vida que no se ven pero se sienten, y que hay un dios del viento, por ejemplo, como lo hay de la lluvia o de la niebla. Y digo ahora que al entrar en Galicia el Camino se ha llenado de espíritus, como ocurre con la memoria de los viejos.

                Puede parecer extraño, pero camino de Palas de Rei he pasado por delante de un cementerio abierto y he tenido la sensación de que me estaban mirando, como cuando paso delante del banco donde toman el sol unos abuelos.


* Ruta.