7.3. Democracia y mercado
De
la seguridad del trueque a la incertidumbre del dinero fiduciario
La historia del dinero es un ejemplo de cómo el
ser humano ha ido resolviendo con la ficción las limitaciones físicas que la
naturaleza impone a su desarrollo. Hizo falta una sociedad compleja, con
apetencia de comercio y exigencia de respuesta a la acumulación de excedentes,
para crear en el siglo VII a.C. en lo que hoy es Turquía la moneda de metal,
cuyo respaldo era su propio valor, que superaba los inconvenientes del trueque.
El éxito del invento hizo que se mantuviera con ligeras variaciones hasta el
siglo XIX, en el que la moneda fue sustituida por un documento que aseguraba a
su propietario ser portador de un derecho contra el Banco Central emisor, que
le pagaría en oro. Si la moneda había facultado a algunos emisores a mezclar
aleaciones de forma fraudulenta, a fin de establecer un valor nominal superior
al real, la invención de los billetes permitió a los Estados financiarse de
modo tramposo, y en no pocas ocasiones se emitieron billetes por un valor
nominal muy superior al respaldo que podía ofrecer el Banco Central, lo que
provocaba inmediatamente un proceso inflacionario que devolvía a la realidad el
valor del dinero en circulación y castigaba a la sociedad con un estallido de
pobreza. Cuando iba a concluir la II Guerra Mundial, con unos Estados Unidos
enriquecidos y un mundo en bancarrota, las grandes potencias decidieron fijar
al dólar como moneda de respaldo internacional y la única que a su vez estaría
respaldada con las reservas en oro de un banco. El acuerdo duró hasta que en
los años setenta del pasado siglo los Estados Unidos imprimieron billetes para
financiarse y, tras varias devaluaciones, el dólar dejó de ser convertible en
oro. Hoy, se entiende que la suma del dinero en circulación está relacionada
con la riqueza del país que lo emite. Por ello, si se emite más dinero del que
vale la suma de bienes y servicios de la población, el dinero valdrá menos, y
viceversa. Pero todo eso es en teoría, porque lo cierto es que el dinero vale
lo que alguien esté dispuesto a pagar por él, y en ese precio, como en
cualquier otro, influyen las más diversas variables, muchas de ellas
emocionales.
No obstante, si algo demuestra la historia del
dinero, es que no se puede engañar a la realidad indefinidamente, y que al
final del proceso, como todos los precios, también el del dinero vuelve a su
ser natural.
Las
burbujas, prototipo de la ficción
Si una cosa vale lo que alguien esté dispuesto a
pagar por ella, lo que interesa es comprarla por un precio inferior al que otro
esté dispuesto a dar y vendérsela a ese otro, quien probablemente la comprará
pensando que la puede vender más cara. Como el proceso es limpio, no necesita
de más esfuerzo y genera abundantes beneficios, suscita admiración y produce un
efecto llamada, que, ciertamente, sube el valor de la cosa, de modo que las
compras y las ventas se van sucediendo con provecho para todos, incluidos los
que prestan el dinero a los que compran y los entes públicos, que ganan con
cada transacción una cantidad relevante en impuestos. Si en vez de una cosa son
varias, el beneficio es proporcionalmente mayor, y si son muchas afecta a toda
la sociedad, pues hay más gente que vende y que compra y más gente trabajando
para hacer cosas, lo que origina más impuestos y de más clases y, en
consecuencia, la posibilidad de dedicar más recursos públicos al bienestar de
los ciudadanos.
No hace falta ser muy listo para intuir un error
de principio en el proceso anterior y sospechar un desenlace aciago. De por
medio, sin embargo, están la avaricia (la ambición es otra historia), el placer
del juego, la ignorancia y una amalgama de intereses, lo que hace que los
líderes económicos y políticos cierren los ojos a la realidad y consientan que
la burbuja engorde hasta que no pueda más y, finalmente, estalle, llevándose
consigo la diferencia entre lo que se ha pagado por la cosa y lo que vale
verdaderamente y dejando tras de sí un rastro de miseria.
O quizá no cierren los ojos tanto y todos ellos
sean conscientes de lo que va a ocurrir, pero no les importe porque para
entonces tendrán el trabajo hecho: los especuladores serán multimillonarios,
los fabricantes de la cosa habrán conseguido un patrimonio considerable, los
directivos de los bancos habrán percibido sus millonarias retribuciones y los
políticos habrán ocupado unos años el poder, aunque sea a costa de transmitirle
a otros un desierto como herencia.
Porque las burbujas las pagan los últimos que
llegaron, que suelen ser los más ignorantes y los menos lanzados, y el conjunto
de la sociedad, singularmente las clases bajas, cuyos miembros están más
expuestos a la adversidad, y las clases medias, sobre las que recaerá el peso
de la reconstrucción.
(Puede leer el libro completo de La Democracia retórica en pdf pinchando sobre la imagen que hay en la columna de la derecha)