Harun, El Iluminado, vivía en un palacio de encaje a orillas
del Guadalquivir, entre un bosque de almendros. Aunque su sabiduría era
más que conocida, debía su gran renombre al increíble jardín de su palacio. Cuando el
califa de Córdoba, llevado de toda suerte de comentarios maravillosos, se dignó
visitar el jardín, quedó estupefacto al ver floridos rosales trepadores en
busca del cielo, balanceándose con el frío viento del invierno.
– Este jardín no tiene estaciones –le
explicó Harun.