jueves, 25 de octubre de 2012

7.3. Democracia y mercado





De la seguridad del trueque a la incertidumbre del dinero fiduciario

La historia del dinero es un ejemplo de cómo el ser humano ha ido resolviendo con la ficción las limitaciones físicas que la naturaleza impone a su desarrollo. Hizo falta una sociedad compleja, con apetencia de comercio y exigencia de respuesta a la acumulación de excedentes, para crear en el siglo VII a.C. en lo que hoy es Turquía la moneda de metal, cuyo respaldo era su propio valor, que superaba los inconvenientes del trueque. El éxito del invento hizo que se mantuviera con ligeras variaciones hasta el siglo XIX, en el que la moneda fue sustituida por un documento que aseguraba a su propietario ser portador de un derecho contra el Banco Central emisor, que le pagaría en oro. Si la moneda había facultado a algunos emisores a mezclar aleaciones de forma fraudulenta, a fin de establecer un valor nominal superior al real, la invención de los billetes permitió a los Estados financiarse de modo tramposo, y en no pocas ocasiones se emitieron billetes por un valor nominal muy superior al respaldo que podía ofrecer el Banco Central, lo que provocaba inmediatamente un proceso inflacionario que devolvía a la realidad el valor del dinero en circulación y castigaba a la sociedad con un estallido de pobreza. Cuando iba a concluir la II Guerra Mundial, con unos Estados Unidos enriquecidos y un mundo en bancarrota, las grandes potencias decidieron fijar al dólar como moneda de respaldo internacional y la única que a su vez estaría respaldada con las reservas en oro de un banco. El acuerdo duró hasta que en los años setenta del pasado siglo los Estados Unidos imprimieron billetes para financiarse y, tras varias devaluaciones, el dólar dejó de ser convertible en oro. Hoy, se entiende que la suma del dinero en circulación está relacionada con la riqueza del país que lo emite. Por ello, si se emite más dinero del que vale la suma de bienes y servicios de la población, el dinero valdrá menos, y viceversa. Pero todo eso es en teoría, porque lo cierto es que el dinero vale lo que alguien esté dispuesto a pagar por él, y en ese precio, como en cualquier otro, influyen las más diversas variables, muchas de ellas emocionales.

No obstante, si algo demuestra la historia del dinero, es que no se puede engañar a la realidad indefinidamente, y que al final del proceso, como todos los precios, también el del dinero vuelve a su ser natural.

 

Las burbujas, prototipo de la ficción

 Si una cosa vale lo que alguien esté dispuesto a pagar por ella, lo que interesa es comprarla por un precio inferior al que otro esté dispuesto a dar y vendérsela a ese otro, quien probablemente la comprará pensando que la puede vender más cara. Como el proceso es limpio, no necesita de más esfuerzo y genera abundantes beneficios, suscita admiración y produce un efecto llamada, que, ciertamente, sube el valor de la cosa, de modo que las compras y las ventas se van sucediendo con provecho para todos, incluidos los que prestan el dinero a los que compran y los entes públicos, que ganan con cada transacción una cantidad relevante en impuestos. Si en vez de una cosa son varias, el beneficio es proporcionalmente mayor, y si son muchas afecta a toda la sociedad, pues hay más gente que vende y que compra y más gente trabajando para hacer cosas, lo que origina más impuestos y de más clases y, en consecuencia, la posibilidad de dedicar más recursos públicos al bienestar de los ciudadanos.

No hace falta ser muy listo para intuir un error de principio en el proceso anterior y sospechar un desenlace aciago. De por medio, sin embargo, están la avaricia (la ambición es otra historia), el placer del juego, la ignorancia y una amalgama de intereses, lo que hace que los líderes económicos y políticos cierren los ojos a la realidad y consientan que la burbuja engorde hasta que no pueda más y, finalmente, estalle, llevándose consigo la diferencia entre lo que se ha pagado por la cosa y lo que vale verdaderamente y dejando tras de sí un rastro de miseria.

O quizá no cierren los ojos tanto y todos ellos sean conscientes de lo que va a ocurrir, pero no les importe porque para entonces tendrán el trabajo hecho: los especuladores serán multimillonarios, los fabricantes de la cosa habrán conseguido un patrimonio considerable, los directivos de los bancos habrán percibido sus millonarias retribuciones y los políticos habrán ocupado unos años el poder, aunque sea a costa de transmitirle a otros un desierto como herencia.

Porque las burbujas las pagan los últimos que llegaron, que suelen ser los más ignorantes y los menos lanzados, y el conjunto de la sociedad, singularmente las clases bajas, cuyos miembros están más expuestos a la adversidad, y las clases medias, sobre las que recaerá el peso de la reconstrucción.

 


(Puede leer el libro completo de La Democracia retórica en pdf pinchando sobre la imagen que hay en la columna de la derecha)